CONTRATAPA

Veedor

 Por Antonio Dal Masetto

El amigo Balducci es tesorero del Club Social, Cultural y Deportivo Pampero. Me comunica que, considerando mi hombría de bien y que hago de la discreción un culto, la comisión directiva me invita en calidad de veedor y eventualmente juez de un dilema que surgió en el seno de la dirigencia de la institución. Cuando llego, me advierten que la reunión es secreta, se hace a espaldas de Tito, el presidente del Pampero. La comisión directiva resolvió deponer a Tito, pero se les planteó un problema. Los integrantes están divididos en dos grupos, con posturas encontradas. Lo que necesitan poner en claro es si las bochornosas acciones de Tito son consecuencia de que es un pelotudo o de que es un deficiente mental. Para diferenciarse, uno de los grupos adoptó como bandera el color verde y el otro el rojo.
–Disculpen, caballeros –digo–, pero si ya tomaron la decisión de darle el raje a Tito, ¿para qué quieren dirimir esta cuestión? Cualquiera de los dos argumentos es más que válido.
–Este es un club serio, con una trayectoria intachable –me contestan los rojos y los verdes–, jamás se cometió una arbitrariedad y queremos dejar asentado en actas el motivo real por el cual le dimos un puntapié a Tito. Y esto para que las futuras generaciones no nos acusen de caprichosos y quede un testimonio fiel de la historia de nuestro querido club.
–Bien, entonces pasemos a los argumentos.
–Empezaré por una anécdota que me atañe personalmente –dice el vocal primero, del rojo–. La actividad del presidente es la venta de autos usados y me vendió una batata toda podrida diciéndome que era un auto maravilloso. Cuando le fui a reclamar con ganas de matarlo, me dijo que yo estaba equivocado, que era un auto extraordinario, que era un auto soñado, que lamentaba haber tenido que venderlo porque hubiese querido guardárselo para él. No paraba de hablar y de alabar la batata. Me dijo todo eso sollozando. Lo miré fijo a los ojos y me di cuenta de que no mentía, nunca vi una mirada más límpida, estaba convencido. ¿Tiene o no tiene las neuronas medio abolladas?
–No estoy de acuerdo –dice el secretario, que pertenece a los verdes–; en la historia de los vendedores de autos usados no se conoce ni uno que no sea un estafador. Lo son por definición. Y un vendedor de autos usados que se enamore de una albóndiga, al punto de querer quedárselo, ¿qué clase de estafador es? No puede ser otra cosa que un memo. Y voy a agregar, para ilustración del veedor, un dato contundente a favor de nuestra posición. Cuando lo llamamos por teléfono de urgencia, para algún problema del momento, atiende y con una voz rara, como de artefacto, contesta: “El señor presidente no se encuentra en su domicilio, después de la señal puede dejar un mensaje”. Y todas las veces le decimos: “Tito, sabemos que sos vos, si nunca tuviste contestador”. Y a la semana otra vez, la misma historia, se hace pasar por contestador. ¿Es o no es un nabo?
–Eso que el secretario acaba de exponer, señor veedor, es a todas luces producto de que a Tito le faltan jugadores en la saviola –interviene el vocal cuarto–. Y para reforzar nuestra posición les recuerdo, compañeros rojos y compañeros verdes, la inclinación a las profecías de extraordinarios logros en el Pampero a las que es proclive de tanto en tanto nuestro inefable presidente. La lista es larguísima. Al principio lo mirábamos como se mira a un profeta, lanzando sus vaticinios desde la tarima. Nunca acertó uno. Ni siquiera arrimó el bochín. E insiste. Insiste. ¿Tiene o no tiene una grieta en la azotea?
–No vamos a permitir que se apropien de nuestros argumentos –interviene el tesorero Balducci, que es de los verdes, poniéndose de pie y subiendo el tono de voz–. Lo que prueba el asunto de las profecías quejamás se cumplen es una sola e indiscutible verdad, y es que el presidente Tito es un salame con piolín y todo.
El ambiente se está caldeando un poco y hay cruces de miradas cargadas de encono, así que decido cumplir con la función para la cual he sido convocado.
–Señores miembros de la comisión directiva, he escuchado atentamente a las partes, he sopesado los argumentos, y con el afecto que siento por el viejo y querido club, y la tranquilidad de conciencia de haber puesto en juego toda mi experiencia y conocimientos, les digo que rojos y verdes están en lo cierto por partes iguales. El señor Tito, presidente del Pampero, es en un ciento por ciento pelotudo y un ciento por ciento deficiente mental. Las dos cosas al mismo tiempo. Así que sugiero que asienten esta conclusión en el libro de actas y procedan a la remoción de Tito, sin temor al juicio de la posteridad.
Todos me felicitan por mi salomónico arbitraje y brindamos.

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