Primero Uruguay aggiornó el reglamento del concurso de reinas y en 2016 pudieron competir travestis y trans, lo que generó una polémica por los dichos del presidente de carnavales, Enrique Espert, quien avaló a la teoría del váyanse a una isla: “Si quieren poner una reina trans, que hagan un concurso trans; si quieren poner a un puto, que hagan uno de putos; y que no se olviden y hagan de bufarrones, porque si no hay bufarrones no hay maricas”. Como cachetada queer a Espert y su séquito de tradicionalistas en el peor de los sentidos, este año los carnavales fueron por más y se acabó la monarquía: ahora ya no hay “reinas”, hay “figuras”. La resolución municipal dice que no quieren un concurso de belleza “que fomente estereotipos de género y ejerza violencia simbólica contra las mujeres, sino una celebración al espíritu solidario y la alegría del carnaval”. Así fue que llegó la oportunidad de Carlos Álvarez –conocido deeste lado del Río por su combinación de activismo LGBT yafrocultural– que fue seleccionado como el mejor bailarín del carnaval, por su performance desbordante en la comparsa La Explanada.

Antes de su adolescencia, Carlos ya se imaginaba bailando al son tamboril cuando iba con su familia a las llamadas de Ansina, el barrio uruguayo que lo vio nacer y tirar los primeros pasos: “Esos domingos o feriados en las llamadas entendí que había un tabú: el rol de los varones era tocar los tambores mientras las mujeres bailaban, algo que viendo en perspectiva me parece muy machista. Por entonces tuve una pequeña experiencia tocando la base rítmica, pero siempre me llamó más la atención la danza. Es ahí donde pongo todo el cuerpo, el placer y también la sabiduría, porque veo en el candombe una forma de transmisión de cultura. Ahora algo está cambiando en los roles: hay cada vez más mujeres en los tambores y casi todas las comparsas tienen sus integrantes trans. Aunque con los varones jóvenes todavía cuesta y se ven pocos bailarines afro, porque si bailás para muchos se asocia directamente con que sos gay”.

Hace cuatrocientos años los invasores europeos trajeron al Río de la Plata barcos con esclavizados de África y nació el candombe, que en su origen era un llamado de tambores y cantos para anunciar las reuniones populares: el encuentro de los cuerpos que evocaba las ceremonias africanas. En dialecto Kimbundu, KaNdombe significa “perteneciente a nosotros”, “nuestra gente”, y cada mezcla de tambores daba un mensaje particular para reconocerse entre los grupos. Algunos de esos repiques se conservan, como una reivindicación de orgullo, y las llamadas más famosas del triángulo rioplatense se hacen en Uruguay, aunque también en San Telmo llevan cada vezmás concurrencia.

Para Carlos, el carnaval visibiliza el aporte cultural de la comunidad afro y en este punto se une con demandas de la comunidad LGBT en el proceso para visibilizarse:”Hubo referentes históricos del candombe, como Pirulo o La Araña,a los que en las llamadas todo el mundo aplaudía y eran estrellas, aunque después se les cuestionaba su sexualidad el resto del año. Son pequeñas batallas que hay que seguir dando para generar una mejor integración cultural y política de nuestros cuerpos. El candombe, el poner el cuerpo en la calle con la danza,para mí también es parte del activismo: transmitir y promover el orgullo de sentirse negro candombero es una lucha contra la discriminación y los estigmas. Y sí, también es una forma de ser libre”.