PáginaI12 En Gran Bretaña

Desde Londres

Año Nuevo, vida vieja. En un intento de mostrar que nadie más lleva las  riendas y que no es rehén política de nadie, la primera ministra Theresa May buscó estampar su sello sobre este 2018 con un cambio de gabinete. Los titulares del domingo y el lunes vaticinaban que volaría una cuarta parte de los ministros para “refrescar” a un gobierno desgastado por unas elecciones que lo dejaron necesitado de alianzas parlamentarias para gobernar y una tortuosa negociación con la Unión Europea (UE) por el Brexit.

La distancia entre el globo mediático y la realidad resultó farsesca. A media mañana de ayer se daba por descontado que Jeremy Hunt dejaría Salud para convertirse en el nuevo viceprimer ministro en reemplazo de Damian Green quien renunció el mes pasado por mentir sobre el material pornográfico que tenía en su computadora. La ministra de educación Justine Greening se haría cargo de Trabajo y el ministro de Transporte Chris Grayling pasaría a ser el presidente del Partido Conservador, un cargo de mucho peso político, sacando del medio a Sir Patrick Mac Loughlin.

A media tarde toda esta especulación de grandes cambios se había convertido en un enredo digno de Gabriela Michetti. Un jubiloso tuit del Partido Conservador al mediodía comenzó el giro farsesco al ofrecer sus públicas felicitaciones a Chris Grayling “following his appointment as Conservative Party Chairman”. En medio de un revuelo de entrevistas, interpretaciones y festejos, salió la noticia de que, en realidad, el nombrado para el cargo era Brandon Lewis, ex ministro de inmigración: Grayling no se movería a ningún lado, es decir, permanecería en Transporte. Un error lo tiene cualquiera, de manera que el foco de la especulación mediático volvió a  Jeremy Hunt que podía pasar a ser el número dos de May, pero a media tarde se supo que en una reunión con May, el ministro de salud la convenció “con una apasionada defensa” de su trabajo, según la BBC, de que quería seguir al frente de su cartera.

May se quedaba sin una de las sillas que quería cambiar. No le fue mejor con la ministra de educación Justine Greening, declaradamente gay, representante del ala “moderna” del partido. Lejos de querer el ministerio de Trabajo y Pensiones, prefirió dejar su puesto, con lo que May se encontraba con dos sillas vacías de un saque. La primer ministro decidió entonces premiar a Hunt con una parte de la silla que le iba a tocar a Greening y extendió su título de ministro de salud a cargo del área de Bienestar Social. En Educación promovió a Damian Hinds que no podía creer cómo había girado la rueda de la Fortuna para acordarse de él, diputado de bajo perfil que hasta ayer nadie imaginaba a cargo de un ministerio.

¿Qué hacer con el número dos que había dejado vacante Damian Green por la variedad del material porno que encontró la policía en su disco duro? David Lidington salió del ministerio de justicia y se convirtió en el hombre de confianza de May, a cargo de los cruciales comités vinculados con el Brexit. ¿Qué pasaba con la silla de Justicia que vaciaba Lidington? El conejo que salió de la galera fue otra figura escasamente conocida, el diputado David Gauke, que se convirtió en el tercer ministro conservador de esta cartera en un año.

El caos en 10 Downing Street se reflejó en la reacción de los mismos conservadores en las entrevistas que concedían. Cuando todavía se pensaba que Hunt iba a dejar Salud, un diputado conservador, Andrew Bridgen, salió a defender su desempeño ministerial con un gaffe de esos que hacen historia. “Nosotros hemos hecho una gran inversión en salud. Y yo creo que Jeremy Corbyn, que ha logrado que se atiendan a casi 2 millones de personas más en Accidentes y Emergencias en un año, ha hecho un trabajo extraordinario con los recursos que tenía”, dijo Bridgen a Sky News.

Leyó bien el lector, no hubo error de tipeo: Bridgen dijo Jeremy Corbyn. Seguramente  mareado con el giro de los nombramientos, Bridgen habló del primer Jeremy que le vino a la cabeza sin darse cuenta de que le daba un ¿inconsciente? reconocimiento al líder de los laboristas. El fallido hizo furor en las redes sociales. Corbyn pasó con elegancia la oportunidad del chicaneo político y se concentró en el anunciado recambio de gabinete al que calificó de un “inútil y deslucido ejercicio de relaciones públicas” en medio de la profunda crisis que atraviesa el Reino Unido. “En 2018 el impacto del programa de austeridad conservador está golpeando a los británicos. La crisis más trágica es la del Servicio Nacional de Salud con pacientes que están muriendo mientras aguardan la llegada de ambulancias que están estacionadas vacías en los hospitales y los corredores se llenan de camillas y pacientes. Y no es solo eso. Aumenta otra vez la tarifa de los trenes, se desmantela el servicio de seguridad social, la crisis de la vivienda quedó expuesta con el terrible incendio de Grenfell y con los conservadores que querían sacar a los sin techo de las calles de Windsor, mientras el gobierno pone en peligro los trabajos y el nivel de vida de la población con una caótica negociación de Brexit”, dijo Corbyn.

La negociación con la Unión Europea (UE) por el Brexit estuvo prácticamente ausente en los anuncios de May. La primer ministra conservó a sus principales espadas en los puestos que estaban. A media tarde se sabía ya que Philip Hammond, un Soft Brexit, continuaría en Finanzas, mientras que los tres mosqueteros del Hard Brexit –el canciller Boris Johnson, el ministro del Brexit David Davis y el de Comercio Liam Fox– seguirían en sus puestos buscando un corte tajante con la Unión Europea que, además, conserve el máximo acceso al mercado unificado continental. La única señal que dio May respecto a la negociación fue negativa. Según el Daily Telegraph, como parte de la recomposición del gabinete, habrá un nuevo ministro, el de “No Deal Brexit” (Brexit si no hay acuerdo: así se han convertido los títulos ministeriales en el Reino Unido), para la eventualidad de que en los próximos 10 meses no se alcance un acuerdo.

Esta eventualidad está a la vista. La diversidad de opiniones en el gabinete es tan caótica como el recambio que ensayó May ayer. El ministro de Finanzas Hammond indicó esta semana que no descartaba una unión aduanera con la Unión Europea al estilo de la que tiene Turquía una vez terminado el período de transición post-Brexit (período de transición que, por el momento, es una hipótesis porque si no hay acuerdo, no hay transición). Turquía tiene un acuerdo aduanero con la UE para todos los productos menos los agrícolas. El problema es que la misma May negó el año pasado una salida de este tipo y Liam Fox, el ministro de Comercio, es un abanderado de firmar acuerdos de libre comercio con todo el mundo, algo que no podría suceder si el Reino Unido forma parte de una unión aduanera con la UE, es decir, si tiene los mismos aranceles que el continente en su relación comercial global.

En resumen, el recambio de gabinete mostró que no hay nada nuevo bajo el sol a pesar de las pretensiones de May de hacer “borrón y cuenta nueva” con una sorpresiva jugada de principios de año, proverbial tiro por la culata que le salió tan mal como la convocatoria anticipada a elecciones el año pasado, aunque no sea tan grave en sus consecuencias. Con este elenco el Reino Unido tendrá que negociar con la UE a ver si llega en octubre a un marco-acuerdo sobre el tipo de relación que tendrán después del que el 29 de marzo de 2019, los británicos dejen de pertenecer al bloque europeo.