CONTRATAPA

Ser otro

Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona

UNO La llamada “cuesta de enero” es el equivalente para nosotros –simples mortales– de los Idus de marzo para aquel divino César. Es en enero cuando el vivaz recibo de la tarjeta de crédito o los billetes de lotería muertos se nos clavan como puñales y –en el calor de abajo o en los fríos de arriba– se disuelve o se petrifica nuestro entusiasmo findeañero donde todo parecía posible, donde nuestra euforia nos hacía pensar que a partir del segundo cero del 05 seríamos otros. Pero ya pasó y seguimos siendo los mismos sólo que con un año más, un año menos.

DOS Lo que no impide que la fantasía de la otredad (“condición de ser otro”, define mi diccionario real) no siga latiendo en nuestras tripas como un alien en incubación. Y sobre la posibilidad de realizar este sueño leí el otro día. Sobre algo llamado Status Project, que tuvo sede el pasado noviembre en los sótanos del Nuevo Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York, en una muestra titulada Las reglas del delito. Allí dos artistas británicos –la pareja constituida por Heath Bunting y Kayle Brandon, adictos a cruzar pasos fronterizos de manera ilegal– ofrecen “ayuda a todas esas personas que buscan un cambio; por ejemplo, dejar de ser un mendigo para convertirse en director de banco”. ¿Cómo lo consiguen? Fácil: con un banco de datos creado a partir de data recogida en Internet se elabora todo tipo de documentos de identidad falsos. Eso sí: por amor al arte y no por desprecio al sistema. El sueño húmedo de Tom Ripley y la pesadilla a secas del Departamento de Seguridad Interna de los Estados Unidos. Bunting y Brandon dicen ser conscientes de la potencia siniestra del asunto; pero aún así... Verlo y probarlo en status.irational.org.
Y feliz vida nueva.

TRES Y una versión más trash del asunto es la que pone en práctica Préstame tu vida, flamante programa de Televisión Española donde “dentro de un formato serio socialmente y de riesgo controlado, que no busca situaciones conflictivas” –léase: otro reality show– dos personas intercambian durante cinco días sus respectivas existencias. En la primera emisión –el pasado viernes– se produjo un trueque, hay que reconocerlo, muy gracioso: Miguel, un ganadero homófobo y un tanto primal de Albuquerque fue a parar a la Barcelona fashion de Maxi, un pizpireto gay al que nada le podría parecer menos in que una semanita en un páramo digno de Los santos inocentes. Y, sí; grandes momentos: Miguel tembló ante la posibilidad de ser violado por una jauría de drag queens y Maxi paleó mierda y fue obligado a comerse un corderito con el que se había encariñado mucho. Pero, al final, ambos dijeron haber aprendido mucho de sus biografías alternativas y efímeras. Miguel dijo que los gays no eran “tan anormales” después de todo. Maxi se encariñó mucho con su nuevo padre y le diagnosticó a El Pollo –un cerril mozo del lugar– que detrás de esa hombría apenas se escondía “una maricona” ansiosa por salir. El hecho de que Maxi sea argentino no debe extrañar a nadie. Ya lo dije: participante de reality show español es, pareciera, uno de los nuevos y más posibilidosos destinos para nosotros a la hora de cambiar, de ser otros. Y mientras escribo esto, Natacha –de Gran Hermano 6– y su primo lacaniano se defienden en diferentes sets de los ataques del ex marido de la primera (recién importado). Y, ay, acaban de entrar en Gran Hermano VIP dos argentinos más: un tal Lalo Maradona (hermano de la Mano de Dios) y King Africa (ese pachanguero cruza de Bergara Leumann con Idi Amin).Y yo me pregunto hasta cuándo y quién será el próximo...

CUATRO ...en aterrizar en Barajas para vivir de nuevo, para volver a empezar, para dejar de ser aquel otro que era –con el cinturón ajustado en tierra– antes del avión y de la película mala y de la azafata antipática. Y lo cierto es que son muchos los que rebotan en la aduana o en la frontera y resultan prontamente devueltos a la casilla de salida en el tablero de este juego: 11.318 de un total de 119.169 repatriados en el 2004. Y lo cierto es que ni el PP en su momento ni el PSOE ahora parecen estar cerca de una solución justa y ordenada. Está claro que el equipo de Zapatero parece mejor predispuesto a conseguir resultados rápidos que pasen más por el desenredo que por el nudo. Jesús Caldera –ministro de Trabajo y Asuntos Sociales– ya se ha manifestado en cuanto a que “lo razonable es que haya un 10 por ciento de inmigrantes” teniendo en cuenta que la cantidad es hoy, incluyendo a los extranjeros en situación irregular, un 7 por ciento. Así que calculen: los últimos datos del empadronamiento contabilizan unos 43,2 millones de habitantes entre los que ya cuentan y suman 3 millones de extranjeros. A correr que se acaban los números.

CINCO Pero el problema de fondo tal vez sea otro: días atrás la agencia Europa Press informaba de un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) donde se concluía que el rechazo del español medio hacia los inmigrantes –hacia “los otros”– había crecido de un 8 por ciento a un 32 en los últimos ocho años. A nadie se le escapa, claro, que esos ocho últimos años coinciden con los que estuvo el PP de Aznar en el poder y –explicó la socióloga María Angeles Cea– que el incremento de “rechazo declarado” se haya vuelto más intenso a partir del 2000. Año en que Aznar ganó sus segundas elecciones por mayoría absoluta y se multiplicaron las declaraciones de hombres del gobierno en cuanto a la relación entre “migración y aumento de la delincuencia” y los noticieros difundieron más y más las imágenes de pateras llegando o naufragando frente a las costas de España. Los atentados perpetrados por terroristas islámicos hicieron el resto. Esta antipatía –más arraigada en personas de mayor edad, menor nivel de estudios y fe católica– es a la que aludía una viñeta de El Roto, formidable dibujante de El País. Allí, un rostro en primer plano, la mirada dura y la boca una mueca, decía: “¡De uno en uno parecen inmigrantes, pero todos juntos tienen una pinta de invasores que no veas!”
Y, ahora que lo pienso, a estos tal vez habría que someterlos al Status Project, recuperarles el pasaporte nómade de sus abuelos, y prestarles las otras vidas de esos españoles que, alguna vez, cruzaron el océano para ser otros. Y que –para bien o para mal– lo consiguieron.

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