“Ella piensa siempre en suicidarse. No porque ame la muerte sino porque considera que el sufrimiento deviene demasiado grande y sabe que llegará un día en el que ella, pequeña como es, ya no podrá contener tanto dolor y entonces”. Alejandra Pizarnik escribió esto a mano, en un cuaderno tipo libreta un día del verano de 1950. Tenía 14 años. 

Sabemos esto dado que acaba de llegar a la Argentina la nueva selección corregida y aumentada de sus Diarios, que incluye a manera de Apéndice algunos documentos hasta ahora inéditos de los conservados en la Universidad de Princeton. En el prólogo, su albacea Ana Becciú, acepta que el corpus total de su obra como diarista aún no ve la luz (entradas suprimidas, casi todo 1971 y 1972 completo): “sigue siendo forzosamente una selección, pues acepto y asumo el principio a la intimidad de la autora y su familia, y de las personas que aún viven y podrían reconocerse”.  

Los Diarios arrancan en septiembre de 1954, con lo cual la aparición de estas anotaciones hechas por Pizarnik en 1950, siendo casi una niña, se convierten en un antecedente deslumbrante. No sólo revela la lucidez pasmosa de Pizarnik, sino que desde la primera línea, ya está ahí la poeta: “Se mira las manos: sin pájaro, sin olas, sin alba. Qué puede hacer ella en este mundo”. Y más adelante: “Sufre como un preso enojado con su guardián”; “Junto al mar dormir el sueño de los no iniciados”. También están ahí los tópicos de su vida y obra: suicidio, muerte, dolor. El uso del desdoblamiento yo-otro para escribir (“... ella no sabe qué hacer conmigo misma”); la hiperconciencia de sí, y su extranjeridad perpetua respecto del mundo. “No sabe qué hacer, quisiera borrar de su memoria todo lo relativo a la máquina e interesarse por la política, por el cine y por otros saludables ejercicios. Pero no puede hacerlo y no lo puede porque para realizarlo debería suprimir su existencia” (el resaltado corresponde al original). Así que cuando escribe casi al final: “Ella no necesita estudiar porque ya lo sabe todo desde hace mucho tiempo”, o “Hubo una vez una niña que comprendía todas las cosas y todos los seres”, no se puede menos que darle la razón.

Con la aparición de estos documentos, se puede leer a Pizarnik en vivo durante una época de la que hasta ahora se tenía referencia indirecta a través de los mismos Diarios. Sobre todo en las entradas correspondientes a París (1960 a 1964) Pizarnik recuerda cómo en sus épocas de colegio secundario permanecía largas horas encerrada en su habitación leyendo o escribiendo y solo salía entre las dos y las seis de la tarde cuando sus padres se iban y la casa quedaba sola. Entonces ponía discos de jazz, de  Johnny Ray o Frankie Laine, cerraba los ojos para imaginar que cantaba delante de todo el colegio y la aplaudían. Bailaba por todo el comedor y a veces tropezaba con mesas y sillas. También saber de su dificultad para las amistades y hacer lo que hacía todo el mundo, “ir algún bar lácteo” o al cine. Habla de sus lecturas (“Creo que leía a Proust en esa época”) que pueden seguirse de manera detallada a lo largo de los primeros cuadernos de 1954 y 1955 donde efectivamente aparecen citas constantes de En busca del tiempo perdido y también de los Diarios de Kafka (es citado hasta el final y atraviesa toda la obra), Katherine Mansfield y Baudelaire. También, menciona a Dante, Shakespeare, Goethe. Faulkner aparece transcrito en el cuaderno de junio de 1955 con fecha y hora. “7 y 1|2. La Boca. Ese furioso deseo de hacer retroceder el tiempo un minuto siquiera, para deshacer o completar algo cuando ya es demasiado tarde”. Y a los pocos días: “Comienzo a leer A la recherche du temps perdu. Llego a la p. 14 Qué análisis tan sutil! (y me pongo a pensar y a sentir, lo cual es siempre triste”). Más adelante: “12: Leo a Proust. 13: Almuerzo. 13.30: Sigo con Proust. 14: No llamo a Jorge ¿por qué? 17: Voy a la óptica. Mis queridos anteojos no tienen compostura (merde!). 17.15: Leo a Proust en el ómnibus. Al pasar por el riachuelo lo miro ensoñadora”.

