CIENCIA › DIALOGO CON FACUNDO MANES, NEUROLOGO

Cartografía de la mente

El siglo XXI es y será el “siglo del cerebro”: qué es la conciencia, qué papel juega la emoción en la toma de decisiones y cuáles son las bases neurales de la atención, la memoria y el lenguaje son algunos de los temas candentes en las neurociencias.

 Por Federico Kukso

Bajo el amparo del mecanicismo del siglo XVII, el cerebro fue concebido primero según principios hidráulicos. A principios del siglo XX, se lo confundió en cambio con una central telefónica. Y luego, al ritmo del frenesí que echó a rodar incipientemente la informática en la década del 50, al cerebro se lo comparó con la computadora. Desde entonces es la metáfora estrella: el cerebro como el hardware y la personalidad como el software. Sin embargo, se basa en un error. O al menos en una confusión. Al fin de cuentas, la computadora carece de plasticidad, la capacidad de aprender de la experiencia. En cambio, el órgano humano –el llamado “objeto más enigmático del cerebro”– puede procesar emociones que influyen de manera significativa en la toma de decisiones, como advierte el neurólogo Facundo Manes, director del Instituto de Neurología (Ineco) –donde se pretende disolver la división arbitraria que separó la neurología de la psiquiatría– y director también del flamante Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro, que tendrá como línea de investigación la relación corazón-cerebro.

–Empecemos con una definición: ¿qué es la neurología cognitiva?

–Es el estudio del cerebro no sólo enfocado en el análisis de enfermedades sino también en examinar procesos intelectuales. Sería algo así como la “la biología de la mente”, que abarca temas como percepción, la atención, la memoria, el lenguaje, las funciones de toma de decisión y planificación y la conciencia.

–¿Y es un campo estudiado en la Argentina?

–No tanto. Es un espacio virgen. Acá, en Ineco, además de ver pacientes, hacemos investigación. Contamos con un grupo multidisciplinario de psiquiatras, neurólogos, psicólogos, físicos, biólogos, fonoaudiólogos. Y tenemos varias líneas de estudio. Una de ellas es cómo el cerebro percibe la emoción o cuál es la relación entre la toma de decisiones y cómo el cerebro humano infiere la mente del otro. Hasta ahora estas dos áreas estaban separadas, pero nosotros las estudiamos juntas.

–¿Toma de decisiones? ¿Qué tiene que ver con las emociones?

–Mucho. El cerebro humano toma decisiones permanentemente. Y tomamos tantas decisiones por día que no podemos racionalizar esta tarea. Lo que la neurobiología está viendo es que la emoción es fundamental en la toma de decisiones. Aunque uno racionalice los pros y los contras de cada situación, la emoción es la que guía la toma de decisión final.

–O sea, uno no puede ser lógico todo el tiempo.

–Exacto. Eso pasa en economía todo el tiempo y se llama “teoría racional de la toma de decisiones”, un área en la que influyó mucho John Nash, el matemático en el que se basó la película Una mente brillante. Cuando uno toma decisiones –o sea, acepta o rechaza algo– uno no lo hace con una frialdad absoluta. El cerebro humano no funciona así.

–Se podría pensar eso en los enfrentamientos de grandes ajedrecistas con supercomputadoras como la Deep Blue.

–Totalmente. El cerebro toma decisiones a partir de experiencias emocionales previas, sobre todo experiencias positivas. Si no fuese así seríamos como Funes, el memorioso. Nuestra contribución, que apareció publicada en la revista Brain, fue determinar que hay dos áreas de la corteza frontal del cerebro –la parte órbito-frontal y la parte dorsolateral– involucradas en la toma de decisiones.

–¿Y de la violencia qué se puede decir?

–Por la neuropsicología comparada sabíamos que en animales había una zona en el cerebro involucrada con la agresión. Pero en humanos no sabíamos nada. El tema de cómo el cerebro procesa emoción es un tema debatible: muchos piensan que hay un complejo de estructuras en la base del cerebro –el sistema límbico– que se encarga de procesar emociones. Sin embargo, es mucho más complejo que eso: ya Darwin en el siglo XIX había dicho que las emociones son homólogas en todas las especies. En los ’60, Paul Ekman, un psicólogo, dijo que hay “sets” de emociones básicas (miedo, alegría, tristeza, sorpresa, ira) que tienen una distribución neural específica. Cuando tengo miedo la activación cerebral es distinta que cuando estoy alegre. Tengo una “huella cerebral” diferente.

–No me contestó la pregunta.

