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 Por Martín Granovsky

Mientras reunía en Washington a un grupo de embajadores políticos y de carrera y excluía a otros –el subsecretario de Asuntos Latinoamericanos Leonardo Franco, por poner un solo caso–, el canciller Rafael Bielsa publicó un artículo sobre el Area de Libre Comercio de las Américas en Clarín de ayer. La nota decía que el Alca no murió y que la Argentina sigue “teniendo interés en un acuerdo que satisfaga, en términos de acceso a mercados, los intereses de los exportadores argentinos”. Y decía: “Pero el fenómeno sigue constituyendo el desafío de esta hora”.
La novedad está en la última frase. Hasta el momento ningún funcionario del gobierno argentino –ni siquiera el ministro– había dicho que el desafío de esta hora era el Alca, un espacio en el que, como se desprende de la columna del propio Bielsa, la Argentina tendría hoy muy poco por ganar.
Ayer, como se refleja en esta misma página, funcionarios de la Cancillería deslizaron que la Argentina quiere más Mercosur y mejorar su relación con Brasil. Y participantes de la cumbre de Washington dijeron a Página/12 que el vínculo con Brasil es “importante y vivo”, aunque, según señaló uno de ellos que pidió reserva de identidad, “Brasil quiere ser hegemónico pero sin billetera”. Si eso significa que los brasileños actúan como gran potencia pero no lo pagan, se trataría de una contradicción. Las grandes potencias nunca pagan. La Argentina se benefició de una relación solo cuando entendió qué ventaja tenía para ofrecer. Con Washington, por ejemplo, no ofrece ni un mercado interesante ni alineamiento estratégico, sino garantía de estabilidad política para el Cono Sur, cosa que hoy cotiza bien en la Casa Blanca.
El problema del brasileñismo de ayer es que antes estuvo el antibrasileñismo más bien rudimentario de la Cancillería en los últimos días. Y que la reunión de Washington –toda una novedad como sitio desde donde un ministro argentino repiensa el mundo– coincidió con la novedad sobre el Alca anunciada por Bielsa.
Brasil puede ser antipático, hegemónico o hegemonizador, autorreferencial, imperial, injusto o discriminador con los productos argentinos. Y a menudo lo es. Pero, aunque la política exterior argentina no debe agotarse en Brasilia, es difícil imaginar una inserción en el mundo sin una firme sociedad con un país al que la Argentina le vendió el año pasado productos por 5479 millones de dólares (poco menos que a la Unión Europea entera y casi el doble que a los Estados Unidos), que es su principal vecino, que no solo exporta soja sino aviones, que tiene las mismas posiciones ante el Alca y en la Organización Mundial de Comercio y que, inclusive en sus momentos más odiosos, no reniega de la alianza con la Argentina.
Muchas veces Brasil no entiende a la Argentina o la castiga. Y es justo que la Argentina reaccione negociando duramente. Pero ése no es el punto. El punto es si la Argentina discute con Brasil como se habla con un socio o como si fuera un país más.

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