Otros Apéndices son resúmenes de sus diarios, lo que confirma que Pizarnik los trabajaba como un texto y había comenzado a hacer lo que tantas veces se había propuesto: transcribir parte de ellos (“los que valgan la pena conservarse”) y mejorarlos, quizás con la intención de hacerlos públicos (de hecho algunos aparecieron en publicaciones como Fragmentos de un diario). Si bien hay entradas donde se cuestiona esto mismo: “Temor de empezar un nuevo cuaderno. ¿Para qué escribir diarios y no obras literarias?” (1969). Otro Apéndice lleva el título (que ella misma escribe en rojo) de “Lenguaje”, donde revela algo de su intencionalidad al escribir. “El yo de mi diario no es, necesariamente, la persona ávida por sincerarse que lo está escribiendo”. 

Explicar un perfume

Miedo es una de las palabras que más aparece en los Diarios, de principio a fin. Recién cumplidos los 19 anota un lunes: “¡¡Tengo miedo miedo miedo!!” “Cruel despertar a las 11 h. No veo sol. Ni cielo. Ni nada. Encerrada en la torrecilla voluptuosa. No hago nada. Enferma. Náuseas. Dolores de cabeza y de pecho. Los párpados derrotados (¡dormí 12 h!). Quise escribir. Escribí diez líneas describiendo una escena erótica; ¡terrible!”. “Mi  nuevo drama nació del miedo de ayer. Y también, sobre todo, de la muerte planeando mi persona” (1971). Varios de los biógrafos de Alejandra Pizarnik sostienen la hipótesis de un abuso sufrido en la infancia, y si bien no hay ningún documento que lo confirme, hay entradas que permiten deducir experiencias traumáticas repetidas y sostenidas en el tiempo. Las anotaciones más contundentes en ese sentido son las de París, donde Alejandra asocia su dificultad para respirar y sus desórdenes en la alimentación, con su niñez. “Y quizás llore y grite y les recuerde (a los padres) cuánto me frustraron de niñita: no me compraron la bicicleta, me pegaron a los doce años, fornicaron en mi presencia, se besaban cuando yo miraba, me hicieron dormir en su cuarto hasta los ocho años, mamá me amenazó con cortarme la mano una vez que me descubrió masturbándome cuando yo tenía tres años...” Hay varias referencias a que por las noches la madre iba a la habitación de ella y su hermana a comprobar “dónde tenían las manos” que debían estar a la vista, por encima de las sábanas. “Las increíbles amenazas de mi madre cuando yo era muy niña. El  miedo que sentía, miedo de volverme ciega, muda, miedo de que se cumplieran sus amenazas. El miedo venía de noche. Yo encendía la luz a cada instante para comprobar que no me había vuelto ciega, yo me iba al fondo de la cama y susurraba una sílaba –NO– para comprobar que no me había vuelto muda”. (1960) También sobre el final de los Diarios, en agosto de 1971: “Ese terror a las visitas nocturnas de mi madre, seguida por mi padre con su (sic) por un sirviente o un paje”. 

