Siempre pasa lo mismo en la frutera de otoño. Comprás un par de mandarinas por la pinta, esperás un par de días para probarlas, ya podés sentir el sabor en la boca gracias a su aroma: dulces, jugosas, amables. Elegís la más linda, la que brilla, la que tiene la cáscara más gruesa, pero cuando la agarrás está blanda, la das vuelta y el verde te escupe en la cara su mitad más podrida. Exactamente lo mismo pasa con Cursi No Muere, pero al revés. Los escuchás y la mitad que recibís es la podrida, la del hardcore más violento, rápido y screamo, pero mirás un poco más allá y lo que ves es lo emo, las flores, el gesto revolucionario de la amabilidad. Una banda de amigos que quiere hacer del hoy la nostalgia de su futuro.
El encuentro en Palermo es circunstancial: el cantante Luca Daniele y el bajista Federico Torres recién llegan de Tortuguitas y a Tortuguitas vuelven después de la entrevista. Vienen de dar el show más importante en su carrera: llenaron Uniclub. Ellos, que durante diez años tocaron para el mismo grupo de personas, están en un momento de popularidad que asimilan con humildad y gratitud. “Antes por ahí tocábamos para diez personas en La Plata y terminábamos a las 3 y media de la mañana, con este frío, haciendo tiempo para entrar a trabajar”, explica Luca y ahora, con 30 años, entre risas admite que capaz algunos de esos sacrificios no eran necesarios. “Por ahí no valía tanto la pena”, dice Federico, pero después duda: es inevitable valorar lo formativo de esa experiencia. El cambio, de tantos años tocando para diez, quince, máximo 50 personas al ahora, fue abrupto. En un momento, pasó. Pero... ¿qué exactamente?
Se formaron en 2015. Los mismos cuatro pibes –completan la formación Matías Gigena en batería y Sebastián Vásquez en guitarra– tenían una banda antes llamada Cosas Claras. Era más hardcore punk, no había acordes, no existía cantar. “Cursi No Muere es la apertura a un sonido más elaborado, pensamos en darle más dulzura a la música y al mensaje”, cuenta Luca. Tocaron por última vez, y en la última canción anunciaron que era la muerte de Cosas Claras, pero que el cursi no muere. “Y ahí yo saco unos CDs que había grabado que tenían la única canción que teníamos, ‘Mordida de mariposa’. Y la gente se fue con eso”. Lo analógico, el objeto hecho por sus propias manos, es algo que mantienen desde siempre.
Robar flores del cementerio es su primer EP, seis canciones y ninguna llega a dos minutos de emocore. Perdido en traslación, de 2017, es incluso más corto, con apenas cuatro temas. Su primer disco es de 2019, se llama Valientes quienes corren, no llega a las 18 minutos en total y fue el final de una etapa. Y también de la banda. Cursi No Muere se separa en 2020, unas semanas antes de la pandemia. Luca cuenta que terminan por roces, desgastes. Venían de una gira, de una acumulación de frustraciones: mucho esfuerzo en un entorno que no crecía. “Estábamos tocando para nosotros y llegó un momento en que nos empezó a costar más. Cuando la comunicación dejó de ser para solucionar problemas y se transformó en abandonar las conversaciones nos dimos cuenta que no estaba funcionando”, dice Luca. Pero a las dos o tres semanas, sin la presión del trabajo, ya estaban charlando otra vez. Y de golpe se vieron en una sala con instrumentos. “Nosotros no funcionaríamos si no fuésemos amigos”, dice Fede, que pone de antítesis a los Ramones. ”Si ensayamos una hora, tomamos mate ocho y ahí hablamos pavadas. Arrancamos a los 15 años, y fuimos aprendiendo a respetar el tiempo del otro, a hablarnos, a discutir”.
Durante la pandemia, mientras la banda estaba separada, algo pasó: pibes menores que ellos los descubren en internet. Les escriben al Instagram para saber cuándo tocan. “Nos preguntábamos de dónde habían salido: si en ese momento tenían 17 años, entonces cuando sacamos el disco tenían 13, no nos conocían”. ¿De dónde salió ese público? Cursi No Muere, Wrrrn y Portland se convirtieron en referentes de bandas jóvenes, de un día para el otro, de una movida que no existía antes del bicho. Sin tener noción de que eso se estaba armando, organizaron una primera fecha en un lugar del Abasto para 70 personas: se agotaron en diez minutos. “Ahí encontramos chicos que nos dijeron: 'Mi banda existe porque escuché Cursi No Muere'", dice Luca, y Fede recuerda que cuando pidieron la lista de las personas que compraron la entrada no conocían a nadie.
En De canciones tristes (2023), su último EP, el crecimiento es notable. No sólo en la producción musical, también en un mensaje mucho más conceptual y maduro. Dura siete minutos, lo que obliga a escucharlo en repeat, a entrar en el clima que proponen, donde hay espacio instrumental para generar un ambiente puesto al servicio de un mensaje, un disparador. “Y si fuiste vos quien me enseñó de canciones tristes/ ¿Cómo no voy a esperar a que digas algo?/Porque sé que en ellas te voy a encontrar”. Fede dice que esa frase se la dijo Luca en un viaje por Chile, y que varios años después la recordó para empezar a destrabar estos nuevos temas. Tiraron del piolín de esa frase, de esa idea de encontrar en el presente no sólo un aprendizaje del pasado, también algo que en el futuro se recordará con cariño.
El EP fue tan bien recibido que no paran de crecer. En octubre van a sacar una canción, y tienen más grabadas y están próximos a hacer un segundo EP. Les gustan así, cortos, con un mensaje bien claro, una idea pensada desde la estética, la letra, la música. Van a editar De canciones tristes en formato de siete pulgadas, que se está fabricando en Suiza, con remasterización para vinilo por Geoff Garlock, bajista de Orchid, una de sus bandas preferidas. Y muy pronto se van en una gira por Latinoamérica que los llevará por Perú, Ecuador, Colombia, Costa Rica, Guatemala, México y Chile. Cuatro mandarinas de exportación.
Cursi No Muere se presenta el sábado 27 de septiembre en Strummer, y el 3 de octubre empieza su gira en Lima, Perú.



