Estarán presentándose en Uniclub el domingo 07 de diciembre, preferiado. ¿Por qué no vemos a esta banda en los medios que se dedican a difundir la escena emergente, a pesar de que el dúo llena boliches todas las semanas?

Más que un dúo, es un cuerpo extraño que la cultura no sabe digerir. No buscan gustar, sino una que te enfrenta a la realidad más absurda, la decadencia, con la risa como forma de resistencia. Creo que el rechazo de la escena a Fama y Guita tiene que ver con esto. . Su música les demuestra que, en realidad, ya no están siendo subversivos: están cómodos.

Qué es Fama y Guita es algo que no es fácil de explicar. O quizás sí. Fama y Guita es un dúo compuesto por una trava venezolana comunista y un ex militante montonero viejo y arrugado que se va quitando ropa a medida que el show avanza. Lxs acompañan bailarines que dirigen al público y nos hacen bailar coreografías estúpidas. Nosotrxs obedecemos. Nos entregamos.

Fama y guita es, en palabras de sus integrantes, “el hijo abortado y deforme que tuvieron los Miranda! con los Sex Pistols.” “Un carnaval carioca de montoneros sadomasoquistas y drag queens fans de Flema”. Buscan el efecto, el agite, los escándalos. Generar bardo, organizar la fiesta, bajar línea, hacernos gritar “¡viva la Santa Federación!” y emocionarnos al ondear sobre nuestras cabezas una bandera del orgullo trans que es tan grande que nos tapa a todos. Bardo, pero organizado. Risa y política. Goce y libertad. El baile que nos junta.


Mari

Vino a Buenos Aires a sus quince años, y hoy se siente más argentina que venezolana. Mari, cómo todas las chicas trans que conocí, es una encarnación de la resistencia. Escritora, performer, mamarracha, panki. Está harta de que todas las bandas de la escena hagan el mismo shoegaze y post punk pedorro.

Sostiene que forma parte de una generación aburrida que no se anima a quedar mal con nadie, una generación a la que le falta punk. Para ella, el punk es un cagarse de risa. La voz de Mari es la voz de alguien que ya venció el miedo al ridículo que esa escena tanto teme.

Mari es, antes que nada, una anomalía. En una escena donde casi todas las estrellitas del under son blancas, cis y porteñas, ella aparece como una excepción total: migrante, trans, punk, comunista. Y eso incomoda. No porque lo diga, sino porque lo encarna. En un ambiente que presume abrazar lo diverso, su sola presencia desnuda lo contrario: en la escena, pega lo homogéneo, lo cómodo, lo que se repite. A simple vista, Mari parece salida de un futuro donde la cultura underground porteña se animó a ser lo que todavía no es. No se disfraza para el escenario: vive así. Anda por Buenos Aires con una hoz comunista pintada en la cara, un gorrito militar de cuero, y aros hechos con pastillas —a veces ibuprofeno, a veces sus hormonas—. Es imposible no mirarla, y a la vez, es incómodo hacerlo.

Esa incomodidad no es gratuita: es política. Mari no habla de política como lo hacen muchas otras bandas, con consignas vagas o frases sobre la libertad que no molestan a nadie. Mari se anima a quedar mal. Cita a Mao Tse-Tung, a Marx, habla de lucha de clases, de imperialismo, de revolución. Y no lo hace desde la solemnidad, sino desde la ironía y el humor.

Rick

Tiene setenti-algo. Lo conocí hace tres años en un sucucho llamado El Oceanario, desvistiéndose y recibiendo latigazos en el culo propinados por Mari. Llegó el látigo, la ley del látigo. Esa canción, ese baile, esa demostración de que la palabra osado le queda corta. Rick es inolvidable.

Salido de las mismísimas vísceras del under porteño, tuvo una banda en los ochentas, compartió gira con Sumo y escribió las letras del último disco de Virus, después de la muerte de Federico Moura.

En el show, vemos el cuerpo de Rick. Visibiliza la grieta entre lo que se decimos que somos (centennials modernos, progres, under, cools) y lo que en realidad estamos siendo: cómodos. El under no soporta el cuerpo de Rick. Rick, ante todos, se desnuda. No como gesto gratuito, ni como provocación barata. Se desnuda porque su cuerpo —viejo, arrugado, flácido, masculino y aún así cargado de deseo— es una declaración de guerra contra la estética higienizada de la cultura contemporánea. En un ecosistema que finge rebeldía pero le teme al ridículo, a la fealdad, a la vejez, Rick aparece como un recordatorio brutal de que la libertad sin riesgo es solo una pose.

Su cuerpo no encaja. No cumple con ninguno de los códigos del deseo que manejan las fiestas, los flyers, las portadas de los medios “alternativos”. Ese público que se dice libre, diverso, abierto, se encuentra frente a algo que no puede estetizar ni digerir. Un cuerpo que arrastra toda una historia de rock, de militancia, de noches sucias, de supervivencia. Es un cuerpo que no tiene nada más que perder, y por eso se atreve a mostrarlo todo.

Por qué Fama y Guita es urgente

No quiero venir a decirles “¡vengan a Fama y Guita porque está buenísimo!”. Quiero decirles: vengan a ver a Fama y Guita porque su show nos saca de la indiferencia en la que estamos sumidos frente a nuestra propia extinción. Con el cerebro quemado, busco dopamina fácil. Mientras el mundo colapsa, todos en modo avión. Vale la pena pensar en eso. Cantar sobre eso. Reírnos de eso. Es la manera de combatir contra eso.