Miércoles, 15 de agosto de 2012 | Hoy
Por Adrián Paenza
Es curioso cómo en las oficinas lentamente desaparecen las hojas de una resma o las biromes o los lápices o las cucharitas para el café... en fin, los elementos comunes, y no muy caros, que solemos compartir con nuestros compañeros de tareas. Digo que es curioso cómo, a medida que va pasando el tiempo, más allá del uso normal, las cantidades empiezan a bajar... más de lo esperable, más de lo que se debería estar consumiendo por razones de trabajo. Es así: ¿quién va a notar que falta una birome que otro terminó llevando a su casa? ¿Quién terminará advirtiendo que se ha usado mucho más papel del previsible?
Estos ejemplos, menores por cierto, terminan poniendo en evidencia que cuando se trata del bien común no siempre estamos dispuestos a cooperar. Evito poner ejemplos más desagradables, pero imagine lo que sucede en los baños públicos y tendrá una idea más o menos clara de lo que estoy hablando.
La Teoría de Juegos, una rama de la matemática que ha tenido un auge sorprendente en las últimas décadas, se ocupa de estudiar situaciones del tipo que figuran más arriba. Por supuesto, no me refiero a problemas triviales, sino a cuestiones que pueden desatar un divorcio o incluso una guerra. La idea no es decidir quién es el que tiene razón, sino buscar un acuerdo que deje “satisfechas” a las partes. Por supuesto, en un mundo ideal, cada uno de los contendientes querría quedarse con todo. Pero así no funciona la vida real. No se trata de discutir quién rompió las promesas que hizo, quién fue el que hizo trampa... Se trata de encontrar la mejor estrategia para que todos no salgan perdiendo “todo”.
Hay una parte de la Teoría de Juegos que exhibe los beneficios de la colaboración antes que la competencia, la cooperación antes que la confrontación. ¿Por qué no queremos cooperar? ¿Por qué nos cuesta tanto ceder una parte para el beneficio del todo? Está claro que nacemos egoístas. Basta ver lo que sucede con la conducta de los niños (como nos pasó a todos, estoy casi seguro, a usted y a mí): en cuanto alguien nos pide que compartamos un juguete (ni hablar con una hermana/hermano) se generan un drama y un escándalo. Recuerdo cuando mi padre me regaló mi primera pelota, yo me la llevé a mi habitación para jugar solo. Según me cuentan, me costó mucho entender que la pelota era para que jugáramos todos con ella.
La cultura nos hace aprender a ceder. Pero, esencialmente, uno no quiere compartir. Los niños quieren todo para ellos y en el momento que ellos lo deciden. Tolerar o coexistir con una frustración es quizá la parte más importante y difícil de cualquier aprendizaje. Convivir en sociedad obliga a ceder todo el tiempo. Un extraordinario ejemplo lo presenta Garrett Hardin en un trabajo del año 1968 llamado Tragedy of the Commons (“La Tragedia de los Comunes”), en donde un grupo de pastores comparten una porción de tierra para hacer pastar sus vacas. Cuando cada uno de ellos consigue una vaca más, la incorpora al grupo de vacas que están en el predio. Naturalmente, cada pastor usufructúa de los beneficios de cada vaca extra, pero al mismo tiempo, al aumentar la población de vacas, como la incorporación no está regulada y todos sacan provecho del bien común, las vacas son cada vez más, cada vez tienen menos pasto, cada vez comen peor, hasta que ya no alcanzan más los alimentos. No es que ninguno haya querido adrede afectar el bien común, sólo que la falta de cooperación terminó obrando negativamente en contra de todos.
Llevarse una birome o una resma de papel o cualquier equivalente suena entre gracioso y pueril como ejemplo, pero si uno lo cambia por tierra, zona pesquera, petróleo, árboles, etc.. entonces la situación tiene otra cara. La Tragedia de los Comunes ofrece el costado destructivo cuando algunos cooperan, pero otros piensan en forma egoísta para mejorarse individualmente y no protegen el bien de todos. Si uno cruza la línea buscando su beneficio personal, es poco probable que afecte en forma sustancial el interés de todos, pero, a medida que cada uno va cruzando la valla, advirtiendo que aquellos que “trampean” a la cooperación lo hacen sin que medie ningún castigo y se benefician por encima del promedio de la población, la situación se transforma en inestable y todos pierden.
