CIENCIA › GRACIELA BOVI MITRE, SECRETARIA DE CIENCIA Y TéCNICA DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE JUJUY

Impulso a la ciencia y tecnología andinas

La universidad norteña ha renovado autoridades y relanza sus planes de investigación científica. A cargo está una investigadora con experiencia en vincular el conocimiento con problemáticas locales, tales como la contaminación ambiental y el desarrollo agropecuario.

 Por Leonardo Moledo

–¿Quiere presentarse?

–Soy doctora en Bioquímica, docente e investigadora y secretaria de Ciencia y Técnica y Estudios Regionales de la Universidad Nacional de Jujuy.

–¿A qué se dedica su grupo de investigación?

–Integramos un grupo que se inició en la investigación química y trabajamos fundamentalmente en contaminación ambiental y antropogénica. Estudiamos en Jujuy la contaminación natural del agua con arsénico, medimos contaminación con plomo. Tuvimos resultados preocupantes. Encontramos una gran cantidad de tóxicos, algunos naturales y otros no. Los detectamos en el agua, en el aire, trabajamos con residuos de plaguicidas localizados en alimentos que se producen y se consumen en Jujuy. El programa se titula “Detección de residuos tóxicos en agua, vegetales y salud infantil”. La universidad lo lleva adelante a partir de 1986 con arsénico en agua, desde 1992 estudiamos el plomo y desde 1995 los residuos de plaguicidas.

–¿Y cuáles son los resultados más salientes después de tantos años de trabajo?

–Lo más preocupante fueron los residuos de plaguicidas en alimentos. Ahí hicimos un quiebre en la investigación, que hasta ese momento era absolutamente química. Entendimos que teníamos que armar un grupo interdisciplinario, interinstitucional. Porque si había tóxicos en el ambiente, seguramente la población estaba expuesta, y lo que principalmente nos preocupó fue la población infantil. Empezamos a medir el impacto que tenían estos tóxicos en los niños, y detectamos que el 81 por ciento de los niños que analizamos estaba en situación de riesgo, con valores de plomo en sangre preocupantes. Después, el Ministerio de Salud de la Nación nos convocó para hacer un trabajo en la región del NOA, trabajamos en Santiago del Estero y Chaco.

–Es interesante eso de los quiebres en el rumbo de la investigación.

–Cuando encontramos resultados preocupantes en niños de Santiago del Estero y Chaco, ahí tuvimos otro quiebre y momento de reflexión. Porque hasta ahí la investigación nos servía a noso-tros, para nuestros curriculums, para la asistencia a congresos, pero a la población no le servía de nada. En ese momento incorporamos a dos comunicadores sociales que nos ayudaron a darle sentido social a nuestra investigación. Empezamos a trabajar con las comunidades originarias de la Puna, con las poblaciones de Santiago del Estero y de Chaco. Hicimos comunicación de riesgo, evaluación de riesgo, en algunos casos exitoso, en otros no tanto.

–¿A qué se refiere con exitoso?

–Exitoso fue que en Abra Pampa dimos pruebas contundentes de que la población infantil estaba expuesta y sufría severos daños. Demostramos que el foco de contaminación era una montaña de escoria que había dejado una vieja fundición. Sacamos muestras de suelo, demostramos que había plomo. Intervinieron el defensor del Pueblo de la Nación, la secretaria de Ambiente de la Nación.

–Cuénteme los detalles de la investigación.

–Fue importante demostrar que había un plomo bioaccesible. Los minerales de Jujuy son ricos en sulfuro de plomo, pero el sulfuro de plomo, el mineral en sí, tal cual está en la naturaleza no es riesgoso para el hombre porque no es soluble en agua, por lo tanto no lo podemos incorporar. El problema es que en esa fundición se hicieron todos los procesos metalúrgicos para transformar ese sulfuro de plomo en plomo metálico, que era el objetivo de la fundición. En esos procesos químicos, el plomo va cambiando su composición y se transforma en sustancias que sí son solubles en agua, entonces quedaron grandes escorias con óxidos de cobre (sulfatos de cobre) que la lluvia fue esparciendo por el pueblo. Incluso se cometió la torpeza de rellenar una cancha de fútbol con parte de la escoria, así que los chicos jugaban arriba de veneno. Llevamos a un experto mexicano que nos ayudó a realizar esos análisis, contamos con la colaboración de la UBA y de la Comisión Nacional de Energía Atómica. Se produjo una movilización social que logró que el gobierno provincial sacara las escorias del centro del pueblo. Yo no sé si fue mejor el remedio que la enfermedad. Quizá deberíamos haberlo dejado, porque de la forma que se sacó, la población quedó muy expuesta. Después trabajamos con una población de la Puna que se llama Rinconadilla. Allí, el agua que se toma tiene altísimas concentraciones de fluoruro, entonces los chiquitos tienen los dientes manchados, los preadolescentes los tienen carcomidos, los adolescentes tienen algunas piezas y los adultos no tienen dientes. Ese trabajo lo empezamos en 2003 y lo repetimos varias veces para dar pruebas fehacientes.

–¿El flúor no hace bien a los dientes?

