Cuando tenía catorce y su primo todavía no le había puesto Srta Trueno Negro de sobrenombre, Natalia Drago se aburría muchísimo en Miramar y casi que su única diversión era encerrarse en su cuarto a garabatear sus primeras canciones y escuchar una banda llamada Grupo Mazinger, introducida por aquel mismo primo. “Eran de La Plata, amigos de El Mató a un Policía Motorizado cuando recién empezaban y cofundadoras del sello Laptra. Ambas me gustaban. Pero mi favorita era Grupo Mazinger”, dice esta veinteañera de flequillo y pelo corto siempre atado; los jeans cortados a tijera y camisas elegantes de feria. Y la mirada algo seria, como retraída: “Siempre fui tímida. Todavía lo soy”, reconoce quien diez años después dio muchos pasos para vencer esa timidez y llevar adelante su música. Ésa que en los últimos dos años (y tras unas ediciones artesanales) obtuvo su mejor versión con un primer disco oficial de estudio (Sonido Donosti, salido a fines de 2016) y un reciente EP de covers (¿Qué quieres que te diga?, de 2017) que sólo reúne temas de bandas españolas. “Creo que acá el rock español sigue estando subvalorado. Injustamente”, apunta respecto a bandas como Los Planetas, Le Mans o Family, y al “Donosti Sound” con el que eligió titular su disco. Y que refiere a la manera en que cierta movida indie-pop de principios de los 90 surgida en San Sebastián y la región Donostia del País Vasco fue englobada por la prensa española: “Un sonido plácido y sencillo, una actitud sin pretensiones. Con letras melancólicas y algo naif que narran historias cotidianas”. 

En ese plan, las canciones de Natalia planean sobre una expresividad apenas remarcada. Una chica que vive en la playa, mira People and Arts y sueña con viajar en camioneta (“Su playa”) o una tarde de verano en el que “el tiempo y sus disparos de ansiedad” no dejan de resonar a cada paso (“Falso verano”). Todo bajo un minimalismo que se vuelve preciado: melodías sostenidas en un sólo golpe repetido; distorsiones que asoman sin desbordarse; teclados que titilan unos segundos y se van. “Mis referencias de toda la vida son The Velvet Underground, Nico, Lou Reed. Siempre me gustó esa forma de cantar como hablada, ruda, pero a la vez sensible. Sin enfatizar las melodías”, señala Natalia, que para ambos discos contó con la intervención clave de José “Peta” D’Agostino, referente sonoro de cierto under actual desde su concurrido estudio Moloko en el barrio de Parque Patricios y su experiencia como ex integrante de Go-Neko! y colaborador de numerosas bandas (entre ellas, no casualmente, la de Srta Trueno Negro). “Con Peta compartimos un criterio musical que es prácticamente el mismo, además del sello Laptra, el grupo de amigos, el camino recorrido. Con él es muy placentero grabar porque te escucha y siempre está dispuesto a hacer cambios y llegar un resultado mejor”, subraya, agradecida.

Antes el camino tuvo sus vueltas. En Miramar los incentivos eran escasos y Natalia se recuerda caminando en invierno por la principal del centro, un poco angustiada por la desolación y ese viento capaz de doblar los árboles (“Miramar debe ser de los balnearios de la Costa más ventosos que hay. No para nunca”) y otro poco animada por las ganas acumuladas de saber que aún está todo por suceder. “En una de esas caminatas veo un cartelito que ofrecía clases de música: la primera gratis. ‘¿Probamos?’, le digo a mi amiga. Y ella tanto no se copó. Pero yo sí. Mucho”. Tenía doce años y lo primero que aprendió fue “Come As You Are”, de Nirvana. Lo siguiente fue refugiarse cada vez más en su cuarto y en los casetes que le traía su primo (aquel que la bautizó artísticamente) que vivía en La Plata y estaba al frente de otra banda iniciática de Laptra llamada El Destro; hoy de culto por su estilo rockero y crudo. “Me moría de ganas de ir a ver grupos allá”, cuenta Natalia, que en aquel entonces todavía era adolescente y debía obtener el permiso de sus padres. Y la excusa perfecta fue visitar a su hermana, ya instalada allá por estudios universitarios.

“El viaje habrá sido en el 2007. Y el primer recital que vi fue uno de El Mató (porque Grupo Mazinger ya se había separado) en El Ayuntamiento”. Una experiencia que le quedó grabada porque además del show en sí fue donde conoció a Reno, personaje multitalento e hiperkinético de aquella misma movida platense (en aquel momento líder de los Castores Cósmicos) que apenas escuchó sus primeras grabaciones la alentó sin vestigios de duda. “Nos empezamos a pasar musica por el Messenger. Y él me decía: ‘¡Ah, no! ¡Pero esto me lo tenés que pasar así te lo grabo ya!’ Lo gracioso es que yo había registrado con un micrófono de computadora. Y él... ¡hizo lo mismo! (risas). Aunque con unas técnicas especiales que tiene y que hace que todo suene mucho mejor”. Aquel primer disco low-fi (hoy escuchable en su Bandcamp) ya mostraba el estilo de sus letras (“Me gusta hacer letras descriptivas que se enfoquen en un momento cotidiano. A veces más existencialistas; otras más efímeras”). Y fue el que circuló después mano en mano (contenía temas como “Mi cumpleaños es un bajón”) y empezó a hacerla conocida con diecisiete años recién cumplidos. “No sé si hoy estaría acá sin ese entusiasmo de Reno y el golpe de confianza que me dio. Son cosas que no me olvido”

Con ese aval y ya instalada en La Plata –donde además de sobrevivir con distintos trabajos que no le impidieron seguir con la música, se anotó en Filosofía y cursó hasta casi recibirse– Natalia consolidó una banda que la acompaña al día de hoy (además de Peta, talla fuerte en los teclados Marto de Los Subterráneos) y con la que hace unos meses viajó a España, el país del “Donosti Sound”. “A ellos les resultó divertido que alguien de tan lejos reivindicara esos grupos y ese estilo de los 90. Nacho Ruiz, un DJ importante de allá, me escribió felicitándome por el disco y me alentó a que fuera. Y por suerte lo pudimos hacer”, cuenta sonriente, feliz. Y, como en aquellos días de refugio en su cuarto adolescente en Miramar, con todo el futuro aún por suceder.