El 13 de septiembre de 1935 nació un hombre que dedicó su vida a la defensa de los derechos de las Primeras Naciones. Eulogio Frites supo desde corta edad lo que costaba estar seguro de vivir en un lugar estable, tener un pedazo de tierra que cultivar, formar una familia y morir. Su primera experiencia sobre el reclamo de titulos de propiedad lo vio en 1946, cuando tenía once años. Otros kolla de Jujuy y Salta decidieron caminar hasta Buenos Aires para hacerse oír en el Primer Malón de la Paz. Las comunidades se organizaron y emprendieron viaje, caminando miles de kilómetros para que el Presidente Juan Domingo Perón interviniera en los títulos y dejen de ser inquilinos en su propio terruño.
Desde Jujuy, Frites admiraba a Perón, lo escuchaba en la radio hablando de la organización obrera para hacer grande al país. Sus palabras lo inspiraron para hacer algo más ambicioso, educarse y estar de lado correcto. Fue un joven criado a cerros y valles. Nacido en Humahuaca, cerca de la comunidad Volcán Hilgueiras. Su madre Fermina Ramos era oriunda de Abra Pampa. Su padre Anacleto Frites de una comunidad de Iruya. Lo que se transmitió oralmente en su familia fue el origen de su apellido. Resulta que a su abuelo materno al bautizarlo le cambiaron el apellido por Ramos. En esos tiempos a muchos otros kollas los anotaron con ese mismo apellido. A otro tanto les pusieron Cruz y esa es la razón de que en algunos cementerios abundan los Ramos y los Cruz. Su abuelo paterno pudo mantener el apellido Yurquina hasta el servicio militar. Ahí se lo cambiaron por Frites y ya que estaban miraron el almanaque, le pusieron de nombre Reymundo.
Para un joven como él, con hambre de conocimiento, el pago le quedó chico. Sabía que si quería que las cosas cambiaran él mismo tendría que estudiar para entender el porqué y el cómo. Convertirse en alguien útil para los demás pero sobre todo para proteger a la madre tierra. A los catorce años se vino a Buenos Aires, se instaló en el barrio de Caballito y se puso al día con los estudios primarios, luego hizo la secundaria y entró luego a la Universidad Nacional de Buenos Aires para cursar la carrera de abogacía. Su primer trabajo fue como secretario del Diputado Nacional Dr. Alberto Fontana.
Un día de 1953, el diputado le dijo que tendrían una visita importante. Llegaría un longko mapuche del Alto Río Mayo en la provincia de Chubut, Jerónimo Maliqueo. Dado que el Presidente Perón lo había designado como Director General de Protección al Aborigen, dependiente de la Dirección Nacional de Migraciones, y necesitaba alguien que lo asistiera. Maliqueo era un referente importante en su provincia, conocía muy bien los derechos de los indígenas. Cuando se vieron con Frites se dieron la mano y un abrazo, eran dos hombres con una causa común, él tan jóven y el otro un anciano dispuesto a trabajar conjuntamente. A Frites la primera impresión que le causó su hermano del sur fue impresionante. Su postura, su gesto de hombre seguro y rígido, enseguida se le vino a la mente la imagen de Calfucurá.
Maliqueo le dijo: “Estamos sellando un paco para organizarnos y recuperar nuestro territorio, la personería jurídica y la política en poder del wingka”. La voz del anciano, contó Frites en su libro Los derechos de los Pueblos Indígenas, “sonó como una voz de trueno”. El diputado prefirió dejarlos a solas, sabía que se entenderían muy bien y que acababa de armar un muy buen equipo. Cuando la puerta se cerró Maliqueo le dijo: “Somos dos indios en la oficina de un wingka. Los blancos creen que wingka es eso, blancos, pero en realidad quiere decir que son ladrones y estrelleros”.
Maliqueo no le confiaba ni un poquito a los secretarios técnicos administrativos que hablaban en representación de las comunidades originarias. Algunos habían trabajaron para estancieros con cargos como el de Inspector de Indios en los ingenios, como el San Martín del tabacal de Salta. Otro, de apellido Brignoli, era inspector de estancias de la Patagonia como la Menedes Behety. Se sabía que en el sur los estancieros habían cometido atrocidades con los selknam y los tehuelche. Enviaban grupos de cacería humana y pagaban por un par de orejas con tal de tener tierra libre y acrecentar el negocio ovejero.
El trabajo de Frites con Maliqueo era ad honoren. Su lugar de trabajo era el Hotel de Inmigrantes, el mismo al que habían alojado a su gente del malón de la paz en 1949, eso siempre lo recordaba. Entraba a las 15 y no se movía hasta atender a todas las delegaciones que venían a denunciar atropellos, desalojos, injusticias de todo tipo referidas a las tierras que habitaban. El primer día recibió a una delegación selknam, integrada por Leguizamón, Ishton, Rupatini y Garibaldi, todos altos y muy delgados. El problema que presentaron era que los estancieros estaban corriendo los alambrados y cada vez les quitaban más tierra. El Presidente Marcelo T. de Alvear en 1925 les había reconocido cuarenta y cinco mil hectáreas en la región de Tolhuin, que nunca se las respetaron.
