CONTRATAPA

La garra del Lobodón

 Por Miguel Bonasso

Cumplió 100 años el miércoles pasado y sigue librando batallas apasionadas contra el olvido. Tenía 15 cuando triunfó la Revolución Rusa y 30 cuando su padre, el general Agustín P. Justo, accedió a la Presidencia de la República e inauguró la Década Infame. Y desde entonces hasta este presente de piqueteros que lo entusiasman, Liborio Justo, también conocido por sus seudónimos de Lobodón Garra y Quebracho, ha sido protagonista, testigo, observador y aun fotógrafo de todos los grandes acontecimientos del país y algunos ocurridos en otras latitudes, como la Gran Depresión de Estados Unidos, que fotografió con notable agudeza y expresividad.
Especialista en negaciones apasionadas, se ha resistido con eficacia a cualquier clasificación. Siendo hijo y nieto de militares conservadores militó sucesivamente en la Reforma Universitaria, el Partido Comunista y el trotskismo, con el que rompió de mala manera al acusar al propio Lev Davidovich de haberse convertido, en México, en un agente de Washington (ver su libro León Trotsky y Wall Street). Aunque se considera nacionalista, no pocos militantes de ese bando lo colgarían con placer por haber calificado a Juan Manuel de Rosas como un agente británico. Tampoco admite ser clasificado como “literato”, aunque su libro de relatos sobre la Patagonia –La tierra maldita– pueda ser considerado un clásico. El seudónimo utilizado para ese viaje literario lo pinta entero: el Lobodón es un animal prehistórico de la Patagonia, una suerte de dinosaurio. Al que Justo le agregó “la garra”, que cuadra bien con su talante peleador. Como ese otro seudónimo, “Quebracho”, que adoptó en 1940, cuatro décadas antes que el grupo político contemporáneo al que le suele recordar que es el dueño del copyright.
En 1936, cuando el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt visitó la Argentina, Liborio saltó a la fama mundial, al gritarle al poderoso visitante: “¡Muera el imperialismo!” El presidente Justo, que estaba junto a Roosevelt en el podio de honor del Congreso, miró enfurecido hacia la galería, sabiendo antes de verlo que había sido Liborio, el mayor, el peor, el preferido de sus siete hijos. David Viñas se ganó el odio eterno del Lobodón Garra, al afirmar que ese grito era un gesto “abstracto”, por “espectacular” e “inocuo”. Justo lo ha dado por muerto literariamente y le reprocha haberle plagiado el título de su autobiografía, Prontuario.
En rigor hay pocos argentinos que se salven de sus anatemas de enfant terrible: Perón es simplemente “fascista”, el Che Guevara un “neófito”, “un mártir que no es para seguir”. Julio Cortázar, Leopoldo Lugones y Jorge Luis Borges concentran sus anatemas en su libro Cien años de letras argentinas (1999). Sólo Horacio Quiroga logra zafar de la garra del Lobodón y ubicarse como el “mejor de los escritores”, a pesar de que en el plano personal rompieron lanzas. Pero es verdad que alguien que critica a todo el mundo tiene grandes posibilidades de acertar.
Como ocurre con su padre, ese general Agustín P. Justo, que tampoco se salva del implacable juicio histórico de Liborio. En 1995, el semanario La avispa albergó una polémica atípica: el hijo de un biografiado le escribía al biógrafo para quejarse de la biografía. Pero no porque fuera extremadamente dura o calumniosa, como suele suceder, sino porque era en extremo “complaciente”. En una carta alucinante, digna de la pluma impiadosa de un Celine, Liborio Justo le recordaba al biógrafo Rosendo Fraga (hijo también de un militar), que el general Justo fue utilizado por la oligarquía y el imperialismo, como después lo serían el general Juan Carlos Onganía (que firmaba sin entender lo que le ponían por delante) y el “infradotado mental” de Videla, que desmanteló la industria nacional al compás de lo que decidía José Alfredo Martínez de Hoz y el “Informe Rockefeller” que proponía esa receta. Apasionado y romántico en una era gris de contadores públicos, el Lobodón centenario sigue rugiendo desde su modesto departamento de la calle Moldes donde escribe libros geoestratégicos como Andesia. Opina que el imperialismo norteamericano comenzó una lenta pero implacable decadencia a partir del ataque a las Torres Gemelas y que de nada le servirá lanzar una campaña mundial contra el terrorismo, porque será derrotado por China. También aventura que la clase trabajadora brasileña, unida a la argentina en el proletariado del Mercosur, abrirá un día la anhelada utopía socialista para todos los latinoamericanos. No es poco para alguien que acaba de cumplir 100 años.

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