CONTRATAPA

Engañada

 Por María Moreno

Sucede cada tanto: justo cuando uno cree que los derechos sexuales vienen marchando como los santos, y el terreno parece tan liso y aceitado que los santos dan la impresión de ir sobre patines y la expresión deshacer el género le es familiar hasta a un cadete de la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral, un hecho menor pero significativo indica que no, que existen algo así como “bolsones de reacción”, exabruptos conserva como si se tratara del síndrome de Tourete (asociado a la exclamación de palabras obscenas o conductas inapropiadas) pero al revés. Como cuando aquel diputado que durante la discusión sobre la ley de Patria Potestad Compartida dijo “¿compartida? habría que consultar al padre” o cuando el periodista Néstor Dib informa que en un lugar había “tres personas y un travesti”. Entonces, justo en el momento histórico en que, si bien las Escrituras no hablan de Adán y Moisés en lugar de Adán y Eva, pero como si lo hicieran, mujer con mujer y hombre con hombre pueden joderse aceptando la frase de San Pablo de que más vale casarse que quemarse, el cupo trans permite que te tomen sin hacerte tocar el pianito del género con marca en el orillo biológico y los hijos de varia filiación llevan listas de apellidos más largos que la vieja oligarquía argentina, precisamente a mediados de septiembre, se produce una especie de Reacción, un tsunami ideológico que parece arrastrar brevemente a la constelación Lgttbi a una suerte de grado cero y entonces alguien –lo imaginamos como una mezcla de José del Sel y del padre progresista de Capusotto– escribe tan campante en la prensa la siguiente noticia como si nunca se hubiera dicho, vivido, reglamentado, festejado nada en el plano de la lucha por la igualdad de los disidentes sexuales: Título “una mujer se hizo pasar por un hombre para acostarse con otra; bajada “creyó que era su novio pero era su mejor amiga”. Viralización meteórica, ausencia de nueva información, luego mutis.

Gayle Newland fue denunciada a la policía y llevada a juicio por su pareja amorosa virtual de dos años y diez encuentros eróticos puntuales porque ella no se habría dado cuenta de que “El” era “Ella” (danza triunfal de las esencias como destino anatómico, casilleros opuestos y cantados en un manual para etiqueta sexual de los años treinta donde dicen que se produjo la contrarrevolución heterosexual luego de un período postvictoriano de ocurrencias eróticas variadas y fecundas). La historia es increíble salvo para los cuatro hombres y las ocho mujeres del jurado que condenaron al “novio-mejor amiga” por tres cargos de abuso sexual luego de que su novia-mejor amiga” l@ denunciara luego de darse cuenta. Fue en el Reino Unido, en un pueblo llamado Chester. Según la “víctima”, quien se describe como una mujer “desesperada por ser amada”, un día de 2011, le pidió amistad en Facebook alguien que decía ser una mezcla de latino y filipino, navegante bajo el nic de Kye Fortune. Durante dos años los dos chatearon fluidamente y hablaron por teléfono y ese platonismo parecía satisfacer a la pareja ya que Fortune no se decía precisamente afortunado ya que afirmaba sufrir de un tumor cerebral cuyo tratamiento había desfigurado su rostro de manera que no quería exponerlo en una cita de cuerpo presente. Después de ese tiempo, decididos al pasaje a los hechos (no hay datos sobre esta decisión) ambos mantuvieron sexo utilizando alternativamente una máscara que impedía ya que Fortune fuera visto por su partenaire como que ella lo viera a él. O sea, en una escena la máscara impedía ser visto, en otra, ver. Hasta que un día, durante una fellatio –declaró Ella en el juicio– “los testículos se sentían raros” (extraña traducción que atribuye subjetividad a las bolas), entonces se quitó la máscara y descubrió que Kye y Gayle moraban en el mismo cuerpo.

Ella, como atravesada por una revelación horrorosa, fue a la policía. Kye Fortune bajo su identidad legal de Gayle Newland fue llevado a un juicio en donde declaró que su compañera estaba al tanto del juego y lo había consentido. Ahora espera ser sentenciado en el mes de noviembre. Lo primero que sorprende es que el nombre de la acusadora se mantenga en anonimato como si se quisiera mantener su buen nombre y honor ¿luego de qué ofensa? Lo segundo fue su único argumento de que su credulidad se explicaba por ser una mujer desesperada por ser amada.

La antropóloga Rita Segato define los femicidios como rituales performáticos de las corporaciones mafiosas paraestatales (aunque sin que el Estado quede afuera) destinados a la retención, la manutención y la reproducción de poder: serían expresivos, no utilitarios aunque lo sea la función última. Cabe preguntarse si esos rituales expresivos pueden exceder su dimensión violenta y trágica y manifestarse a través de sucesos diversos de la vida cotidiana, conservando su función de acto de cohesión patriarcal, en este caso la condena a Kye Fortune y la fe otorgada a su compañera como performance destinada a preservar a esta última como fetiche de un orden desaparecido: aquel en que las mujeres hacen cualquier cosa por amor.

