CONTRATAPA

Embocar o no embocar

 Por Osvaldo Bayer

Estuve preso de guardapolvos blancos y maquinarias que lanzan chispitas, por eso mi ausencia en el momento más preciso. Argentina-Suecia. Pero anoche lo pude ver en una repetición televisiva, ya tranquilo, perdidas todas las esperanzas. Y bueno, ¿qué se puede decir de un equipo de doctores que no puede dar con el arco? Cuando en el segundo tiempo se venían todos a la carga ese equipo me pareció un entrevero de legionarios. De legionarios educados, de buenas costumbres, lavados y planchados, educados en los mejores colegios europeos, pero legionarios. El pase largo, el pase corto, todo en su medida y armoniosamente. Pero faltaba el baldío, la chispa, el genio atorrante, la apilada, el adivinar el hueco donde el arquero de tres metros y doscientos kilos de pesos no va a alcanzar la número cinco. El equipo sueco, perfectamente sueco, todos de raza Shorthorn y Aberdeen Angus, con uno solo nacido fuera de corral. Toros. Todos una fortaleza. Y los nuestros, legionarios con cursos superiores de fútbol universitario, a los que no se les cayó la gorra ni cuando patearon el penal. Tan mal pateado como cuando yo era suplente en el equipo de la calle Arcos. No era Argentina, era la correcta Europa. No sé si está mal o se puede reprochar algo. Pero perdimos como europeos. Los suecos con motor adosado, nosotros con todas las materias aprobadas con bueno y muy bueno. Hasta que se acortaron los minutos y ya el equipo de argentinos doctorados en la Sorbonne tiró a la marchanta todas las formas y comenzó el entrevero en el área sueca. La Argentina volvió a los tiempos de las montoneras de Estanislao López y el entrerriano Ramírez, a lanza seca y daga. A lo indio. Pero los campeones de la Rural sueca no dejaron pasar a nadie. Ahí me acordé del chueco García, pero no cuando anduvo en Racing, sino cuando jugaba en Rosario Central, por los años treinta, cuando los canallas ganaban caminando sin necesidad de correr. ¡Qué pirueta las del Chueco, qué maravilloso trazado de curvas y talonazos, qué paradas en seco!
Y ahora veía esto, taponazos argentinos que iban a pegar todos en las carnes suecas, ni un vacío, ni un hoyo, ni un hueco. Comencé a deprimirme y me acordé del Mundial de Suecia del ‘58, cuando perdimos 6 a 1 con los checos. Pensé para consolarme: bueno, aquí nos eliminan pero por lo menos no volvemos a casa con una canasta de pepinos (perdón por la antigüedad, pero así se decía en el ‘58). Ni el Chueco García, ni los pepinos aquí en Oriente. Pero la incapacidad de vencer a los gordos. Sí seis a uno en Suecia. Estos nórdicos nos cambian el repertorio. Recuerdo que el arquero Amadeo Carrizo, de River, que recibió los seis pepinos, dio esta explicación filosófica digna de Descartes cuando le preguntaron por qué seis adentro: “Y qué quieren –dijo– si cuando los checos pateaban, las embocaban todas”.
Está bien, una explicación. Por eso nosotros ahora, con la misma profundidad metodológica, para explicar nuestra eliminación podríamos decir: “Y qué quieren, si cuando pateaban los argentinos no embocaban ninguna”. Y ya está. Puede ser la razón fundamental. Toda es cuestión de que se emboque o no se emboque en el fútbol. “Embocar o no embocar, that is the question”, hasta tiene una inspiración shakespeareana.
El ex jugador alemán Paul Breitner, campeón mundial del equipo de Beckenbauer, en un comentario de anoche para explicar el fracaso argentino señaló: “No se puede armar un equipo con todas estrellas que no están acostumbradas al juego conjunto. Poner a jugadores estrella que no hablan el mismo idioma ni lo intentan entre ellos, es un error. Se llega a un equipo cuando se logra una orquesta y no sólo solistas. De solistas, los jugadores argentinos pasaron a ser huérfanos. Ni siquiera supieron patear el penal. Y el gol no era válido porque Crespo se adelantó antes del silbato”. Bueno, dejémoslo ahí, no sigamos, pero ojalá se entere Bielsa. Después del partido vinieron las lágrimas. Crespo y Batistuta merecieron nuestra ternura por sus lágrimas. Yo no quiero titular esta nota como lo hizo un matutino porteño después de la derrota del 6 a 1 en Suecia, en 1958: “Lloran como mujeres lo que no supieron defender como hombres”. Título machista si lo hay (pido perdón a las feministas por haberlo reproducido, ojalá no me aplacen de nuevo). No, las lágrimas de los dos jugadores fueron viriles. Fue la pena por no poder llevarle la victoria en las manos al pueblo que esperaba.

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