En estudiada sintonía con el modelo económico en marcha en el país se conocieron declaraciones públicas de un diputado de la Nación acerca del genocidio padecido a manos del terrorismo de Estado a partir de 1976. En ellas, llamó a la “reconciliación” sobre lo sucedido. Además de las imprescindibles muestras de repudio que semejante osadía generó en los sectores más democráticos y sensibles de nuestra comunidad –que son mayoría–, resultan oportunas algunas reflexiones sobre el hecho.

“Reconciliarse”, según la Real Academia, es “volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos”. A su vez, la “amistad” es definida como “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”. En una necesaria síntesis de lo sucedido en el periodo que hoy inspira la propuesta en cuestión, podemos recordar algunas características del “trato” al que alude la definición de amistad. En ese sentido, cabe recordar que, a fin de implantar un modelo económico de trasferencia de recursos de los sectores vulnerables al de los más poderosos, se produjeron decenas de miles de actos que permiten tener una acabada imagen de la época. Así, los ideólogos del modelo, dilectos alumnos de la conocida Escuela de Chicago, contando con la imprescindible mano armada, ejecutora material, y con la notable garantía de una “zona judicial liberada”, brindada por un sector de jueces y fiscales asociados a la criminal empresa, actuaron. Comenzaron –como en todo genocidio– definiendo al “enemigo”, que en el caso de nuestra región no fue otro que todo ciudadano que se opusiera a la implantación del modelo de despojo en marcha. Esa definición llegó a incluir un espectro tan amplio que abarcaba a los “simpatizantes” de quienes resistieran y luego a los “indiferentes”. Una vez definido el grupo, se llevó adelante un plan sistemático de secuestro, tortura, aislamiento, desaparición y muerte, que son los pasos siguientes de todos los genocidios producidos en la triste historia del siglo XX. En esa secuencia, las/los adultas/os secuestrados eran torturados salvajemente, violados y asesinados de las más diversas maneras, manteniendo vivas y luego liberadas a algunas de las víctimas, a fin de garantizar que su relato o en su caso la sola imagen del daño padecido, se irradiara al resto de la sociedad. A las mujeres embarazadas, se las mantenía con vida hasta el parto, y luego de asesinarlas, entregaban los bebés a distintos apropiadores que en algunos casos pertenecían a las propias fuerzas de seguridad y, en otros, ni siquiera conocían el origen y circunstancias de los nacimientos. De la síntesis del descripto “trato” recibido por las víctimas, del terrorismo de Estado, cabe regresar al comienzo de la definición de amistad, en la que se alude al “afecto personal, puro y desinteresado”. Pensar que entre una víctima que aún conserva las quemaduras de la picana eléctrica en su cuerpo y quien la conectó a 220 voltios para luego introducirla en la vagina o apoyarla en los testículos puede haber algún grado de “afecto”, es de sinvergüenza. Finalmente, la Real Academia define al “sinvergüenza” como “alguien que comete actos ilegales en provecho propio, o que incurre en actos inmorales”. Proponer una reconciliación entre genocidas y víctimas, es decir, que vuelvan a la amistad, o sea al afecto personal, es de sinvergüenzas. Además, en el caso de la Argentina y su legislación, ello es inequívocamente ilegal (contrario a la Constitución Nacional) y obviamente inmoral. Claro que, en un país con presos políticos, y ancianos apaleados y hambreados, el sinvergüenza no es sólo el que propone una ilegalidad, también lo son quienes encarcelan injustamente, insultan, descalifican y desprotegen a los sectores más vulnerables de nuestra sociedad. 

* Ex juez federal.