CONTRATAPA

El señor K y el peronismo

 Por José Pablo Feinmann

Por decirlo claro: Kirchner no es peronista. Por decirlo claro: si Kirchner aceptara la presidencia del PJ (ese cantito de sirena, ese arrorró dulzón y tramposo con el que se lo tienta durante estos días), se limitaría severamente, amputaría su verdadero poder, la expansión que logró en una sociedad que excede enormemente al peronismo, que ya no piensa en términos de peronismo/antiperonismo y ni siquiera en términos de peronismo/no peronismo. A raíz de las recientes elecciones (que enfrentaron a Ibarra y a Macri y, esencialmente, a Kirchner y a Menem) se empezó a decir una frasecita: “Ahora todos somos peronistas”. El razonamiento es: tuvimos que elegir entre dos peronistas. Ibarra es peronista. Macri es peronista. Somos todos peronistas. No, todo lo contrario. Si todos somos peronistas es porque ya nadie es peronista. Si Menem y Macri pueden decir que son peronistas y Kirchner e Ibarra también, eso significa que el peronismo tiene un grave problema de identidad o que está cubriendo “por arriba” actitudes políticas nuevas que todavía no dicen su verdadero nombre. No se trata de la “izquierda” y la “derecha” de un mismo partido. Se trata de proyectos políticos diferenciados y antagónicos. No hay por qué abrumar a nadie con la dialéctica del Ser y la Nada. Pero, ¿cómo no recurrir a la Ciencia de la Lógica de Hegel para develar el sentido de esa frasecita (que acaso sea mucho más que eso) “somos todos peronistas”? Hegel dice: “El ser, lo indeterminado, es en realidad la nada, ni más ni menos que la nada (...) El puro ser y la pura nada son por lo tanto la misma cosa” (Libro I: La doctrina del ser, pág. 108). Entonces, si Menem-Macri son el peronismo y Kirchner-Ibarra son el peronismo, esto significa que pueden serlo porque pertenecen a un todo que no entrega identidad, que no tiene determinaciones internas, claras. Así, el peronismo puede contener a todos porque es la nada. El ser libre de determinaciones (“lo indeterminado”, como dice Hegel) se priva de una posible identidad. El peronismo en tanto identidad política partidaria está tan muerto como el radicalismo. Uno murió por exceso, por desaforada laxitud, por serlo todo. El otro murió por carencia, por ser nada, por extinción. La única vez que Kirchner se definió como peronista (algo que ha evitado, de aquí su peso entre los nuevos sujetos sociales de la Argentina, los que quieren cambiar) fue ante Bush y para zafar (precisamente para “zafar”) de una definición. “¿Usted es de izquierda?”, le pregunta Bush, buscando averiguar si se parece a Chávez. “No –dice Kirchner–. Yo soy peronista.” “Ah, de centro”, dice Bush, algo confundido. “Claro”, dice el señor K, que no ignora que decir “soy peronista” puede significar cualquier posición dentro del arco ideológico. (De hecho, lo ha significado: nacional-popular y proteccionista entre 1946-1952, aperturista entre 1952-1955, sindicalista combativo y ponebombas, o “caños”, con la “Resistencia Peronista”, negociador-dialoguista-conciliador con Onganía, claramente izquierdista o guevarista y hasta movimiento de guerrilla urbana en los ‘70, productivista con Perón-Gelbard y el Pacto Social del ‘73, fascista con López Rega, Isabelita y Ottalagano, socialdemócrata con Cafiero y la Renovación en 1984/85 y neoliberal salvaje con Menem en la década del ‘90.) La presidencia del PJ se le ofrece a Kirchner para nihilizarlo. Para atraparlo entre las redes de un partido sin determinaciones internas, sin definición. Hagamos una prueba, es sencilla y –creo– contundente. Kirchner puede decir qué es y cualquiera puede decir quién es Kirchner. Es un político que en pocos meses de gestión se mostró partidario del Mercosur, descabezó a los sectores represivos del Ejército, de la Policía, intervino el PAMI, recibió a las Madres, derogó las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, y negoció en términos de inusual dureza con el Fondo Monetario. Por el contrario, si usted le pregunta a alguien qué es el peronismo, olvídese. No es casual que ningún extranjero lo sepa o que selo interprete de una y mil maneras, todas posibles, todas limitadas, todas erróneas. “Es un movimiento nacional popular que alcanzó el más alto nivel de distribución de la riqueza, nacionalizó el patrimonio nacional y luego aniquiló la soberanía del país, pauperizó