“Es un gesto para los fans, un chiste interno”, define Dolores Solá. La cantante de La Chicana se refiere a Demos y rarezas, el disco que presentarán durante todos los sábados de marzo en el Torquato Tasso (Defensa 1575). A las 20.30 abrirán las puertas y a las 22 comenzará el recorrido por los temas de esta muy particular placa de la dupla que Solá integra junto a su pareja, el compositor y letrista Acho Estol. Demos y rarezas apareció técnicamente a comienzos de 2016, aunque no lo presentaron oficialmente, pues quedó entre Antihéroes y tumbas y La pampa grande. Dos años después, llegó su hora de subir al escenario estas versiones alternativas, estos bosquejos de canciones que no habían visto la luz o atravesaron transformaciones profundas antes de publicarse. No faltan tampoco canciones de la prehistoria del grupo, cuando exploraban los sonidos del rock, el folk, la cumbia o el flamenco. En cierto modo, además de un disco “menor” (como ellos mismos lo plantean) con perlitas que quedaron en el camino, esta placa puede servir para ver la evolución y el trabajo previo de uno de los grupos que marcó la renovación del tango contemporáneo.

La idea del disco nació cuando se acercaban las primeras dos décadas de La Chicana. “Ahí Acho se puso a escuchar temas que nos habían quedado”, recuerda Solá. “Algunos los descartamos porque eran horribles, pero otros nos gustaron y nos daban cierta nostalgia de distintos momentos del grupo”, revela. Para asombro de la pareja, el disco funciona muy bien y se vende a buen ritmo en los shows del grupo. “La gente también nos pide temas de ahí”, se sorprenden. 

“En el disco hay temas con mi voz y guitarrita que luego grabó la Chicana, pero también hay otros que estaban buenos y que no incluimos en su momento por miedo, por prurito, porque no pegaba, porque ya otro tema cubría su lugar en el disco del momento”, explica Estol. Así aparece un rock como “Hotel Octavio” (muy alegre, por momentos casi parece un twist), una cumbia deforme como “Degüello”, pero también clásicos de la historia del grupo en otros ritmos (ahí llaman la atención “Origami” y “Revolución o picnic”, directamente en otros ritmos o con otras letras.

Mientras la dupla recorre el disco, llama la atención escucharla decir que no se animó a meter una cumbia en su primer disco, aunque ya la tenía compuesta. “No se nos ocurrió meter una cumbia, pero sí un chamamé con guitarra eléctrica, como para ir diciendo ‘ojo que no vamos a estar tocando tangos todo el día’”, reflexiona el compositor. En la misma bolsa entra “Hotel Octavio” o “Los peces no saben que llueve”, composiciones de proyectos previos que, sin embargo, sedimentaron en el sonido chicanero.

“Antes de La Chicana tuvimos varios proyectos. Uno fue una banda de rock con temas míos donde ella hacía coros. Otro era ella como solista, yo programaba teclados, tocaba la viola y hacía coros. Ese tenía cosas flamencas, boleros, algún tango. Hubo un proyecto de rock folklórico que ya tenía cosas de La Chicana, porque ya queríamos hacer una identidad especial y propia. Ahí están ‘La foto del escarabajo’, ‘Chamamé Chamamé’. De ahí nos fuimos a un formato que estaba muy tipificado, pero en el 95 o 96 nadie sacaba los pies del plato. Las Muñecas hacían cosas un poco más lanzadas en La Catedral, pero tocaban tangos de Gardel, por más que lo hicieran locos y con calzas de cebra. A nosotros nos pintó naturalmente hacer la banda de tango típica, pero muy atípica”. Estol recorre la historia común como separando capas de tierra, como una arqueología al interior del grupo y la pareja. “Le metimos todos esos engranajes, esos componentes de rockeado, de componer y escribir letras nuevas para el tango. Nos sirvió mucho toda esa previa donde tocábamos boleros en Pachá, rock en un sótano de un boliche de Fernando Olmedo, en Morocco, o los lugares hipster o fashion de los 90, o tocar para Menem en una recepción oficial en la embajada de Bélgica. Cuando revisé esa prehistoria, encontré unas cuantas composiciones y quedaron las mejores, las más representativas”, profundiza. A esas se sumaron otras, como “Vuelvo al sur”, grabado en vivo en Brasil junto a Bebeto Alves, o “Nuestro amor”, que la dupla produjo para una película, que define como “una cumbia más tradicional y careta” y que contrapone con la más barroca y progresiva “Rumor”. ¿Qué enlaza esos temas primigenios con las versiones de “La uva” o “Lejos”, que aparecieron años más tarde? Según cuenta, alguien observó una coherencia en la lírica. La voz poética de Estol está incluso en ese viejo rock o esa primera cumbia.

“Estamos en un punto donde podemos mostrar estas cosas sin grandes temores”, opina Solá. Para la cantante, la historia del grupo se banca exponer sus ensayos y sus pruebas fallidas, presentar un disco que funciona casi como cuaderno de bocetos de dibujantes. En este punto, ambos insisten con la relación cercana que conformaron con una parte importante de sus seguidores. “Después de veinte años de tocar con una banda, con cierta parte del público tenés una relación familiar”, considera él. A algunos, revela, los vieron crecer, de ser una niña que iba con el padre a llevar a sus propios hijos a los recitales. “Con nombre y apellido te podré nombrar a veinte o treinta, pero uno siente en abstracto que hay una comunicación con un grupo más amplio. Y cuando empiezan a pedir temas, nos pareció que este era un buen regalo para ellos”, observa. “Y no un buen producto. Porque podríamos no haber sacado nada. Teníamos un disco recién salido y otro por sacar. Era hacer ruido sacar Demos y rarezas pero nos lo debíamos un poco a nosotros y otro poco a cierto público. Ahora toca presentarlo por los mismos que nos preguntaban por qué no lo tocábamos en vivo”.