CONTRATAPA

Otra actividad escolar

Por Eva Giberti

Nuestras escuelas ya habían avanzado en los diálogos destinados a explicar de qué se trataba esta invasión denominada guerra y al mismo tiempo intentaron tranquilizar a los más chiquitos. Pero acaba de ingresar una noticia que se añade a otras semejantes: Las fuerzas de ocupación invadieron una escuela en Faluja, al oeste de Bagdad; se apropiaron del lugar, dispararon y mataron a quienes ellos definieron como sospechosos. Trece iraquíes, entre ellos varios adolescentes (Página/12, miércoles 30 de abril).
¿Cómo les explicamos a los escolares que la guerra es así? Si la guerra finalizó, ¿por qué la soldadesca se instaló dentro de la escuela de una ciudad? ¿Por qué las tropas violan el ámbito sagrado de la identidad escolar? ¿Por qué instituyen la humillación en el territorio simbólico del pensamiento y el aprendizaje? ¿Necesitan dejar la huella del poder, que suponen invencible, transformando la escuela en un corralón? El mensaje que instalan es claro: “Esto es lo que hacemos con los vencidos y con sus escuelas. Ahora tienen que aprender otra lección: lo que puede sucederle a quienes no se subordinan a nuestro poder”. Esta lectura, que es la verbalización de lo no-dicho por los generales, podría ser tema de conversación durante alguna hora de clase para que los escolares contasen con otros datos acerca de los orígenes de una invasión.
Cuando se les pregunta a los alumnos y a las alumnas “qué les parece lo que sucede en ese país”, descontamos, por experiencia, que las respuestas rechazarán los ejercicios de la barbarie, pero están forzosamente limitadas. Conformarse con el rechazo espontáneo contra la violencia bélica omite la información que ayuda a discernir. Si, en cambio se argumenta con ellos: “Claro, las guerras son espantosas, pero cuando en un país, o en varios, se fabrican muchas armas, tienen que vendérselas a otro país o a distintas personas. Porque las armas se fabrican para ganar plata. Y si no hay guerras o invasiones no habrá compradores para esas armas, es decir, los fabricantes no pueden hacer su negocio”. Lo cual es distinto de tratar los temas políticos en términos de buenos y de malos. Ante el planteo anterior, las respuestas fueron: “Que no fabriquen más armas” y también: “Que se maten entre ellos”. Lo interesante reside en que los más grandecitos, después de contestar de este modo, se quedaron pensando y comenzaron a hacer nuevas preguntas. Comprenden que hay algo más acerca de lo cual ellos todavía no han aprendido. Advierten que si bien se espera que hagan dibujos a favor de la paz, que canten contra la guerra y que se junten para pedir el cese de las violencias, con esas prácticas –necesarias, por cierto– no alcanza. Aquellos que han visto las imágenes de los niños y las niñas iraquíes acurrucados contra el cuerpo de sus madres u hospitalizados, no creen que sus cantos y sus dibujos puedan aliviarlos, aunque pregunten si podemos mandárselos. Saben que siendo criaturas, pequeñas o no, solamente pueden recurrir a esos mensajes, pero que sucede algo más; y que ese algo más es responsable por el espanto y los dolores que esas otras criaturas sobrellevan.
A esta comprensión temprana que hemos constatado durante los últimos días se añade, para los chicos, una paradoja: los vencedores, que no cesan de arrasar personas y culturas, son aquellos que han suscitado la propia admiración cuando consumen, capturados, los productos que ese primer mundo triunfante les ofrece tanto en las series de tevé cuanto en los comestibles/bebibles, así como en los juguetes, en el uso del lenguaje y en el anhelo de emigrar a “ese país donde se vive bien”. No es sencillo para los chicos conjugar ambas realidades, máxime si no cuentan con algunas informaciones.
La segunda parte de la invasión que diariamente ingresa en nuestras pantallas identifica la onda expansiva que se diseñó para destruir yaniquilar desde las vidas de los iraquíes hasta los subsuelos de las culturas arcaicas y fundacionales, ya que en esos subsuelos no solamente el petróleo reinaba. Es preciso saberlo y recordarlo. La argumentación en contrario sostiene: “¡No vamos a seguir hablando de la guerra toda la vida! Menos aún con los chicos, no los vamos a llenar de odios!”. Los chicos son capaces de odios y amores sin esperar que nosotros intercedamos, pero precisan, más aún, solicitan información y también construyen sus conclusiones. Si eludimos hablar de las evidencias que los medios de comunicación aportan, y las que la cartografía internacional ha comenzado a incluir en su geopolítica, arriesgamos obturar, por lo menos transitoriamente, la capacidad de discernimiento y de juicio crítico, simbolizadas por la escuela, donde se aprende y se socializa el pensamiento.
Estos chicos de hoy en día no recitan, como nos habían enseñado a nosotras, los versos de Rubén Darío: “¿Cuentos quieres niña bella? Tengo muchos que contar, de una sirena del mar, de un ruiseñor, de una estrella (...) y de una odalisca mora, con sus perlas de Basora y sus chales de Lahor”. Hoy, Basora ocupa otros renglones en las noticias: “A su arribo a Basora, Donald Rumsfeld fue recibido por el general británico Robin Brimm. (...) Con su habitual histrionismo, Rumsfeld dijo: ‘Lo que es significativo es el gran número de seres humanos, inteligentes, energéticos, que han sido liberados’. ‘Están liberados de lo que fue un cruel y peligroso régimen’, agregó.” Afirmaciones que intentan posicionar los hechos en favor de las decisiones tomadas por el imperio, sin matizar el triunfo con el registro de la muerte y de la aniquilación irreparable del ecosistema y de los bienes que las culturas y las tradiciones preservaban. Esta política discursiva es la que habrá de diseminarse y avanzará mediáticamente, destinada a las nuevas generaciones, a quienes hoy son los chicos.
Por eso parece prudente propiciar para niños y niñas el conocimiento de la historia ilustrado por las escenas que miraron por tevé, experiencia que la sensatez de las docentes reconoció como necesitada de acompañamiento acogedor. Cabe preguntarse si ha sido suficiente. Pienso que sólo ha sido la adquisición inicial de la conciencia que niños y niñas deben tener como sujetos enlazados en la trama de los sucesos internacionales. El conocimiento de la historia y el alerta que de él deriva, pueden contribuir en la génesis de la capacidad de indignación necesaria y efectiva para reaccionar lúcidamente, cuando la vocación expansionista y sanguinaria de un gobierno pretende trascender, mediante sus discursos, en forma de heroísmo libertario.
¿Dejaremos que los chicos crean que Estados Unidos arriesgó las vidas de sus soldados para liberar a Irak, como lo hizo San Martín en América del Sur?
Claro que los chicos sabrán diferenciar el modesto cruce de los Andes, “a lomo de mula”, del suntuoso recorrido aéreo realizado por fortalezas volantes que transportaban bombas inteligentes. No obstante, sería pertinente acompañarlos para que distinguieran la diferencia entre los cuentos que Rubén Darío poetizaba convocando a las perlas de Basora, de la narración infame que, también desde ¡ay! otra Basora, DR ha comenzado a difundir, con pretensión de historia futura.

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