–A eso iba. Nada se sabía de la agresión en humanos. Se sospechaba que se localizaba en una zona llamada “estriado ventral”, en el que el mensajero químico más común en esa zona es la dopamina, la droga de la recompensa. Sabíamos que si uno daba una droga que disminuía la emisión de dopamina, los humanos procesarían con dificultad la ira y la agresión. Así, hicimos experimentos con pacientes con lesiones en dicha zona y los comparamos con pacientes con lesiones en otras zonas del cerebro.

–¿Y qué encontraron?

–Vimos que los que sufrían lesiones en el área ventral tenían dificultad para reconocer la agresión en otros y para experimentar la agresión. Fue la primera evidencia en humanos de un área que procesa la agresión. Pero nuestra hipótesis es mucho más ambiciosa. Proponemos que esa área estaría implicada en la protección de valores que uno adquiere: pareja, propiedad, comida, territorio.

–Usted habló recién de la conciencia, ¿a qué se refiere?

–Ah. Es todo un tema. Es difícil definir qué es la conciencia. Nadie sabe bien qué es. Tampoco se conocen bien sus bases neurales. Se especula con que es una conexión entre el tálamo y la corteza. Pero la verdad, estamos en pañales.

–Los ’90 se conocieron como la “década del cerebro”. ¿Cree que al siglo XXI se lo podrá etiquetar como el “siglo del cerebro”?

–Lo de la “década del cerebro” fue más que nada un llamado de atención para poner mucho dinero en investigación. Pero sí, creo que el siglo XXI será el siglo del cerebro. De las últimas tres décadas, la contribución más grande en humanos fue la técnica de neuroimágenes funcionales; uno puede estudiar el cerebro “en vivo”, o sea, en plena acción y viendo qué partes de cerebro se activan.

–¿Pero cuando uno habla, por ejemplo, sólo se activa una parte del cerebro y nada más?

–No. Ahí está lo importante: se activa todo el cerebro. El cerebro funciona en red, pero hay un área más crítica que otra. El cerebro es como un piano: hay veces que suenan notas más fuertes que otras.

–Pero igualmente, ¿se siguen buscando áreas específicas de los procesos intelectuales?

–Exactamente. Sin embargo, el miedo de los estudios en neurología es caer en la frenología...

–... aquella pseudociencia del siglo XIX que buscaba rasgos de la personalidad en el tamaño del cráneo y estudiaba la localización de las funciones del cerebro, y que Stephen Jay Gould critica con dureza en La falsa medida del hombre tanto como critica al índice de coeficiente intelectual (I.Q.), ¿cree que es viable esta cuantificación de la inteligencia?

–Estoy en contra del I.Q. Mi posición es que es difícil estudiar la inteligencia en un laboratorio. El I.Q. es sólo un aspecto de la inteligencia. La inteligencia es social; la inteligencia es la “capacidad de adaptarse a problemas nuevos”.

–Hablemos un poco de la memoria. Con lo que me dijo antes, ahora habrá que darle más importancia a la “memoria emocional”.

–Sí, aunque también hay que saber que hay distintos tipos de memoria. Está la memoria “de corto plazo” u operativa, procesada por el lóbulo frontal, como memorizar un número de teléfono sin anotarla. También hay una memoria para caras, más visual; otra es la memoria de “largo plazo”, que actúa a partir de un “dónde” y un “cuándo”.

–Como cuando uno recuerda dónde estaba el 11-S.

–Sí. Es episódica y autobiográfica. Y la procesa el hipocampo. Está también la “memoria semántica”. Hay un “qué”, un significado. Se ve en casos de pacientes con Alzheimer que pueden escribir sin saber qué es una lapicera.

–¿Hay algún tipo de roce entre neurobiólogos y psicoanalistas?

–No sé si roce. Para mí los psicoanalistas tienen las preguntas más interesantes sobre cómo funciona el cerebro. Son fascinantes, pero les falta el método científico para responder esas preguntas. La Argentina sería un buen lugar para que haya un brainstorming sobre estos temas; porque hay muy buenos psicoanalistas acá. Sería interesante que los psicoanalistas interactuasen con los neurocientíficos. Lo que sí hay es un prejuicio –por parte de ambas partes– que es arbitrario y contraproducente.

–¿Cuáles son los grandes interrogantes de las neurociencias?

–Me parece que el más importante es qué es la conciencia, cuáles son sus bases neurales. Otro es el “cerebro social”, es decir la capacidad que tiene el cerebro humano para inferir la mente de los demás. Y pienso que en los próximos años viviremos una revolución: muchas enfermedades aparentemente disímiles como el trastorno bipolar o la esquizofrenia tienen denominadores en común y el entendimiento de cómo funciona el cerebro a nivel neurobiológico permitirá dilucidarlos.

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