Desde Barcelona

UNO La noticia  –¿de dónde vienen las noticias, ciertas noticias? ¿De RipleyWorld? ¿De Aunqueustednolocrealandia?, se pregunta Rodríguez leyendo a Guillermo Altares en El País – es que una tal Claudia Ackley, ha demandado a todo el estado norteamericano de California (apersonado en el Departamento de Fauna y Pesca y a la Agencia de Recursos Naturales de California) por implicar que Bigfoot no existe al no incluirlo en su listado oficial de especies locales. Y Ackley se apoya en el testimonio de una experta en la materia, Harriett McFeely, organizadora no hace mucho de un simposio muy concurrido en el que se presentó como evidencia y testigo asegurando haber visto a una familia “de tres o cuatro Bigfoots” de día de campo, masticando bocatas de Forges (R.I.P.) y, seguramente, intentando fotografiar borrosamente a algún ser humano para luego discutirlo entre ellos. 

Bigfoot (alias Sesquac, alias Sasquatch) es una criatura grande y simiesca con cabeza en punta, de pelambre rojiza, calza tamaño XXL y que, además, es pariente occidental del oriental y amigo de Tintín y albino Yeti. Y detrás de todo este intenso pero seguramente efímero episodio  –continúa leyendo Rodríguez – lo que seguramente está desapareciendo es un modo de ver o de no ver o de decir que se vio algo. La moda de ver a Bigfoot que va camino de pasar alcanzó su punto álgido y mejores fotos y poses y películas (la más célebre de todas es el registrado en 1967 Patterson-Gimlin film, el equivalente para los bigfooters al Zapruder film para los conspiranoides del magnicidio de JFK) durante los años 60s y 70s simbolizando, según sociólogos, un último perdido eslabón entre la USA profunda y boscosa y la USA superficial y ciudadana así como el surgimiento de la consciencia ecologista. O algo así. También, justifica Rodríguez, fue por entonces cuando gente de pelo largo y envuelta en pieles se metía entre los árboles para consumir todo tipo de sustancias de esas que te hacen ver los colores y sentir que te crecen los pies.

DOS La intención de dar carpetazo a Bigfoot, teoriza Rodríguez, también coincide con la presencia en la Casa Blanca de otra criatura mítica en la que cuesta creer pero que, no hay dudas, existe. Así que mejor  –no hace mucho el Yeti también fue puesto en caja de caso cerrado al analizar una decena de supuestas muestras óseas que resultaron ser de osos y de perros – alivianar el censo de criaturas que dan miedo, ¿no? Lo que sería injusto, porque, ya en 1898, norteamericanos nativos se referían a Bigfoot como a “El del Rostro Benigno” que luego ha probado ser buen compañero de reparto en comedias familiares espantosas. Pero el peor daño a la causa de su credibilidad y legitimación se lo han hecho  –suele ocurrir – sus más dedicados valedores con fraudes e imitaciones de todo tipo que no demoran en ser desmontados con la más triste de las sonrisas por científicos de esos a los que de tanto en tanto se acusa de haber fingido el alunizaje de 1969. Así, lo más conmovedor  –piensa Rodríguez – es la necesidad de creer en algo increíble por los fans de Bigfoot que limitan directamente con los fans de las abducciones extraterrestres o credos religiosos de diferentes sabores pero igual sustancia. Bigfoot, en realidad, no es otra cosa que un símbolo de algo simbólico. Bigfoot es lo que no está pero que gustaría que sí estuviese...

TRES ...o que, al menos, te distraiga de lo que está y de lo cierto y que ya no te produce la menor intriga y curiosidad. Y Rodríguez  –en las últimas semanas pensando más en Pessoa y en sus múltiples personalidades casi como si se tratase de un Expediente-X, en el amor como un fenómeno parapsicológico, en los deportivos guerreros de la Antigua Grecia y en los jugadores de tronos de la presente HBO como en fenómenos sobrenaturales – casi-casi había conseguido pensar poco y nada en los avatares y los avatars del Procés independentista catalán. Criatura grande y más peliaguda que peluda y pisando tan fuerte como ese idiota que te aplasta el pie en el vagón de metro lleno hasta los bordes y que no mira por dónde va porque está muy ocupado intentando romper su récord en Candy Crush.  

