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Agujeros en la Biblioteca

 Por Juan Sasturain

Para Horacio González, disfuncionario del Poder.

Cuando en algún momento no muy lejano se haga el balance de estos años tan convulsionados y llenos de chicanas y mentiras y perversas operaciones mediáticas que todo lo embarran, estos primeros meses de la gestión Macri en el campo de la cultura y los medios de comunicación en general –para no hablar de lo básico y determinante: su criminal política económica–, serán recordados y juzgados como lo que creemos que son: una operación desembozada de desmantelamiento de todos los espacios de potencial disidencia a sus políticas de entrega y claudicación ante los poderes fácticos locales y de sumisión y alineamiento con lo peor y más beligerante del (des) concierto universal que, sin vergüenza y desde la ideología del lucro especulativo, roba, oprime, margina y bombardea (con bancos, con leyes, con tropas, con drones) a todo aquel que se le oponga o no quiera que “lo ayuden” o pida por la dignidad igualitaria en el trato universal y el avance hacia algún tipo de reparto más justo de la torta.

El endeudamiento externo monstruoso –que pagaremos todos– y la fenomenal transferencia de beneficios hacia los sectores más concentrados –que beneficia a muy pocos– son los rasgos principales de todas las sistemáticas medidas económicas nos han impuesto estos impunes empleados de la banca internacional.

Por eso, en este contexto, y más allá de todas las discusiones que podamos sostener, o los acuerdos a los que podamos llegar acerca de debilidades, defecciones y claudicaciones de funcionarios y / o personeros de la gestión anterior; y más allá del sectarismo, de la soberbia y del personalismo de la conducción política en momentos críticos en que se decidía la continuidad o el trucho cambio (para peor); más allá de todo eso –que es asignatura vigente– nada ni nadie nos va a convencer de que este festival de revanchismo y exposición de basura mediática al que asistimos sea otra cosa que una pantalla (nunca mejor dicho) para ocultar lo que verdaderamente pasa, importa y se silencia: los funcionarios (funcionales) de las corporaciones que nos gobiernan están operando cada día un paso más hacia la destrucción sistemática de todos los logros que, en cuanto a soberanía económica y cultural, fueron el resultado de las políticas llevadas adelante –con todas las salvedades que se quiera– durante los gobiernos de los últimos años. Nos están llenando de agujeros; en el cuerpo social, en el bolsillo, en los estantes y en las filas de los trabajadores.

En este contexto, los 240 despidos recientes entre los empleados de la Biblioteca Nacional son (entre tantos) un caso ejemplar y sintomático. ¿Realmente les preocupa, a los ejecutores de esta política de “racionalización” de recursos del Estado, “sanear” el presupuesto dejando de pagar esos sueldos? No. Si son chaucha y palito en el contexto del gran afano macro que protagonizan sin pestañear. El supuesto “ahorro” con los despidos de trabajadores del aparato estatal son sobre todo gestos “para los mercados”, “para los observadores externos” para los que se supone influyen sobre los que van a invertir guita en un “país serio”. Ja. Y para adentro, son señales de represión, intimidaciones, ostentación de impunidad, medidas de disciplinamiento social para poder apretar más. Ja. Esa es la verdad de la milanesa, más allá de cómo la quieran maquillar.

Además, y en este caso es fundamental el dato, han hecho foco (y puesto la mira) en la Biblioteca porque es en ese ámbito donde se produjo uno de los fenómenos más ricos y poderosos de toda la gestión cultural durante estos años. El debate de ideas, nada menos. La producción de actividades, la publicación de libros, la democratización genuina y abierta en el uso de los bienes culturales disponibles. No voy a enumerar acá lo que se sabe, se ha visto, se ha usado y disfrutado de la Biblioteca Nacional, convertida en centro de actividad, difusión y discusión ejemplares, como nunca (sic) antes en toda su larga historia. Todas las intervenciones, manifestaciones, solicitadas y declaraciones de estos días han hecho detallada exposición de todos esos logros. Y es precisamente por eso que los obedientes, penosos mandatarios del ajuste, han pegado ahí.

Y lo han hecho / podido hacer / ahora que no está González. Y sin González es otra cosa; cambió –como todo– para peor. Probablemente como en ningún otro ámbito –grande o chico, desde una Secretaría a un simple kiosco– del vasto organigrama del Estado referido a la Cultura, la iniciativa, la entrega, la brillantez y la creatividad de la gestión personal ha sido tan determinantes como en el caso de Horacio González en la Biblioteca. Esta fue y será para siempre La Biblioteca de Horacio. Como en el fútbol, le puso su impronta, su estilo, su sabiduría y su increíble capacidad de laburo.

Que hayamos tenido un Director de semejante envergadura intelectual, un todoterreno incansable que nunca le sacó el cuerpo / la palabra / la opinión / el análisis a ninguna cuestión o coyuntura o foro, ni se agachó obsecuente ni se cerró obstinado, es un lujo; que hayamos disfrutado (aunque sea de ojito y entre decenas similares) momentos excepcionales como fue su presentación de la poesía de Szpunberg, su crítica al profeta agorero y feriante bendecido Vargas Llosa, o la informal despedida en la explanada de su Biblioteca, es un placer que conservaremos siempre; que hayamos verificado con asombro que mientras ejercía su cargo se haya dado tiempo para producir una formidable cantidad de textos –de ensayos a novelas– siempre incisivos y estimulantes, es motivo de nuestra admiración y envidia para siempre.

Pero lo que acaso resulta más admirable es que Horacio González ha sido un funcionario que funcionó (supo gestionar) sin ser funcional a ninguna otra cosa que a sus convicciones. Por eso este texto coyuntural y tardío –y que sé que representa el pensamiento y el sentir de tanta gente– está dedicado a él, un ejemplar disfuncionario del Poder.

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Imagen: Jorge Larrosa
 
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