La voz del pintor Juan Grela (fallecido en 1992) está en la memoria de muchos rosarinos y es imposible olvidarla. Era una voz grave, con registro de bajo, como él mismo recordaba desde que cantó como aficionado al canto en un coro que dirigía su hijo Dante. Sus palabras surgían despacio, con aplomo, como las líneas que trazaba para sus cuadros: pensadas, sentidas, sólidamente pronunciadas.

La autoridad que tuvo aquella voz para las dos siguientes generaciones de pintores es hoy inimaginable; maestros así ya no existen, dado que ya no existen discípulos así. La llegada de "el maestro Grela", como se lo llamaba en el ambiente a mediados de los años '80, era esperada con ansiedad en cada exposición de pintores jóvenes, porque su veredicto se recibía como inapelable. La mirada pensante de Juan Grela medía cuestiones éticas profundas. Se contenía el aliento hasta que él hablaba y mientras se lo escuchaba. Evaluaba aspectos tales como la autenticidad de la obra, su pertinencia en relación con el medio en que el autor vive y con su naturaleza y la del material. No le gustaba usar la palabra "artista". Y no la usaba. A mediados de los '80, circuló una extensa carta suya a los pintores jóvenes que pintaban con aerógrafo. Él se oponía y lo fundamentaba. Esto sumió a más de uno en la angustia. (Hubiera sido fácil refutarlo, sin embargo: el soplete era precisamente lo que había utilizado el muralista Siqueiros, maestro de su maestro Antonio Berni, en su Ejercicio Plástico de 1933 pintado en el sótano de Natalio Botana).

Juan Grela y su esposa Aid Herrera, desde su periférico taller en Alberdi, donde producían y enseñaban, fundaron para la ciudad y la región un modo de concebir la producción artística como una relación entre lo universal y lo local, entre los grandes relatos y lo que se tiene a mano. La biblioteca del taller era una cantera abierta de información y lecturas formadoras que en el siglo pasado normalmente resultaban inaccesibles por fuera de las universidades. Grela instaba a sus alumnos a estudiar, valorar y difundir las obras de pintores como Musto y Schiavoni, que casi no salían del barrio Saladillo.

En esa valoración dejó huellas la política cultural de la izquierda de los años '30, de algunos de cuyos ideales e ideas (materialismo, internacionalismo) Grela renegaba. Antes de la muestra grupal autogestionada que reuniría a los discípulos del taller con estudiantes de la Facultad en 1965, en la Escuela de Artes Visuales de la Universidad Nacional de Rosario se creía que "Grela era mala palabra" (como recordó una testigo, en los años '90); no se pensaba que un humilde peluquero venido del noroeste pudiera constituirse como autoridad en arte. Veinte años más tarde, instituciones locales se dispusieron a escuchar la voz de ese hombre que ya era una institución en sí mismo. Entre el miércoles 2 y el martes 29 de octubre de 1985, Juan Grela dio cuatro conferencias en Rosario a razón de una por semana en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia (hoy Centro Cultural Roberto Fontanarrosa) de la Secretaría de Cultura municipal. Su hijo Dante Grela digitalizó el registro realizado en cassettes de audio y revisó la transcripción efectuada por Maximiliano Masuelli y Ana Wandzik, editores de un libro imprescindible por el cual se brindará el viernes 23 de febrero a las 19 en la planta alta del Pasaje Pan.

Dentro de uno está el universo. Una conferencia de Juan Grela (1985) repone el discurso en primera persona del artista y docente de arte más influyente de Rosario. Configura una infaltable biblioteca de consulta con Una Mirada sobre el arte y la política: conversaciones con Juan Grela, de Guillermo Fantoni (Homo Sapiens, 1997) y aporta una dimensión más: la espiritualidad de Grela, tabú de los viejos tiempos modernos, tema aludido en su biografía por Ernesto Rodríguez que reeditó Iván Rosado con el sello Yo soy Gilda, a 45 años de su ya inhallable primera edición por la Editorial Biblioteca Vigil.

