Es reconocido que el único objetivo inmediato del gobierno es sostener el tipo de cambio como ancla inflacionaria. Llegar a una inflación a la baja para las elecciones tanto de septiembre como de octubre, es la meta a conseguir. Al costo que sea.
La situación actual de la Argentina recuerda mucho a una escena que transcurre en un país imaginario.
Los dedos del presidente del Banco Central martillan el teclado de la computadora. Pero igual no lo conforma el resultado. Sigue, como en un acto de fe. Es un país extraño. Los malditos números, personificación del demonio, dan lo mismo una y otra vez.
Llama al ministro de Economía, que trata de calmarlo. Le dice que no será la primera vez que resolverá todo con un conejo sacado de su galera. Sin embargo, poco después, a solas, también comienza a preocuparse. Está molesto porque muchos analistas lo tratan de cínico. Dicen que su Gobierno afronta problemas que no son tales, sino el resultado de una política deliberada para facilitar el carry trade de grandes financistas.
El banquero central y el mago resuelven llevarle el tema al Presidente, que se autodefine como un experto en crecimiento con o sin dinero.
--Nos preocupa la escasez de dólares, Presidente.
El Presidente llama entonces a un grupo selecto de asesores.
--Presidente, hagamos una dolarización celestial –sugiere uno.
--¿Y cómo sería eso?
--Tengo un pastor afín a nuestras ideas que, según contó, vio como sus pesos se transformaban en dólares.
--Prefiero convocar a Gregorio Samsa --replicó entonces otro de los asesores--. Si él pudo transformarse de hombre a insecto, este problema de los dólares le resultará una pavada.
Los demás lo miraron, asombrados. Samsa era un personaje de cuento. De “La metamorfosis” de Franz Kafka. Varios de los presentes conocían el texto casi de memoria. "Estaba echado de espaldas sobre un duro caparazón y al despertarse y alzar la cabeza vio su vientre convexo y oscuro, surcado por callosidades", recitó uno de los presentes. "Numerosas patas, penosamente delgadas en comparación con el grosor normal de sus piernas, se agitaban sin concierto", recordó otro.
--Interesante --dijo magnánimo el primer asesor--. Pero yo sugiero la urgente convocatoria al rey Midas.
Recordó que gobernaba Macedonia en el siglo VIII a.C. Era un hombre de fortuna principalmente en monedas de oro. Cuentan que Dionisio, el Dios de la celebración, pasó por Macedonia. Silenio, uno de sus más fieles colaboradores, se extravió. Deambulando sin rumbo, fue encontrado por el rey Midas, quien lo hospedó en su palacio. Enterado Dionisio de la hospitalidad de Midas, le dijo:
--En agradecimiento por cuidar a Silenio, pídeme lo que quieras y te lo concederé.
--Deseo que todo lo que toque se convierta en oro --fue la respuesta.
Concedido el deseo, su fortuna comenzó a crecer.
--Así tendremos recursos de sobra –dijo el asesor al Presidente.
Lo que omitió recordar fue que, en un descuido, Midas tocó a su hija Zoe y la convirtió en una estatua de oro, quitándole la vida.
El Presidente disolvió la reunión. Seguiría confiando en el ministro. Igual que en la Argentina. Raúl Delatorre escribió el último 17 de julio en Página/12 qué hizo el ministro Luis Caputo para frenar el dólar. Entre otras cosas, subió la tasa al 40 por ciento. Y para mantener la pax cambiaria, la Secretaría de Finanzas se comprometió al pago de intereses que duplican la tasa de inflación. Así la política siguió alimentando la bicicleta financiera en una enorme concesión a los bancos, que tenían letras fiscales (LEFI). Dellatorre expresamente dice: “El costo que pagó el gobierno por rescatar los fondos que habían quedado en manos de los bancos, después de desarmar las letras fiscales, que se cancelaron la semana pasada con un canje que los bancos sólo aceptaron parcialmente, es altísimo; se metió en un problema serio porque elevó la tasa de todo el sistema al doble de la inflación para evitar la fuga hacia el dólar. Les carga a las cuentas fiscales un costo tremendo en intereses y alienta la vuelta al carry trade en un contexto de muchísimo riesgo” .
Este aumento de la tasa de interés generará un aumento en la morosidad (tendencia que ya se observa en los préstamos de consumo) como una retracción en créditos vinculados a la producción. El impacto ya se siente. El aumento de la tasa de desocupación cercana al diez por ciento y un consumo que no se despierta (excepto en las capas medias/altas) expresan con crudeza la realidad social. El riesgo cambiario latente de que desemboque en una devaluación sin compensaciones, produciendo un descalabro en el precio de los alimentos, se torna un escenario posible. Por ello Milei se aferra al dibujado superávit fiscal. Sostiene que si persiste la disciplina fiscal no hay riesgo cambiario.
¿Se pueden contar peras como manzanas? Aun suponiendo que el superávit fiscal fuera genuino y no producto de patear obligaciones, de eliminar la inversión en infraestructura y de reducir el ingreso de estatales, jubilados y pensionados, eso no implica que la persistente restricción de dólares se elimine. Podrá atenuarse el atesoramiento ofreciendo jugosas tasas en pesos, pero de forma alguna tiene un impacto relevante en las cuentas externas. Allí es clave observar el déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos. Caputo sostiene que ese déficit se explica por un aumento de las importaciones, situación propia de una economía en crecimiento. ¿Crecimiento? Del simple análisis surge que el deterioro de la cuenta corriente, si bien impacta la reducción del superávit de la balanza comercial, se explica por el intercambio de servicios. Ese rubro ascendió a 4500 millones de dólares negativos, que nada tienen que ver con un crecimiento económico sino con un retraso cambiario que multiplicó el turismo al exterior, entre otras variables.
Si esta política sigue, argentinas y argentinos podrían terminar como Zoe o Samsa. Y no es cuento.