CONTRATAPA

Salir del Yosotros

Por Dalmiro Manuel Bustos *

Un lindo jarrón azul adorna el lado derecho del mostrador de recepción de un banco de Barrio Norte. La elegante señora que hace fila delante de mí lo toma con ambas manos y amaga arrojarlo sobre la cabeza del recepcionista con furia manifiesta y, probablemente, justificada. Entre otra señora y yo intentamos calmarla, hasta que la furia se transforma en sollozos. El recepcionista, conteniendo a duras penas su indignación, le grita: “Si fueras hombre, te rompería la cara”. La guerra está declarada. Pero, ¿contra quién?
Salí caminando de ese campo de batalla que antes se llamaba banco, con una desazón y creciente alarma que, en los últimos tiempos, me acompañan casi constantemente. Resonaba en mis oídos el ruido de las cacerolas con las que recuperamos el No que hacía tiempo habíamos perdido como comunidad. Fue un gran paso adelante. El coro del No nos devolvió una fuerza que habíamos perdido. Pensar en esto me calmó un poco, pero no era suficiente. Me pregunté dónde se habría escondido el Sí: ambos vocablos, en delicado equilibrio, definen la administración del poder. El No sin el Sí significa guerra y oposición descarnada. El Sí sin el No es tan solo sumisión, esclavitud.
Es peligroso dejar connotada la palabra Poder con los ejemplos notorios de su abuso. Presidentes, políticos, empresarios, religiosos, han sido paradigmas de lo que no se debe hacer con el poder. Pero ocurre que todos ellos son argentinos. Argentinos fueron Perón, Videla, Menem, De la Rúa, Alfonsín, Duhalde, Yabrán, etcétera. Argentino es el que no respeta las normas y se ríe de las leyes, que siempre rigen para otros. Argentinos los que no respetamos el No interno que marca el saludable límite entre lo que se sabe y lo que se ignora. Entre deberes y obligaciones.
En la Argentina, el jarrón azul podría volar por los aires en cualquier momento.
Para que esto no ocurra hay que aprender a usar el Sí, y para eso hay que comenzar con un ejercicio de modestia. Palabra que los argentinos hemos escrito siempre con faltas de ortografía. Necesitamos salir del corralito del Yosotros, en donde el nosotros es una simple extensión del Yo. El Otro queda incluido en un plural que tan solo quiere decir: “Síganme, que los llevaré a la gloria”. Además de mirar con atención a las personas a quienes les delegamos el poder, miremos dentro de nosotros mismos. Para golpear con la cacerola, ésta debe estar vacía. Esa es una función que ya hemos legitimado. Pero luego hay que aprender a llenarla. Y con actos concretos y posibles. Buenos ingredientes para cocinar en la cacerola son el respeto de las normas, de las leyes, el buen trato a los demás, recordando que cordialidad viene de cordium, corazón. En vez de buscar lo ideal y dejarlo para que sean otros los que lo realicen, pensemos en lo que podemos dar. Y aun el más pobre y desesperado puede dar una mano, o sonreír. O calmar a alguien. Crear entre todos un clima respirable.
La cacerola se podría llenar con actos posibles. El barrio es el espacio donde lo posible y lo ideal pueden confluir. La primera sonrisa de esperanza me apareció al ver que en un kiosco el titular de un diario decía: “Asambleas barriales, trueques”. Buenos ingredientes para poner en la cacerola. También se puede poner la palabra solidaridad, en su versión de hechos concretos. Y no olvidemos dos elementos indispensables y actualmente razonablemente bajo sospecha: política y poder. A las que no se puede confundir con políticos corruptos o abusadores del poder. El Diccionario de la Real Academia Española nos informa que la política es el arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados. Según la misma fuente, poder es tener expeditas la facultad o potencia de hacer una cosa. Si rescatamos su esencia la podemos transformar en un ingrediente esencial para cualquier comunidad. Estamos pasando momentos de enorme dolor. Pero ya lo hemos sentido antes: dictaduras, impunidad, guerras insensatas, promesas mentirosas. Y para que el dolor nos enseñenecesitamos estar abiertos para aprender. Y absolutamente todos los argentinos necesitamos aprender a ejercer la democracia.
La sonrisa que se había esbozado reapareció en su versión burlona cuando me di cuenta de que estaba comenzando a catequizar, usando el yosotros que criticaba. ¿Yo sé ejercer la democracia? Por ejemplo: yo no sé quién es mi representante frente a Cámara de Diputados, mucho menos quién es concejal de mi distrito. Pero a pesar de saber que es una obligación de ellos atender los reclamos de sus representados, jamás ejercí el compromiso activo de decirles lo que pienso. Es mi derecho el conocer el teléfono de sus despachos y hacerles saber cuando se apartan de lo prometido. Se me ocurre hacerlo pero caigo en la melancólica desidia de pensar que nadie me va a escuchar. Entonces los critico severamente, descargo mi bronca y todo sigue igual.
Mi paso se hizo más firme. No es cierto que nada se puede hacer. Y siempre me ha ayudado empezar por asumir responsabilidades a partir de mí mismo. Comenzar por mi mismo eludiendo responsabilizar a otros. Impulsado por la esperanza de un cambio verdadero me compré tres deliciosas medialunas, que me comí caminando hacia mi casa, bajo la sombra generosa de los árboles de la avenida Coronel Díaz. Terminado el festejo arrojé prolijamente el papel en el cesto de la esquina. Al hacerlo veo que una señora recoge una servilleta que se me había caído sin darme cuenta, y la coloca donde debía estar, sonriéndome al hacerlo. Mi arrogancia bien porteña (a pesar de mi estirpe platense) hizo que se encendieran mis mejillas. ¿Cómo alguien me venía a querer enseñar a Mí? Me di cuenta que de un plumazo estaría desdiciendo lo que venía mascullando en mi prolongado soliloquio. La miré, agradecí y cada uno siguió su camino. Tal vez vayamos en dirección al país que soñamos.

* Psicoterapeuta.

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