La semana pasada leí aquí mismo una nota de nuestro compañero Cesar Pucheta, titulada “De sonrisas y resistencias”. Habla de una época jodida en Argentina. León Gieco, siendo citado para ser amenazado en un cuartel militar, cierre de universidades y resistencias varias.
Fue una época en que no había espacio para las especulaciones. Cada cual hacia lo que había que hacer y se exponía a pagar el precio. Fue una época de héroes de verdad. Una época donde, sin saberlo y a fuerza de vencer el miedo, se construía una mística que llevó a la Argentina a una victoria incontestable. El precio de sostener las banderas fue altísimo. La unidad, aun entre desconocidos, era una certeza. Todo eso pensaba mientras leía la nota.
No existía internet, así que había que mirarse las caras, sentirse, oírse. No había memes y el Tigre era un barrio marítimo donde habían sucedido cosas importantes. Allí donde tenían casas Haroldo Conti, Rodolfo Walsh y tantos otros compañeros valiosos y heroicos de nuestra historia. El Tigre era ese lugar casi pobre y mágico por lo misterioso de lo clandestino, entre lanchas de apariencia inocente, mueblerías de ofertas en pino y juncos, pescadores de tiempos lentos y orilleros pero de mirada esquiva. Allí todos eran sospechosos, pero la calma del rio desvanecía las susceptibilidades.
Hizo falta tiempo y una construcción porfiada del olvido a conciencia para que en el lenguaje ciudadano el Tigre acabara convertido en Nordelta, cuya preocupación social fueran los carpinchos de los que medio mundo habla. No las manos vacías de los constructores de barcos. No los isleños que la yugan entre sudestadas y faltas de luz.
La nota de Pucheta me llevó a lugares que, a fuerza de días veloces para nada y mentiras en redes y entrevistas falsas, había ido -como mucha gente- abandonando en este nuevo camino de desesperanza. Recordé el entusiasmo que se había construido, y cuando terminé de leerla solo pensé que si hubiera un dirigente leyéndola, tendría la base para construir una nueva épica. Una de verdad, con canciones y reuniones cuerpo a cuerpo y voces y gritos de los buenos. Y quizá, marchas de victoria.
Hace muchos años aprendí que si “matás” a alguien que no es tu enemigo, mañana tenés un compañero menos. Vimos el resultado de esto en las últimas elecciones de Argentina, y los más interesados podrán ver eso mismo el domingo, día en que se realizan las elecciones presidenciales en Bolivia, donde una derecha raquítica se quedará con el país para romper todo lo que tanto trabajo costó construir. Es el resultado de una guerra interna donde los constructores de felicidad dejaron de hacer su trabajo para destruirse entre ellos.
En estos tiempos horribles, que ya pasaron antes, suelo echar mano de todo lo que consigo rescatar de mi cabeza y de algún otro sentido que llevo vivo todavía. Tarareo a Santiago Feliu cuando canta “son estos días de mierda que también se irán. Son Lennon y Guevara que no quieren regresar”. Y no sabemos si Haroldo y Walsh, quisieran, pero lo cierto es que no pueden.
Releo entero el párrafo de don Arturo Jauretche: “Nada grande se puede hacer con la tristeza. Desde la ciencia al deporte, desde la creación de la riqueza a la moral patriótica, el tono está dado por el optimismo o por el pesimismo. Nos quieren tristes para que nos sintamos vencidos y los pueblos deprimidos no vencen ni en la cancha de fútbol, ni en el laboratorio, ni en el ejemplo moral, ni en las disputas económicas… Por eso, venimos a combatir alegremente. Seguros de nuestro destino y sabiéndonos vencedores, a corto o a largo plazo”. Y claro que preferimos el corto plazo, pero la historia parece demostrarnos que así no será.
En el Tigre el agua trae sonidos de gente que no se ve. Y no es una figura poética o mística, es una realidad. Me explicaron (y pude comprobar) que los sonidos resbalan sobre el rio cuando el agua está quieta. Las voces de los isleños llegan antes de que se los pueda ver. Allí uno puede apostar al dogma más o menos elegido.
La vejez está dada por la antigüedad de la nostalgia que se padece. Y la posibilidad falsa, dada por la ilusión perversa de que aquello pudiera volver a suceder. Por ejemplo cantar a Silvio a escondidas nuevamente. Nosotros. Los chicos más jóvenes quizá deban cantar a Wos o a Trueno, pero en voz baja para que los vecinos no llamen a la policía. Y no es una exageración. Basta con mirar las noticias.
Todo eso me trajo “De sonrisas y resistencia”. Puras urgencias y recuerdos y previsiones de nubarrones que llegan atados a recuerdos.
Pensándolo mejor, quizá esta nostalgia no sea la vejez propia, sino estos tiempos que retroceden hasta aquellos años. Hay que avisarles con urgencia a los chicos, contarles con ahínco todo aquello que ignoran por una imperdonable desidia nuestra. Hacer como el agua, que les llegue la voz antes de que los que vienen acaben de llegar.