Desde Córdoba
En la primera noche del Festival Internacional de Teatro Córdoba Mercosur el aplauso cerrado de la concurrencia fue para Muances, obra del artista performático francés Camille Rocailleux y su grupo E.V.E.R, una banda multiinstrumentista que compuso un friso sonoro que entró en relación con impactantes imágenes extraídas de la web. Con textos solamente cantados en diversos ritmos, el espectáculo sumó concepto y movimiento. “Caminar sobre semillas y no sobre escombros” fue la síntesis final de unas imágenes que, en principio mostraron un estado global de deshumanización para luego diluirse entre los testimonios de activistas ambientales, sociólogos y educadores de diversas partes del mundo referidos al compromiso de grupos e individuos que luchan a favor de la organización transversal en todos los campos del quehacer humano, contra la decepción y la desesperanza.
Representando a Uruguay, dirigida por Gustavo Kreiman, las actrices Dahiana Mendez y Carla Moscatelli interpretaron en Tocar un monstruo los múltiples personajes que intervienen en la obra escrita por el montevideano Gabriel Calderón. Un prólogo dirigido a la platea anticipó el carácter brutal de las historias que serían interpretadas, además de invitar a la reflexión. El polémico montaje problematizó el rol de padres y maestros en la educación de infantes y adolescentes y puso el foco sobre la fuerza del impacto de los contenidos digitales en la vida de los más vulnerables. La obra desarrolla dos historias imbricadas entre sí que tienen en común un personaje adolescente que protagoniza una matanza. Una de ellas sucede en un barrio marginal, la otra, en un complejo hotelero cinco estrellas, como para no estigmatizar ni a ricos ni a pobres. Casi sin posibilidad de aflojar tensiones mediante la risa, el público debió unir los fragmentos de lo ocurrido como si fueran piezas de un rompecabezas que pone a la responsabilidad individual en un alarmante primerísimo plano.
Otro espectáculo que interrogó directamente a la platea acerca de su responsabilidad personal frente a la violencia actual fue La errante: una madre Coraje, escrita y dirigida por dos italianos, Michele Santeramo y Gianluca Barbadori respectivamente, con la actuación de Lucía Nocioni, notable actriz de la Comedia Cordobesa. El monólogo parte del personaje de Anna Fierling, protagonista de la obra de Bertolt Brecht, cantinera que vende su mercancía a las tropas enfrentadas durante la Guerra de los Treinta Años, sin ninguna contradicción moral de su parte. Esta versión de la veterana acomodaticia y ventajera comienza hablando del coraje que hay que tener para soportar a los poderosos y señalando que el altruismo sólo prospera en quienes tienen el estómago lleno. Con el cinismo del personaje original, ella opina que la guerra no es un estado temporal sino una necesidad básica de los seres humanos, que trasladan su fervor bélico a todas y cada una de sus relaciones y que por este motivo hay que acostumbrarse a la crueldad. Lo interesante del espectáculo es que ofrece otra perspectiva cuando la actriz se despoja de su personaje y narra una parábola de supervivencia en la que otros sentimientos prevalecen por sobre la crueldad y el propio beneficio. De todos modos, la obra no concluye con un final tranquilizador de conciencias.
Perú se hizo presente con Inés Pasic, titiritera fundadora de la compañía Gaia junto a Hugo Suárez, ambos especializados desde los ‘80 en crear títeres utilizando diferentes partes del cuerpo. En el caso de la obra presentada, Desde el azul, la intérprete de origen bosnio usó solamente sus manos para crear sus personajes, además de manipular diferentes objetos. Sobre un fondo de sonoridades diversas -desde música sacra hasta Piazzolla- sus criaturas surgen dotadas de brazos elásticos y piernas elegantes hechos con los dedos de la propia titiritera, quien los pone en dinámico lucimiento tanto sobre una mesa como desde adentro de un pequeño cofre. Cuando Pasic interactúa con sus personajes ella se transforma en niña o en amante apasionada. Y cuando sus criaturas le piden consejo, lo hacen con un gesto breve si es que no intentan huir de ella en son de rebeldía.
En Azira’I, la obra que representó a Brasil, la actriz indígena Zahy Tentehar conjugó canto, danza y narración, tanto en portugués como en la lengua ze' eng eté del nordeste de su país. Con acierto alternó la descripción del ambiente selvático con los detalles de su vida en Río de Janeiro, en un juego entre lo heredado y lo apropiado. Fue una de las muestras del carácter desprejuiciado de la programación de este festival que, desde su origen en los ’80 y en su recuperación a partir del año 2000, no se ha venido nutriendo de modas teatrales sino que buscó siempre ofrecer espectáculos que hablen de la confrontación con lo diverso.
También fue el caso de Wajtacha, obra representante de Bolivia, que a partir de la ejecución de un ritual sangriento que tiene lugar en el interior de una mina deja a la vista las contradicciones entre los intereses del dueño de los derechos de explotación, los propios mineros y su representante sindical. Promediando el festival que cierra el próximo domingo, se presentó por Caba el excelente juego de ventriloquía que ejecuta el actor Lautaro Delgado Timruk en Seré, poniéndole el cuerpo a la voz en off de uno de los prisioneros que logró escapar de la mansión Seré, en 1978. Además de ser una pieza artística que garantiza memoria histórica, Seré es un instructivo de fuga, como afirma el propio actor en escena: un modo de escapar de la situación de ser narrado por otros para romper con cualquier discurso impuesto y elaborar uno propio, con toda la urgencia del caso.