Pero  –aunque Rodríguez hubiese conseguido sustraerse y substraerse – al despertar todavía estaban allí. Como el pseudo-plesiosaurio Nessie en Loch Ness (al que finalmente se consideró un gran tronco medio podrido y semiflotante). Y siguen estando sus creyentes y, también, se las arreglan para producir nuevos titulares a partir de comparecencias frente a cámaras que los registran cada vez más borrosos y movidos. Así que ahora  –mientras van desfilando por tribunales para dar testimonio y rendir cuentas de lo actuado o no en los ratos libres que les quedan entre una peleíta y otra con ellos mismos – resulta que todo lo de la Declaración Unilateral de Independencia fue un acto nada más que “simbólico”. Es decir, algo que finalmente resulta que no es lo que se dijo que era en un principio. Algo que se presentaba como Sabueso de los Baskerville pero cuyos restos han resultado ser de uno de esos chihuahuas de ladrido agudo y enloquecedor. Y, para rematarla, ahora hay que sumar a los avistamientos de Puigdemont por los parques de Bruselas (su bufanda amarillo Pokémon lo hace especialmente inidentificable) a los de Anna Gabriel de la CUP en Suiza. Ya sin su característico flequillo de combate ni sus camisetas de asalto. Y con un look en modo Heidi y más de acorde con sus deseos de ser una sensible profesora de Derecho a ser idolatrada por sus alumnos de la muy poco antisistema Ginebra a los que les enseñará que, antes que nada y después de todo, siempre hay que obedecer la ley antes que hacer la trampa.

CUATRO Artur Mas  –promotor del símbolo que vendió como verdadero – ahora en retirada, siempre “al costado” y, con ese aire de tahúr dialéctico, la semana pasada teorizó con cinismo que “En el mundo de la política hay un componente simbólico y estético. Muchas veces un argumento se exagera o se infla para quedar bien posicionado ante la opinión pública. ¿Esto es un engaño o una exageración? Puede llegar a ser un engaño”. Y añadió: “Una cosa es que fuera simbólica y otra que no fuera importante. Se tenía que llegar hasta el máximo simbolismo. Pero la DUI no tenía recorrido real, como después se demostró; y todos los que la votaron lo sabían”. Aaah, era eso y no aquello... Y Mas concluyó con un lamento lamentable “Ya no nos miran los poderes centrales” de ampollado Bigfoot de atleta y puro talón de Aquiles al que ya no apuntan con zooms y grandes angulares. En cualquier caso  –más allá de aquel y de aquella y de éste – lo que intriga y produce cierta pena a Rodríguez es el qué pensarán y sentirán todos aquellos (algunos que perdieron amigos y se pelearon con familiares o invirtieron días enteros twiteando ruido y furia) que creían luchar y movilizarse por algo auténtico y no simbólico. Por true feeling que acabó resultando fake news. Algo en cuya existencia nunca dudaron porque vieron videos de lo sucedido en largas y sinuosas sesiones poco parlamentarias y en las que se cantaba y gritaba y votaba y se abrazaba y lloraba.

Si yo fuera ellos, reflexiona Rodríguez, les pondría una demanda a todos y a todas por ahora declarar bajo juramento que la DUI no existió y que el Procés va camino de ser algo que crees ver dando vueltas por ahí, entre todos esos árboles poco sabios que no dejan ver el bosque del sentido común y de la lógica, gruñendo y mostrando los dientes y sonriendo con su rostro tan pero tan benigno. 

Dicho esto, Rodríguez  –ah, cómo le gustaría que todos sus errores fuesen recatalogados como simbólicos – ya está pensando con qué volver a distraerse. Tal vez  –Gran Pantera Bast mediante – con un viaje desde la inflada y estética y exagerada y simbólica República de Catalunya a la tanto más verosímil y poderosa y central nación de Wakanda, piensa.