Un día Maliqueo le dio una noticia que lo dejó atónito, tendrían una reunión con el mismísimo Presidente Perón. A Frites se le vino a la memoria el Malón de la Paz, el sentimiento triste de una herida abierta. Recordó cuando los maloneros volvieron con las manos vacías y contaron en el pago la frustración después de la caminata, el maltrato recibido por parte del gobierno que, a pesar de haberlos alojado en el hotel de Inmigrantes, no los trató como a los inmigrantes europeos sino como delincuentes. Después de meses de reclamos y de esperar una respuesta, los desalojó la policía a garrotazos, los cargaron en camiones y como si fueran animales, los mandaron de vuelta en un tren de carga. Para colmo, Perón, en radio Belgrano, había dicho que “los kollas vilipendiosos por la oligarquía terrateniente en Salta y Jujuy, aquí en Buenos Aires, al ser tan bien tratados no se quisieron ir, hubo que despacharlos a sus lugares”.
El día de la reunión, Perón los recibió en su despacho. Frites sabía que el presidente también tenía sus raíces indígenas, eran tres de distintas naciones y aún así estaba estupefacto, no podía creer tenerlo enfrente al hombre que admiraba, le parecía un sueño. Lo había escuchado decir en 1948 que “la tierra es de quien la trabaja”, pero esa vez estaba a dos mil kilómetros y ahora lo tenía al lado.
Maliqueo, que estaba acostumbrado a tener audiencias con la autoridad máxima, se lo presentó. Perón le estrechó la mano y con la otra le tocó el hombro. Cuando terminaron los saludos de presentaciòn, Maliqueo, para dar la oportunidad de que Frites se luzca, dijo “Eulogio Frites, preséntele al señor presidente las inquietudes de la juventud”. El joven abogado se quedó helado, quería decirle muchas cosas, cientos, hasta lo del Malón de la Paz. Miró fijo al resto de los presentes pero no le salió ni una sola palabra. Reinó el silencio. Perón entendió perfectamente lo que le pasaba, y le dijo “bien Eulogio, usted ha pronunciado el mejor discurso de los hijos de nuestra tierra, lo he leído en sus ojos, en su corazón”.
Perón quería conocerlos, porque ademas de Frites había otros jóvenes que se estaban capacitando y quería darles unas palabras de aliento. Debían estudiar para luchar por su tierra, estaban haciendo lo correcto porque el país los necesitaba también para cubrir todas las necesidades profesionales. Se necesitaban técnicos, ingenieros, políticos, pero también les dijo que debían organizarse para luchar “como única forma de sacudir el paternalismo” y la organización también significaba poder ocupar puestos legislativos, gobernantes, jueces de la República.
Maliqueo le contó a Perón el esfuerzo que hacían esos chicos de dejar sus lugares y venirse a la ciudad, donde se las arreglaban para trabajar y estudiar con los recursos que tenían. Entonces Perón dio la orden de que se los becara. Frites y el resto de compañeros quedaron muy movilizados con ese encuentro. Ellos podían cambiar la historia, llevar un poquito de justicia a los que no la tuvieron. Cuando se retiraron al hotel de Inmigrantes para continuar con sus labores, Maliqueo los hizo sentar en círculo y tomarse un rato para digerir lo hablado con el Presidente o mejor dicho, las palabras que les había entregado Perón.
Frites trabajó como carpintero mientras continuaba sus estudios. En la UBA obtuvo el título de abogado especialista en derecho penal.
Falleció en 2015 a los ochenta años. Dedicó cuarenta años impulsando la organización indígena y la capacitación de sus líderes en todo el país. Participó en la redacción del proyecto que se convirtió en ley 23.302 sobre política indígena y apoyo a las comunidades. Fue gestor del Primer Parlamento Indígena en Neuquén en 1972. Participó en la reforma constitucional de 1994. fue uno de los fundadores de la Asociación Indigena de la República Argentina y del Consejo Mundial de Pueblos Indios en Toronto, Canadá, entre otros tantos logros en bien de las Primeras Naciones.
En una ceremonia a la pacha mama sus bellas palabras se quedaron grabadas: “Padre sol, testigo de los tiempos, que se ilumine la mente de tus hijos. Invito a los hijos del sol a ponernos de pie. Enseñemos a nuestros semejantes a respetar la naturaleza. Aprovechemos el valor de la ciencia para revitalizar nuestras culturas. Las religiones, las ideas políticas deben armonizarse para respetar a los seres humanos, su hábitat, su mundo, su cosmovisión".
Ahora nos toca protagonizar a nosotros.