Encoge los hombros para tomar el último trago de leche caliente. Se levanta tambaleándose hacia adelante, acomoda la carpeta tejida al crochet mientras se toma de la mesada. Apaga la radio. Sigue con el tambaleo en cada paso hasta alcanzar el bastón. Mira de reojo a Manchu que descansa al lado del recipiente al que nunca le falta agua. Ahora que bajó el sol abre la puerta que da al pasillo y hace el recorrido de las plantas. Con la pava deja caer unos chorros en el helecho, pasa por el malvón, el palo de agua, el jazmín enano y riega con las últimas gotas la planta araña que está esplendorosa. Levanta la vista y nota que el reflejo del sol desapareció, el pasillo queda opacado. Detrás del esmerilado de la ventana se ve la silueta de alguien que apoya el mentón en el marco. El timbre confirma la visita. Grita que ya va, deja la pava, agarra la llave, suena el segundo timbre y se desliza hacia la puerta. La sombra sigue ahí, la cabeza no se separa del vidrio. Ella camina y cuando pasa la rejilla de desagüe se escucha el tercer timbre. Balbucea que ya va. Manchita la acompaña todo el trayecto como si fuese un Dóberman. Abre la ventanita de la puerta y desaparece la silueta. Se asusta y la cierra rápido. Escucha la voz de su nieta. Es Marianella, le dice a Manchu, que no deja de saltar.

--Hola Noni.

--¡M´hijita, me vas hacer desmayar del susto! ¿Qué hacés por acá? No me avisaste que venías.

--Es que hoy no tuve clases y hace tiempo que quiero hablar con vos.

--Sí, me tenías abandonada, che... responde mientras se abrazan. No se sueltan hasta que el ladrido de Manchu se hace insoportable. Marianella lo alza y ve el bastón de su abuela, pero se hace la distraída dándole besos a Manchu, mientras le dice que extraña sus buñuelos.

--Andá a lo de Leonilda a comprar un paquete de harina leudante, que te lo anote a nombre de Corita. De camino al almacén Marianella deja caer una lágrima mientras la abuela pone la pava. Verla así, por primera vez con el bastón, la hizo entrar en cuenta de que hace seis meses que no la visita y se promete que por lo menos una vez por semana vendrá, como lo hacía antes.

--Ya te habías olvidado de tu nona.

--Lo que pasa es que tengo mucha tarea y volver a Gálvez desde acá después de la escuela no da.

--Hoy los buñuelos los hacés vos.

Marianella golpetea las manos y levanta los dos puños. Agarra el batidor de alambre que está en el primer cajón y pone los huevos en la fuente de acero como le acaba de indicar su abuela.

--¿Cómo anda tu mamá?

--Ahí, medio medio. Tengo miedo de hacer lío Noni. ¿No querés hacerlo vos? Te vengo a avisar también que al final no voy a hacer el cumple en Stylo. Hago algo en casa, con las chicas y chicos del Poli. Vos estás invitada, obvio -dice Marianella.

--Seguí vos, vas bien. Ahora ponele media taza de leche, una cucharada de aceite y otra de la esencia que está en la primera puerta de la alacena -le responde Cora.

Marianela se entusiasma y empieza a bailar mientras hace la preparación. --¿Cómo no vas a festejar tus 15? Si ya habían señado el salón y todos te ayudamos a juntar tu platita.

Cora escucha la respuesta que no quiere oír: --Es que papá se quedó sin trabajo, lo echaron de la General. ¿De este tamaño está bien? ¿O más grande el bollo?"

Cora se queda callada. Marianella insiste con la pregunta. --Sí querida, de ese tamaño está bien -le contesta y se sienta con la mirada hacia adelante apoyando la pera en el bastón.

--¿Lo frito acá? -pregunta Marianella que señala una sartén.

--¿Vos querés festejar?

--Sí, me encantaría, pero ya me lo saqué de la cabeza. Lo que tenía ahorrado se lo di a mamá. La quiero ayudar, parece que se van a separar. Vos por las dudas no digas que te lo conté. Papá se la pasa llorando y ella no quiere estar en casa. Sale a vender fotos, con eso compra la comida. Antes imprimía con la impresora de casa, el otro día se le rompió y le di los ahorros para comprar una, es con sistema continuo. Rinde más.

--No sé qué es eso pero hiciste bien, estoy muy orgullosa de vos -dice Cora mientras le enseña a Marianella a freír los buñuelos. Ahora Cora queda a cargo de la sartén. Saca los primeros bien dorados y le cede la cuchara a Marianella que queda encargada de los últimos, los pasa por azúcar y saborea uno que está tibio.

Cora demora. Marianella entra a su pieza y la encuentra haciendo malabares con el bastón, hurgueteando encima del ropero.

--¡Abu! ¡Te podés caer!

--Tranquila querida, ya está. Acá encontré lo que quería. Tené así bajo -dice Cora dando dos golpecitos suaves en el colchón.

Marianella se sienta, abre la caja y enseguida se la devuelve.

--No m´hija, eso es para vos, te vas a la joyería donde trabaja mi amiga Marta de calle Maipú y lo cambiás.

--Pero abuela vos tampoco tenés plata.

--No importa, yo quiero que hagas tus quince. Después pasá por el local que está por San Martín y Mendoza, elegí la tela y el color y yo te hago el vestido.

--Pero si tenés reuma, te va a hacer mal.

--Mañana llamo a Fernando del Bochin Club que es un pibazo y le preguntamos cuánto está el alquiler. A mí seguro que me hace precio.

Marianella usa las dos palmas de las manos para secarse las mejillas.

--Tomá, llevale los buñuelos a tu mamá. Te salieron más ricos que a mí. --No seas exagerada abuela.

--Un finde podés venir a dormir y me acompañás a llevar al Manchu a ponerle la vacuna. Tirá las llaves por la ventana. Estoy cansada de caminar. El pasillo cada vez se me hace más largo.

 

[email protected]
 
* Integrante del Taller de lectura y escritura creativa coordinado por Dahiana Belfiori.
[email protected]