CONTRATAPA

Chagas, una tragedia silenciosa

 Por Luis Bruschtein

“José Alvarez ha cumplido once años, tiene cuatro hermanos y todos viven en El Pescado, una de las comunidades más inaccesibles y pobres del departamento de Tarija. Para que un equipo sanitario llegue allí, hay que caminar más de cuatro horas desde el río, al que se llega tras cinco horas en coche desde la ciudad. Como a sus otros hermanos, a José le han diagnosticado Chagas este año, algo que le hace parecerse a otros pequeños de su comunidad. Sin embargo, él no es igual, es el único que no puede jugar ni levantarse ni asistir a la escuela. José es un minusválido desde que nació y, para diagnosticarlo y poder tratarlo, su padre tuvo que llevarlo en brazos durante horas y él mismo llegó gateando hasta la casa donde se hacen los controles de tratamiento.”
Es un párrafo del libro Chagas, una tragedia silenciosa, que acaba de editar Losada con el trabajo de la agrupación Médicos Sin Fronteras sobre esta enfermedad latinoamericana. “No estalla como las bombas, ni suena como los tiros –escribió Eduardo Galeano en la contratapa–. Como el hambre, mata callando. Como el hambre, mata a los callados; a los que viven condenados al silencio y mueren condenados al olvido. Tragedia que no suena, enfermos que no pagan, enfermedad que no vende.”
En América latina hay 18 millones de enfermos de Chagas. El país más golpeado es Bolivia, donde se realizó el trabajo de Médicos sin Fronteras. Y dentro de Bolivia, el foco está en el departamento de Tarija, que también es de los más ricos por su cuenca gasífera. Pero en Argentina se calcula que hay dos millones y medio de infectados en el norte del país.
El Chagas es una enfermedad de los pobres. Los pobres no tienen plata para pagar remedios. Y por lo tanto no tiene demasiado atractivo para la industria farmacéutica. El proceso de diagnóstico y tratamiento es complicado y por lo tanto los gobiernos tampoco hacen demasiadas inversiones ni tienen políticas prioritarias.
En el libro de MSF hay muchos datos y hay historias como las de José Alvarez. “¿Cómo puede ser que en una zona tan rica en hidrocarburos como es Tarija la gente viva en esas condiciones?”, preguntó un señor del público durante la presentación que se hizo el domingo en la Feria del Libro. “¿Adónde va esa plata?” “¿Cómo puede ser que en Argentina haya todavía tanta gente con Chagas?”, preguntó una señora. “¿Cómo puede ser que con tantos enfermos haya escasez de remedios específicos?”, fue otra pregunta. “¿Cómo puede ser que con tantas personas enfermas el Chagas nunca aparece entre los programas prioritarios de ningún gobierno?”
Cuando la medicina se concibe como negocio y a los enfermos como mercado, todos esos “cómo pueden ser”, pueden ser. La diferencia con el sida es que en el mapamundi el Chagas sólo afecta a los países del Sur. En cambio, el sida, además de hacer estragos en el Sur, afecta también a los países del Norte, entonces hay un mercado de enfermos con más capacidad adquisitiva. El Chagas, en cambio, funciona como “limitante del crecimiento poblacional” entre los pobres. Hay zonas en Estados Unidos que también tienen vinchucas, pero allí no hay Chagas porque la gente no vive en las condiciones ínfimas como tiene que hacerlo en el Sur.
El Chagas no deja en pie ni un solo paradigma de la economía de mercado, no hay derrame, no hay interés, no hay inversión, solamente hay silencio y millones de enfermos que muchas veces asumen ese padecimiento como algo natural. El que muere de Chagas muere de muerte natural, pero es una naturalidad que no tienen otras personas. Es una muerte natural para el pobre, para el campesino o el indígena que vive en zonas riquísimas en condiciones infrahumanas.
“Las personas que padecen la enfermedad de Chagas –dice en el epílogo Emilia Herranz Montes, presidenta de MSF– están atrapadas en el círculo de falta de interés y voluntad política: no búsqueda activa de los enfermos, no diagnóstico, no tratamiento, no demanda, no investigación.”
Eduardo Galeano lo ratifica: “No es negocio que atraiga a la industria farmacéutica, ni es tema que interese a los políticos ni a losperiodistas. Elige a sus víctimas en el pobrerío. Las muerde lentamente, poquito a poco va acabando con ellas. Sus víctimas no tienen derechos, ni dinero para comprar los derechos que no tienen. Ni siquiera tienen el derecho de saber de qué mueren”.

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