CONTRATAPA

Un recuerdo en el diario

Por Elsa Beatriz Luque *

“La lectura de estos textos es una lectura posible, una generación más tarde...” Así comienza el texto de Poesía diaria / Porque el silencio es mortal.
El texto se despliega en las paredes, va infiltrándose en la calle a través de los vidrios, atrapa la ciudad y la convoca a su centro de poemas.
Entonces escuchamos las voces. Las voces de los organismos de derechos humanos, de los Familiares, de las Madres de la ronda implacable, en la Plaza de Mayo, junto al río. De los H.I.J.O.S. que buscan a sus padres, de las Abuelas que buscan a sus nietos, de los Hermanos que buscan a sus hermanos. De los amigos perdidos, de los compañeros que no están.
Recibimos, en el silencio, las voces mismas de los desaparecidos, como un coro polifónico de imágenes. Un gesto de vida.
La generación del ‘70 reaparece fijada en el papel, en esa foto que repite lo que nunca más podrá repetirse existencialmente: sus rostros, en el tiempo transparente de la risa, sus manos abrazando a sus pequeños hijos, su vestido de novia, su mirada clara.
Las víctimas del terrorismo de Estado rescatadas del anonimato, en su vida cotidiana, en sus militancias, en los nombres de los que los aman. Extraídos en la sombra con la pasión de sus convicciones, de sus heroísmos. Expresados definitivamente en la infatigable denuncia.
Los familiares de los desaparecidos se comunican con ellos y crean un espacio espiritual, íntimo a voces que todos escuchan. Hacen público en el diario, todos los días, su testimonio, su reclamo. Configuran la historia que continuó después de ese tiempo sin tiempo del secuestro.
Poemas con nacimientos, despedidas, palabras clave, confidencias. Como si se abrazaran al doblar una esquina y se encontraran por sorpresa: “¡Hola mami! ¡Hola hija!” / Ese era su saludo...” (Beatriz Cristina Sarti, desaparecida 17/05/77). O el poeta Juan Gelman, en un poema a su hijo Marcelo Ariel: “Esas visitas que nos hacemos, vos desde la muerte, yo / cerca de ahí...”.
Los ojos nuevos de Virginia tienen un brillo que trae a mi amiga estudiante, a la mamá joven de los exámenes de la facultad, con el embarazo por florecer, con los veranos azules de utopías. Expone su proyecto en un espacio sólido, con 27 años de tiempo. “Una generación más tarde”, dice, y le da una perspectiva: vuelve sobre el temblor de sus propios recuerdos, de lo que hablaban sus padres, del susurro del secreto, de la presencia del miedo.
¿Y cómo fue ese tiempo del horror? ¿Qué sentían? ¿Qué compartieron con sus familiares desaparecidos? ¿Cómo eran en persona estos jóvenes hermosos que nos miran y nos llaman? ¿Cómo forjaron sus militancias, sus ideales, sus proyectos de vida?
¿Y ustedes, los que escriben, están contando con nosotros? ¿También nos hablan a nosotros?
En el acto valiente de escuchar se recortan todos los poemas, los recordatorios del diario Página/12, reproducidos, ampliados, repetidos, destacados sus textos, reiterados sus nombres en una misma fecha de todos los años. Rostros paralizados en la plenitud de la vida. Sonrisas que vencen la oscuridad y se amontonan pesadillescamente en las paredes. ¿Cuánto espacio adentro de todas las casas necesitarán 30 mil memorias recorriendo todas las calles?
Simbólicamente, en nuestro interior materializamos los cuerpos despedazados, inencontrados, los torturados sin límite, traídos hasta aquí, en la duplicación insistente del empapelado del muro. También están nuestros cuerpos, reflejados junto a ellos. Finalmente, el propio cuerpo de Virginia, el de su generación, que quiere saber y tiene el coraje de poner en escena su acto de pensar, su acto de sentir, su acto de afirmación. Se crea, entonces, con materiales cotidianos, un lugar para el recuerdo: la habitación de la Memoria.
“Aparece” este espacio, esforzado y crítico, lúcidamente libre. Forjador de memorias, enjuiciador de los impunes.
También, quizás, se instala un pedido, un llamado a la conciencia ética del cuerpo social: aceptar el urgente desafío, investigar la verdad, enraizar la Justicia, proteger y acompañar, con ese abrazo, a las generaciones venideras.
“Yo esperaba la vida, nada más que la vida. / Abrir los ojos y reencontrar su mañana / y besarte otra vez, para empezar de nuevo, / y volver a la espera de su vientre, del mundo... / Pero he sido robado, vaciaron mis bolsillos, / vaciaron mis arterias y me dejaron solo, / aquí, sobre el recuerdo, sin otro sentimiento, / sin futuro, sin manos, ellos, que nada saben” (Daniel Omar Favero, “Dane”, desaparecido el 25/06/77).

* Hermana de Marcos Alberto Joaquín Luque, desaparecido el 21 de mayo de 1977. El texto acompaña la exposición “Poesía diaria”, en el Centro Cultural San Martín, con los recordatorios sobre los desaparecidos publicados en Página/12 por los Familiares de detenidos-desaparecidos.

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