Después que pase el carnaval el Banco Central tendrá que definir si mantiene o modifica la tasa de interés de referencia, como lo hace la segunda y la cuarta semana de cada mes. En enero la decisión fue disminuirla dos veces, primero de 28,75 a 28 por ciento y luego hasta 27,25. La repercusión en el mercado cambiario fue un aumento del dólar de 19,30 pesos el 8 de enero a los 20,36 de ayer. La suba de la divisa había empezado a principios de diciembre, cuando cotizaba a 17,54 pesos. El salto de 16 por ciento en dos meses deja poco margen para que la autoridad monetaria insista después de los feriados con una nueva corrección a la baja de la tasa de interés, salvo que la intención oficial sea acelerar la devaluación en un contexto convulsionado por la suba de la tasa en Estados Unidos y un sostenido incremento de la fuga de capitales. Si el dólar acentúa la disparada, a su vez, habrá más inflación. La meta del 15 por ciento ya es historia cuando pasaron apenas cuarenta días desde el anuncio del equipo económico. De acuerdo al sistema de metas de inflación, que constituye la única política del Gobierno para domar (sin éxito) los precios, cuando el IPC sube, la tasa de interés debe ir para arriba para aplacar los ánimos y regenerar expectativas. El economista ultraortodoxo José Luis Espert está diciendo que la inflación de este año se ubicará en un rango del 20 al 25 por ciento. El Relevamiento de Expectativas de Mercado del BCRA, en tanto, estima 19,4 por ciento, como se señaló en esta columna la semana pasada. Con todo ello, más los tarifazos que agregan nafta al fuego, la semana que viene el Banco Central más que disminuir la tasa tendría que elevarla, en la lógica oficial, echando por tierra con la estrategia anterior, que era empezar a reducir los intereses para supuestamente generar mayor crecimiento económico. Y esto último ya había alterado la línea anterior, que era subir las tasas, como lo hizo el Banco Central el 14 de noviembre, cuando la llevó de 26,50 a 28,75 por ciento. Como se ve, más que atravesar un proceso de desinflación, la Argentina está sufriendo un desgobierno.

La volatilidad cambiaria le agrega ruido a un panorama que hasta la propia prensa oficialista califica como “insostenible” por los desequilibrios record del sector externo. “El descrédito que despierta la política de tasas de interés del BCRA como mecanismo eficaz para bajar la inflación condiciona la estrategia económica oficial”, advierte la ex presidenta de la entidad, Mercedes Marcó del Pont, en el último informe de la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE). “En la lógica imperante, el precio del dólar está fuertemente subordinado a la conducta de los movimientos de arbitraje de los operadores financieros. Dicho de otro modo, la pax cambiaria post salida del cepo se sostiene en las ganancias financieras que estimula la política económica del Gobierno”, agrega. Es decir, existe una dependencia cada vez mayor de la emisión de deuda en dólares y del ingreso de capitales especulativos para sostener la estantería. Sin esas dos fuentes de divisas, el descontrol del tipo de cambio será inevitable. Sin altas tasas de interés no habrá dólares golondrina que lleguen para abastecer una demanda record en todos los frentes: el atesoramiento (o fuga), las importaciones y el turismo, entre los principales. Entonces que no bajen las tasas, dirán los que atesoran, los que importan (autos, celulares, textiles, libros, bienes de consumo) y los que viajan por el mundo. ¿Cuál es el problema? Que la bola de nieve se hace cada vez más grande y que los riesgos de una explosión en caso de que se corte el chorro del financiamiento crecen exponencialmente. Pero, además, el proceso tiene un sesgo en contra  de la producción industrial y el desarrollo nacional y engendra al mismo tiempo una avasallante desigualdad social.

El laberinto que armó el Banco Central con la liberalización absoluta para la entrada y salida de capitales, más el aporte del Gobierno con la apertura importadora, se suponía que tendría como resultado virtuoso una corriente de inversión extranjera hacia la economía real que activaría la producción y aumentaría el empleo. Sin embargo, “la inversión externa de riesgo en 2017 fue inferior a la del año anterior”, marca el documento de FIDE. “El Gobierno avanza indiferente a la evidencia de que los supuestos beneficios reputacionales que provocarían la apertura comercial y la desregulación cambiaria y financiera en términos de inversiones no se materializan”, agrega.

Tampoco se ha generado una corriente de confianza que permitiera disminuir la demanda de divisas por parte de los agentes económicos. Por el contrario, los datos oficiales muestran una tendencia de crecimiento que no cede con el tiempo. En diciembre fueron 5500 millones de dólares brutos, el nivel más alto en los dos años que lleva este gobierno. La trepada de la cotización de los últimos días no parece la mejor jugada para aplacar el apetito por el billete verde. Más bien tiende a incentivarlo y a generar un clima de incertidumbre para la inversión productiva. Los financistas locales y del exterior que visualizan este escenario aprovechan para reclamar más tasa de interés por los títulos públicos que le compran al Estado. Esto se refleja en un incremento del riesgo país, que ya ronda los 400 puntos básicos. Si este termómetro del humor de los mercados sigue en ascenso puede empezar a incomodar al equipo económico, varios de cuyos integrantes ya conocen la sensación por haberla experimentado con el gobierno de Fernando de la Rúa. Federico Sturzenegger, de hecho, era el número tres del equipo de Domingo Cavallo en 2001. Los funcionarios sostienen de todos modos que no hay nada de qué preocuparse y siguen por el mismo camino como si todo anduviera sobre ruedas.

El argumento de los ministros Nicolás Dujovne y Luis Caputo de que ya está cubierta una parte sustancial de las necesidades de financiamiento para el año deja sin respuesta cómo harán para cerrar la brecha de divisas en 2019 si mantienen abiertas todas las puertas por donde drenan miles de millones de dólares. Solo indican que aplicarán un fuerte ajuste fiscal para achicar uno de los factores que ocasionan la emisión de deuda, pero de la fuga de capitales, el aumento del déficit comercial por la apertura importadora, el pago de intereses de los bonos y los gastos de argentinos que hacen turismo por el mundo no mencionan una palabra. Tampoco explican los efectos recesivos del ajuste fiscal, ni mucho menos su carácter inequitativo al hacerlo recaer sobre las mayorías populares. Además, la contracción está llevando a una pérdida de capacidades del Estado para fomentar el desarrollo, como se aprecia con los despidos en el Instituto de Tecnología Industrial (INTI) y los recortes en ciencia y tecnología. Esos pasos para atrás no hacen más que agravar el problema al disminuir la solvencia para el repago de la deuda contraída. La política económica, en suma, enfrenta cada vez más frecuentemente a los argentinos a tener que preocuparse por el dólar y las tasas antes que prepararse para disfrutar del carnaval.