Los prólogos del nuevo libro son de Dante Grela y de Nancy Rojas, investigadora de la obra de Grela que ya lleva firmado un intenso trabajo crítico y curatorial sobre su obra plástica y docente. Además de su reciente investigación dedicada al taller de Juan y Aid, plasmada en una muestra en Villa Hortensia, Rojas llevó adelante con Fernando Farina y Yanina Bossus un proyecto que se concretó en el libro Juan Grela. Compromiso y arte (2007), presentado en una muestra homenaje ese año en el Museo Castagnino. Fantoni, Rojas, Andrea Giunta y otros escribieron los textos de una hermosa antología de su obra editada en 2014 por la Secretaría de Industrias Culturales del Ministerio de Innovación y Cultura del Gobierno de la Provincia de Santa Fe. Desde lo estatal también se rescata aquella voz en un video de la serie Color Natal de Señal Santa Fe (que puede verse en You Tube). En 2014 se cumplieron cien de su nacimiento en Tucumán en 1914. El centenario fue celebrado además con varias exposiciones: una en el Castagnino curada por Rojas y otra en OSDE con curaduría de Fantoni y de Adriana Armando, quienes se ocuparon mucho de su obra desde la mítica galería Miró, que Grela frecuentaba, no lejos de donde estaba la Mutualidad de Artistas Plásticos fundada por Berni en los años '30 a medio siglo de distancia, allí por donde se cruzan Maipú y Santa Fe. Nada de todo esto hubiera sido posible sin el amoroso cuidado de su hijo y su nuera por el legado artístico y documental de Grela y Aid.

Precedida por el texto de Rojas, cuya prosa fluye con la bella certidumbre de quien realmente sabe de qué está hablando, la voz de Grela llega en el momento justo, cuando más necesaria se hace la presencia de un discurso que sin anteojeras ni fanatismos defienda una cultura producida en la región. Lo "oímos" recordar sus comienzos, sus primeros pasos y luego aquello que hoy llamaríamos una clínica de pares con Isidoro Mognol, Juan Tortá, Cayetano Aquilino y Juan Bustice, todos pintando al aire libre junto al Arroyo Ludueña.

Sentimos su tira y afloje con la Mutualidad, y compartimos su dolor ante un medio local implacable que erosionó aquel proyecto de academia popular hasta lograr su destrucción en apenas un par de años. Nos asombramos de que haya soportado retratar entre "vendavales de moscas" a la niñez y la vejez devastadas que subsistían en la cima de una montaña de basura sobre la barranca del actual Acceso Sur, donde la escritora Rosa Wernike ambienta su novela Las colinas del hambre. Hablar hoy de que Grela retrató a los habitantes de "La basurita" es un tópico crítico, pero esa densidad de moscas le da otra carnadura.

Grela abrazó su siglo. Nada dice del Grupo Litoral pero parece haber coincidido su paso por allí con una revelación que se le ofrece en plena soledad ante el paisaje de la Pampa. Allí, entre el trigal y los caranchos, en vez de matarse como Van Gogh, se iluminó como Buda: no lo cuenta así sino con humildad, como un encuentro con el misterio.

Sin embargo es sumamente generoso con lo que sabe sobre sus oficios: pintura, dibujo, grabado. Las cuatro conferencias configuran una única clase magistral donde transmite lo que aprendió. También son un testimonio sobre las condiciones de vida de los trabajadores, entre los cuales se contaba Grela. La astucia con que piloteó la adversidad fue templando su saber. Obró con lo que tenía a su alcance: la tela y el papel donde venía envuelto el azúcar, los pigmentos de los pintores de brocha gorda, la varilla de paraguas con que José Planas Casas le hizo una gubia para grabar en madera, las obras maestras reproducidas en la revista popular que compraba Aid en el kiosco del barrio. Pero sobre todo, los museos cercanos: el Castagnino y el Rosa Galisteo. Un modo específico de aprender a hacer, hacer y enseñar arte en Santa Fe nació con Grela, ese tucumano luchador con los pies sobre la tierra y la cabeza en el cielo, pensador del paisaje como esquema del hombre.

"Yo aprendí que en mi interior soy igual que el caracol, soy igual que el perro, soy igual que las plantas y soy igual que las estrellas. Quiere decir que dentro de uno está el universo", dice aún.