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Octubre

Por Alberto Ferrari Etcheberry*

Luiz Inácio Lula da Silva cumplió su primera visita oficial a la Argentina en un mes simbólico: octubre.
El 12 de octubre de 1916 y el 17 de octubre de 1945 son hitos de nuestra propia formación como pueblo. Le ponen una fecha al yrigoyenismo y al peronismo o, mejor todavía, al ingreso de los excluidos al cuerpo político y social de la Argentina. Son nuestro “Octubre”, que se resiste a la derrota pese a la inédita decadencia iniciada hace casi treinta años con el Rodrigazo de 1975.
Para los brasileños la Argentina sigue siendo la que se conformó en esos octubres. A veces lo piensan al extremo de negar nuestra decadencia. A veces lo dicen con una lucidez que no es fácil encontrar entre nosotros, sacudidos por el vértigo de lo perdido.
Lula y el Partido de los Trabajadores de alguna manera representan en la formación del pueblo brasileño lo que esos octubres significaron para nosotros. Es una afirmación que puede molestar a algunos intelectuales brasileños pero probablemente no disguste a quienes son los representados por el PT.
La Ley Sáenz Peña de voto universal, secreto y obligatorio es de 1912. En Brasil los analfabetos votaron por primera vez en 1986. Hasta esa fecha, Brasil sufrió uno de los niveles de educación popular más atrasados de América. La media de analfabetismo para el siglo XX fue del 36 por ciento de la población, incluso si se computa la indudable mejoría registrada desde 1986, especialmente bajo el gobierno de Fernando Henrique Cardoso y su ministro Paulo Renato. La exclusión electoral fue tal que hacia la época de los gobiernos de Juscelino Kubitchek y Arturo Frondizi, cuando la población de Brasil representaba cuatro veces la argentina, el padrón electoral de ambos países era similar. Aun con esa brutal exclusión el sistema electoral estaba corroído por el fraude abierto y el clientelismo neofeudal de los coroneles, dueños de los votos.
Sin embargo, en Brasil el sufragio universal no era una reivindicación del reformismo urbano, que parecía ver un peligro en la incorporación política de las masas atrasadas del sertao, sujetas a un mundo en el que eran visibles las raíces del imperio esclavócrata. Brasil, recuérdese, fue el último país americano en abolir la esclavitud y con ella cayó su expresión institucional, el Imperio, recién en 1889, dando lugar a una república singular: la Constitución se apuró a consagrar la continuidad de la negación de la ciudadanía a la enorme mayoría de la población y sólo un siglo después se otorgó el voto a los analfabetos, mendigos, soldados y marineros.
En 1980 nació el PT como expresión del nuevo proletariado formado precisamente por los retirantes –los emigrantes del sertao– y por eso fue natural que ya el primer programa del PT reclamase el derecho al voto para los analfabetos. La Constitución de 1987 lo consagró, aunque con carácter no obligatorio. Tal vez por eso se la llama la Constitución de la Ciudadanía. Sin embargo, la “construcción de ciudadanía” sigue siendo el objetivo básico del PT y fue slogan de su campaña. Como alguna vez el retirante nordestino Lula dijo de sí mismo, “mi madre analfabeta me hizo ciudadano porque por su esfuerzo pude tener un oficio”. Nuestro octubre: el voto como instrumento de construcción del sujeto social.
Allí está el sentido del PT y de este gobierno de Lula: una revolución política. El PT es el primer partido político “en serio” de Brasil, en cuyo cuerpo legislativo aún hoy cambiar de camiseta en cuanto se es electo parece una norma ante la cual se estrellan los retóricos proyectos de crear partidos imponiendo por ley la “disciplina partidaria”. El PT, partido de masas y de cuadros, asentado en movimientos sociales que van desde la Central Unica de Trabajadores a los campesinos sin tierra, trajo una nueva expresión de lo nacional en un país-continente. Hasta ese momento, Brasil pareció obedecer una regla no escrita: la defensa del interés nacional suponía posponer el interés de su propio pueblo.
Ya había sucedido algo similar en el siglo XIX, cuando el resguardo de la esclavitud mantuvo la unidad del imperio. Las clases terratenientes estaban atemorizadas con el ejemplo anárquico de la América española. Luego, la exclusión electoral permitió que los conflictos regionales y de intereses se resolvieran en el marco de un sistema elitista que supo sostener a la política como compromiso y negociación. Con el PT se abrió una nueva etapa: por su oposición irreductible al acuerdo fue posible la caída de Fernando Collor de Mello.
Hoy el desafío que el PT enfrenta –y en este marco debería juzgarse el gobierno que Lula encabeza– es probar que la democracia de masas no es incompatible con la justa negociación de intereses. Lula se define a sí mismo como un negociador. Otro desafío es que llevar la ciudadanía a todos los brasileños es el único modo de mantener la nación y de profundizarla junto con los vecinos –el Mercosur y Sudamérica– ante los peligros de la globalización.

* Ex subsecretario de Asuntos Latinoamericanos.

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