Cistitis

El horror de la supuesta víctima ante la revelación de haber tenido una relación lesbiana o con un hombre trans, el alarido que aún se oye de “¡creí que era un hombre pero era una mujer, mi amiga!” nos hace suponer que es “cis” y para ahorrarme el trabajo de decidir de que manera nombrarla cada vez que lo hago, me permitiré llamarla Cistitis, en alusión a un avatar físico sufrido por las mujeres tengan o no en el mismo casillero en la tómbola del género, el asignado y aquel a que se identifica (cisgénero). El caso Fortune parece arrastrar un estado judicial perimido: aquel en donde la sanción pesaba más sobre el hecho de haber transgredido el rol social-sexual que una práctica erótica, lo que explicaría la ausencia de conflicto en creerle a Cistitis y el escaso interés en desentrañar su lugar en los hechos que denuncia. Según George Chauncey en su artículo “De la inversión sexual a la homosexualidad y la evolución de la conceptualización de la desviación en la mujer” cuando la categoría utilizada por médicos y juristas era la de “inversión”: “La mayor parte de los primeros informes se refieren únicamente a la persona invertida, dejando en el anonimato y en la indefinición a su pareja (...) La transgresión realmente grave consistía en la adopción por parte de la persona invertida del rol propio del sexo opuesto, y no en su elección del objeto sexual o en la de su ‘esposa’”.

Voy a evitar preguntas para el churrete como ¿tenía Cistitis en los labios o en las manos algún tipo de enfermedad de las estudiadas por el finado Oliver Sacks que le impedía diferenciar el escroto masculino y su copia hiperrealista de silicona?, ¿le contó a su mejor amiga Gayle su relación con Kye?, ¿sintió Gayle celos de Kye o disfrutó, si los hubo, sus elogios al filipino-latino? Ni pienso preguntarme por cómo es posible que Cistitis no haya reconocido a su mejor amiga. La ceguera del amor no necesita de vendas ni máscaras reales. Por otro lado la identidad de Cistitis (“mujer desesperada de amor hasta el punto de dejarse engañar”) es tan ficcional como la de Kye.

Performance

Si aceptamos el reconocimiento otorgado en facebook por la artista Karen Bennet a Kye Fortune como hombre trans (la prensa no ha difundido su testimonio salvo el de que nunca se sintió cómodo como lesbiana y por eso chateaba bajo una identidad masculina) tendríamos que considerar sus recursos como minimalistas y un poco domésticos: una echarpe y un antifaz de dormir que de acuerdo a las distintas versiones de la prensa usaba su amiga o él, y aunque a veces se dice “se quitó la venda” (él o ella) tal vez se trate de una metáfora. Pero la posición trans cuenta en su larga historia con casos de genio e invención loables. La monja Benedetta Carlini de Vellano (1591-1661), abadesa de las teatinas de Pescia, realizó una performance mística mediante un anillo pintado con azafrán que, según su pretensión, certificaba su casamiento con Cristo: al no contar con la cirugía moderna, aprovechándose de la oscuridad y de la credulidad o complicidad de una de sus discípulas, montó una operación en donde Cristo le extrajo el corazón, reemplazándolo por otro claveteado por tres flechas y adornado por una banda rosa. Benedetta hizo el amor con algunas compañeras bajo la personalidad de diversos ángeles llamados ora Splenditelo, ora Fiorito, ora Tesaurielo, seres que manifestaban un deseo imperativo y enunciado en nombre de Dios y a través de los cuales Benedetta hablaba con voz de hombre (¿ángel trans?). Estas experiencias tuvieron una difusión enorme en relación con la precariedad de la época en materia de comunicación. Dos siglos antes, en España se le hizo otro juicio médico al cirujano Heleno Céspedes para ver si era biológicamente mujer y legalmente “Helena Céspedes” y entonces poder acusarlo de lesbianismo, sodomía y bigamia (contrajo matrimonio dos veces) según las categorías jurídicas de la época funcionales a la Inquisición. El Dr. Céspedes argumentó el aspecto femenino de sus órganos diciendo que se había castrado sin querer mientras hacía experimentos científicos con su propio cuerpo. ¿Los senos?, se le preguntó. No eran de mujer, contestó, sino abscesos producto de heridas de guerra.

Ninguna de estas biografías trans da la menor importancia a las esposas y amantes que como certifica el clásico ensayo de Chauncey eran consideradas mujeres normales ya que no habían invertido su rol y tanto Sor Bartolomea que solía ser visitada en su celda y llevada al placer por ángeles como Splenditelo, Fiorito, Tesaurielo y otros alados que encarnaban en el cuerpo de Sor Benedetta como las sucesivas señoras de Céspedes no tuvieron sanciones legales. ¿Querrá alguien hacer la historia del silencio de espos@as y amantes de trans como complicidad, alegría, goce, picaresca?

Quién sabe cuál será la fortuna de Kye Fortune. Por ahora no ha logrado fascinar a un pueblo empeñado en desestimar la pregunta de Michel Foucault “¿por qué hay que tener un género verdadero?”, pero si, antes de dos meses ese mismo pueblo, sobre todo el jurado, tuviera acceso a alguna cartilla Lgttbi tal vez lo absuelvan. Kye Fortune, en parte latino, debería conocer ese estribillo cumbianchero que dice “¡Que llore, que llore esa malvada!” y podría empezar a canturrearlo.

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