Sus padres, Elías Pizarnik y Rosa Bromiker, llegaron a Buenos Aires en 1934 desde lo que es hoy Eslovaquia y se instalaron en Avellaneda donde nació Alejandra el 29 de abril de 1936 que vivió con ellos hasta irse por primera vez a París en 1960. Al regreso, con fecha 16 de febrero de 1964 escribe: “Culpa ante mis padres. Huésped. ¿Qué hago yo aquí? No estamos hechos para vivir juntos. Queda entonces una situación falsa, basada en un lejano acontecimiento biológico. Ahora que los reencuentro después de años de ausencia los descubro más infantiles e indefensos que nunca”. A partir de la muerte del padre en enero de 1966, sobreviene un tiempo de difícil convivencia con su madre, (“si hay pecados y, por consiguiente un castigo de ellos, el mío es vivir a solas, a los treinta años, con mi madre”) hasta que en febrero de 1968 Pizarnik se muda sola a su departamento de la calle Montevideo 980 y cada noche, relee el diario de Kafka para darse fuerzas. Allí es donde va a morir el 25 de septiembre de 1972, a los 36 años, al ingerir 50 pastillas de Seconal durante el fin de semana en el que había salido con permiso del hospital Pirovano, donde se había internado tras dos intentos de suicidio. 

En los Diarios, el constante estado de angustia y desesperación es apenas interrumpido por algunos pocos días en que Pizarnik hace referencia al día de sol o a sentirse contenta. Consciente del revés del sufrimiento vuelto goce, es palpable la desesperación por salirse de esa encerrona: “A veces me pregunto si mi enorme sufrimiento no es una defensa contra el hastío. Cuando sufro no me aburro, cuando sufro vivo intensamente y mi vida es interesante, llena de emociones y peripecias. En verdad, solo vivo cuando sufro, es mi manera de vivir. Pero algo en mí no quiere sufrir” (1961).

De este modo se vuelve lógica la demanda permanente de Alejandra en la que coinciden los testimonios de sus amigos más queridos, hasta aquél emblemático último llamado que Silvina Ocampo no atendió. Pizarnik no lograba manejarse en lo cotidiano, su madre iba hasta el departamento a cocinarle y pedía auxilio para realizar trámites sencillos como ir al banco. La incomodidad con las personas y el mundo real, está desde el principio. “Extrañeza cuando converso con alguien. No, no soy yo la que habla”(1957). “Lo imposible es estarse en cualquier lado, en un café, o mientras realizas una inofensiva visita, porque súbitamente un ruido a cosas de latas girando, a cintas de lata, a algo sumamente oxidado que rueda lentamente por tu pecho (pero en la parte interior, en la parte interior siempre”(1961). Pizarnik tuvo una conciencia tan plena de su emocionalidad y de la muerte, (“Todo el día sentí el terror de la muerte”, 1968) que sus dos analistas, León Ostrov y Enrique Pichón Rivière se limitaron a darle contención terapéutica y hablar de literatura y filosofía. Ya a sus 21 años, ella misma podía tomar distancia y comprenderse como si de verdad fuera otra: “Tristeza y candor. Deseos de llorar como un niño recién nacido. Inmensa ternura por mí. Ganas de hacerme pequeña, sentarme en mi mano y cubrirme de besos”. También de la cura para su mal: “El amor pudo haberme salvado. Y no me amó nadie y está bien, digo que está terminado y punto final”.

“Explicar a Góngora es como querer explicar un perfume”, escribe en 1963. Y algo de eso sucede al sumergirse en los Diarios de Pizarnik y pretender dar cuenta de esa experiencia. Aunque hay algo preciso que puede afirmarse: su excelso refugio, fue el lenguaje. Y en ese sentido sus Diarios constituyen un pilar decisivo a la hora de anudar a Pizarnik al mundo. Dicho por ella: “Acaricié el sueño de vivir sin tomar notas, sin escribir un diario. Pero me asfixio y a la vez me marea el espacio infinito del vivir sin el límite de un diario”. 

Poesía completa Alejandra Pizarnik Lumen 480 páginas
Nueva correspondencia Alejandra Pizarnik Lumen 400 páginas
Prosa completa Alejandra Pizarnik Lumen 320 páginas
Prosa completa Alejandra Pizarnik Lumen 320 páginas