–El flúor es benéfico o tóxico, según la dosis. Hay elementos que son siempre tóxicos, como el plomo, el mercurio, el arsénico; y hay otros elementos que son tóxicos o benéficos según la dosis, como el flúor, el calcio, el hierro. Si ingerimos más de la dosis recomendable, se transforma en tóxico. En Rinconadilla, hace tres años, unos jóvenes técnicos de la Subsecretaría de Agricultura Familiar fueron a trabajar ahí y nos pidieron que los ayudemos a encontrar una fuente de agua sin fluoruro, ellos buscaban “ojitos” y nosotros los analizábamos. Hasta que encontramos un “ojito”, que tenía un buen caudal de agua, que no tenía fluoruro, que les garantizaba unos cuantos años de agua sin fluoruro. Armaron un proyecto comunitario, la comunidad puso la mano de obra, consiguieron del Estado nacional las cañerías, la tecnología, y en enero pasado inauguraron su nueva fuente de agua sin fluoruro. Esto es exitoso para nosotros.

–¿Y fracasos?

–Fracasos tenemos en Santiago del Estero y Chaco, donde demostramos que la contaminación de arsénico en agua es muy grave. La literatura dice que las personas para tener cáncer de piel tienen que estar expuestas por lo menos veinte años al arsénico; nosotros demostramos, con un equipo del Ministerio de Salud de la Nación, la UBA y la Universidad Nacional de Jujuy, que niños de entre 5 y 7 años tienen cáncer por la exposición al arsénico, y eso no lo pudimos cambiar, así que ése es un fracaso.

–Y ahora, como secretaria de Ciencia y Técnica de la universidad, ¿cuáles son los planes que tiene?

–Tenemos dos desafíos importantes. Uno es la formación de recursos humanos, fortalecer los doctorados, y la formación de recursos capacitados para los temas de Jujuy. En Ciencia y Técnica tenemos que promover una investigación que le sirva a la sociedad. El segundo desafío es fomentar una producción limpia, lo más limpia posible. Porque Jujuy es una provincia con una explotación minera importante, sobre todo de litio. Cuenta con un yacimiento de litio muy importante, y el gobierno provincial apuesta a la minería. Por otra parte, tiene una producción agrícola muy fuerte, así como megaproducciones como el Ingenio Ledesma, y producciones de agricultura familiar en la Quebrada con una producción de hortalizas importante.

–¿Qué sería una producción limpia?

–Me refiero a que sea lo menos contaminante posible. Por ejemplo, en el agro se usan muchos plaguicidas, que se comercializan libremente a pesar de estar prohibidos o restringidos. No hay ningún control fitosanitario en la provincia. Hay una ley de sanidad vegetal, que se aprobó en el año 1994, que establecía que los plaguicidas únicamente se podían comprar con una receta, como si fueran medicamentos que se compran en la farmacia; esta ley se aprobó en 1994, ya lleva veinte años y nunca se reglamentó, entonces no está en vigencia. La producción en agricultura es muy caótica. Los productores usan plaguicidas que están prohibidos. Ellos tienen el prejuicio de que cuando llueve hay que poner más plaguicida porque la lluvia lava. Nosotros hicimos un trabajo de investigación con ellos y les demostramos que uno de los plaguicidas, cuanto más llueve, más se absorbe, por ejemplo. Los manuales, los marbetes de los plaguicidas explicitan tiempos de carencia, que es el tiempo que tiene que transcurrir entre la aplicación del plaguicida y la recolección de los frutos o de las hortalizas. Esos tiempos de carencia los deben hacer en un escritorio acá en Buenos Aires o en algún lugar, pero no tienen nada que ver con la realidad. Nosotros hicimos un cultivo experimental, aplicamos el plaguicida y lo vamos sacando hasta ver hasta cuándo hay residuos. La legislación argentina dice, por ejemplo, que a los siete días se pueden recoger, nosotros demostramos que hasta los veintiún días hay residuos de plaguicida.

–Y en el sector de la minería, ¿qué aporte puede hacerse desde la universidad?

–Hace poco, el rector Rodolfo Tecchi firmó un consorcio que se armó con Sales de Jujuy, una empresa dedicada a la explotación de litio, con una empresa del Estado mixta y la universidad, donde la universidad va a hacer el aporte de una tecnología de extracción con solventes que no sean contaminantes.

–¿Alguna cuestión más que piensen hacer desde la Secretaría de Ciencia y Técnica?

–En la universidad tenemos cuatro facultades, de las cuales tres son fuertes en investigación. En Humanidades hay grupos fuertes de investigación antropológica, arqueológica, historia y comunicación. En Ingeniería se hace tecnología de alimentos. Trabajan con cultivos andinos, alimentos regionales. En Ciencias Agrarias trabajan mucho con Pro-Huerta, agricultura familiar. El objetivo nuestro es acercar más la investigación a las necesidades de la sociedad jujeña y del proyecto de provincia. La investigación básica es muy importante, pero nuestra fortaleza la tenemos en la investigación aplicada. Nuestra prioridad es articular las investigaciones con las necesidades de desarrollo tecnológico y social.

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Imagen: Carolina Camps
 
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