a niveles inauditos a la clase obrera, casi extinguiéndola.” ¿Eso lo hizo un solo partido? Late en todos estos vaivenes el fatal concepto de “movimiento” que Perón le adosó a su notable creación política de la década del ‘40. Pero en el movimiento originario de Perón entraban la clase obrera, los sindicatos, el Estado, la burguesía nacional y el sector pro-industrialista del Ejército. No entraba la oligarquía. La oligarquía fue entrando y entrando hasta que se instaló con Menem. Con Menem y con el PJ y los sindicatos y todos los complacientes políticos y empresarios que acompañaron al exitoso riojano y su fiesta impúdica. Hoy no es un “movimiento”. Es un aparato de poder -enorme, sin duda– que la sociedad identifica con la vieja política entendida en términos de corrupción, mafia y negociados. Hundir “ahí” a Kirchner es matarlo. Y si el señor K quiere suicidarse, aceptará la presidencia del PJ. Si quiere seguir siendo lo que consiguió ser (y serlo más aún), seguirá siendo un político nacional, sensible para expresar lo que la sociedad argentina viene pidiendo desde diciembre del 2001: transparencia, honestidad, muerte de la política aparatista, apertura hacia América latina, derechos humanos, destrucción de los bastiones de la economía de mercado, aniquilación de las privatizaciones y fortalecimiento del Estado nacional. Si el señor K se hunde en el PJ, dejará de ser un referente nacional para ser un referente partidario. Hay que elegir: o el poder partidocrático o el poder de la sociedad que quiere recuperarse como pueblo, recuperando la identidad y el Estado nacional.
Mi tesis es la siguiente: con Kirchner en el Estado (y una política nacional independiente y latinoamericana), las masas de diciembre de 2001 vuelven a ser el “pueblo”. Y apunto a Paolo Virno. En Gramática de la multitud dice que Hobbes ligó el “pueblo” al “Estado”, en tanto Spinoza habría descubierto el concepto de “multitud”: “Un concepto negativo: aquello que no se avino a devenir pueblo, aquello que contradice virtualmente el monopolio estatal de la decisión política” (Colihue, pág. 14). Virno dice luego que “no quiere entonar canciones de cuño posmoderno”, pero las entona. Vea, Virno: nosotros, en América latina, necesitamos el Estado nacional; si no, nos borran del mapa. Necesitamos ese punto de convergencia de las fuerzas sociales, que, al alimentarse de ellas, no será un Uno vertical, autoritario y arborescente. Usted dice: “La unidad ya no es el Estado sino el lenguaje, el intelecto, las facultades comunes del género humano”. Y esto es puro “giro lingüístico”, pura posmodernidad tardía. Usted nos ubica en “un nuevo siglo XVII, es decir en una época en la cual las viejas categorías explotan y es preciso acuñar otras nuevas” (pág. 15). ¡Bravo! Nada mejor que un nuevo siglo XVII, aniquilado por todos los posmodernos (y los posestructuralistas) durante los últimos treinta años, con Nietzsche y Heidegger como puntas de lanza. Hoy, “nuestro” siglo XVII es así (lo es, al menos, “desde” la Argentina): las multitudes de diciembre 2001 instalan necesidades insoslayables en la sociedad. “Que se vayan todos” es “queremos lo nuevo, una nueva forma de hacer política”. Esas necesidades son recogidas por un político que las lleva al “centro” del Estado. Ese político es visualizado por la “multitud”-diciembre 2001 como el que puede llevar al Estado los reclamos de las Asambleas. Al “adherir” al Estado nacional, la multitud se transforma en “pueblo”, pero no al modo de Hobbes. Es “otro” tipo de pueblo. Es el que valida una política cuya viabilidad requiere la recuperación del Estado nacional en un país destruido. Es un “pueblo” crítico que no se agrupa en partidos. Los partidos tradicionales están muertos porque el “pueblo” no se vehiculiza a través de ellos sino a través del apoyo a una gestión estatal que persigue la recuperación de laidentidad nacional. Este proyecto es nuevo. Y Kirchner y el 80 por ciento del “pueblo” lo están encarnando. De aquí que el señor K deba ser irreparablemente “transversal”. No “partidario”: “transversal”. No debe estar al frente de un partido sino de un “pueblo” que quiere otra vez a su Estado para recuperar su nación. Sería, en suma, un terrible error para Kirchner ser apenas peronista, cuando puede ser mucho más. Cuando, de hecho, lo es.

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