¿Cuántas veces, en la vida real, nos vemos involucrados en una disputa, en un dilema en el que creemos tener toda la razón y sin embargo no nos queda más que aceptar un compromiso a “mitad del camino”? El fastidio que eso genera nos empuja a no pensar con claridad o directamente a no pensar. Las decisiones las tomamos impactados por la emoción que termina distorsionando incluso nuestro mejor interés. Sería mucho mejor coordinar una estrategia que nos permita optimizar el resultado, pero es muy difícil de conseguir porque requiere algo así como “pactar con el enemigo” o con el “supuesto” enemigo: es preferible cooperar.
¿Difícil, no? Pero cuando las dos partes usan la misma “lógica”, es posible no perder todo, sino llegar a un compromiso. Sin embargo, si las dos partes que se oponen prefieren “ganar todo”, lo más probable es que “se queden sin nada”.
Hay un ejemplo clásico que ha sido recogido y reconocido largamente por la literatura. No importa cuán cercano o lejano esté usted de la ópera. Estoy casi seguro de que alguna vez escuchó hablar de Tosca. No importa tampoco que usted no conozca el argumento y por eso quiero hablar de él brevemente en estos párrafos y mirar cómo Puccini, cuando la escribió, debió haber tenido en cuenta varios aspectos de lo que hoy se llama la Teoría de Juegos.
Justamente Tosca es el nombre de la heroína. En un momento determinado se enfrenta a una decisión desesperada: su amante, Cavaradossi, ha sido condenado a muerte por Scarpia, el corrupto jefe de la policía. Scarpia tiene la idea de quedarse con Tosca no bien Cavaradossi muera acribillado. Así las cosas, casi sin proponérselo Tosca queda a solas con Scarpia. El policía tiene un plan preconcebido. Le propone a Tosca un trueque: si ella acepta acostarse con él, Scarpia se compromete a que el batallón que habrá de fusilar a Cavaradossi la mañana siguiente use balas de fogueo, algo así como un “simulacro de fusilamiento” que, en realidad, terminaría salvándole la vida al condenado a muerte. Tosca duda. ¿Qué es lo que le conviene hacer?
Mientras piensa el camino a seguir, Tosca advierte que arriba de la mesa hay un cuchillo. Eso le permite especular con la posibilidad de ganar en los dos frentes: aceptar la propuesta de Scarpia, esperar que él dé la orden para “simular” el fusilamiento, pero cuando lo tenga cerca le clavará el puñal hasta matarlo.
Lamentablemente para ella, Scarpia había pensado lo mismo. Es decir, ideó una estrategia que le permitiría a él quedarse con todo: tendría su encuentro amoroso con ella, pero nunca daría la instrucción a la que se había comprometido. Es decir, le haría creer a Tosca que ordenaría que las balas no tuvieran poder de fuego, pero en forma encriptada le habría de decir a quien estaría a cargo del fusilamiento que no dudara en matar a Cavaradossi.
Los dos avanzan con sus ideas. Scarpia muere apuñalado por Tosca y Cavaradossi muere fusilado. Cuando Tosca descubre lo que pasó, ella misma se arroja desde las alturas del castillo y termina suicidándose.
Como se advierte, resultan todos perdedores, como suele suceder en la mayoría de las óperas. Pero en la vida real también sucede lo mismo. Buscar ideas de este tipo, abstraerlas y pensar entonces cómo funcionamos los humanos ante determinadas situaciones es lo que nos hace entendernos mejor como sociedad.
Eso fue lo que el matemático canadiense Albert Tucker describió ante un grupo de psicólogos cuando los participantes quedan entrampados en lo que los que se dedican a la Teoría de Juegos llaman “El Dilema del Prisionero” (1).
La Teoría de Juegos se mantiene al margen de hacer juicios morales o éticos. Ninguno se detiene a criticar la avaricia o egoísmo de cada parte: la ciencia no pasa por ahí. Se trata de aceptar que existe y exhibirla como una gran trampa que inexorablemente termina en una catástrofe. Si uno puede impedirla y mostrar el beneficio de la cooperación para evitar la autodestrucción, la tarea estará cumplida.
(1) Ver Página/12 del 5 de mayo de 2006.
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