ESPECTáCULOS › MORIA CASAN, EN LA TRASTIENDA DEL MAS BIZARRO TALK SHOW DE LA TELEVISION ARGENTINA

“Yo para esto tengo oficio, instinto y psicología”

El estudio de América se puebla tarde a tarde de historias espeluznantes, puntuadas por una tribuna que no perdona y una conductora con pulso para convertir en show el recuento de miserias. “Encuentran la frutilla de la torta de su vida en su victimización pública”, dice Moria sobre sus visitantes.

 Por Mariano Blejman

El truco está en la misma Moria Casán. La dama se desempilcha con vehemencia en cámara y sus invitados la siguen como si nada. “Esto es un poco border”, confesará hacia el final de la jornada. “Mi programa está entre la comedia y el drama, aunque hay días en que es casi risueño. Porque hay tanta desmesura en la exposición, en contar, en manifestar sus miserias. Esto es como el ‘sé gual’ de minguitolandia. Da lo mismo acostarse por un electrodoméstico que no hacerlo.” La tarde de Moria tuvo a embarazadas que confesaron que no querían cuidar a su bebé, mujeres que contaron que engañaban a su esposo con su cuñado, hijas que se acostaban con sus madres desatendidas cuando el padre marchaba al trabajo. Página/12 presenció el backstage de “Entre Moria y vos”, el último talk show vivo de la Argentina, para tratar de encontrar la clave: ¿Cómo consigue Moria esas historias de neorrealismo decadente extirpadas del gran Buenos Aires?
Moria comienza, como siempre, por contar su propia vida: “La revista Paparazzi me hizo una nota. Dice que quiero ser mamá de nuevo. Y mejor que lo cuente yo antes de que se enteren por los medios”. La ecuación de Moria es así: antes de que se enteren por ella misma en otro medio, lo cuenta ella misma aquí. La historia que presencia este diario es más que curiosa: Haydée es una muchacha mañosa decidida a entregarle su cuerpo a Diego, una inmensa –sobre todo por su peso– víctima que obtuvo sexo engañado a cambio de algunos electrodomésticos, un televisor y algo de plata. “Ella me ama”, cree Diego al principio. Haydée, la polémica inquilina de su corazón, tiene el consentimiento de su esposo para la trampa. “Mientras sucedió yo vivía tranquilo”, dirá el esposo más tarde. La madre de Diego se opone a todo el asunto. Ahora estalló el escándalo que sólo Moria y su tribuna podrá resolver.
El show es siempre una puesta en escena. Esta vez con el intento de crear un relato devaluado y en crisis de personalidad. Neosurrealismo. En el primer bloque, después de contar sobre su pretensión de embarazo, la tribuna le pide a Moria “¡Que confiese!” Y ella lo hace: “Sí, es cierto que estamos queriendo esas cositas”. Tener pancita de nuevo, casarse más tarde, darse los gustos que ya se dio con Sofía Gala. Moria, alguna vez estudiante de psicología y abogacía, sabe que su discurso se lee en distintos niveles. Y luego se arrepiente de los detalles: “No les cuento nada más. Compren la revista”. Moria está desatada, como loca. “Qué maravilla que hoy no se le acople el pito”, le dice al director. El doble sentido es uno: amar y odiar a su entorno, pellizcar el inconsciente televisivo para lograr que alguien le cuente una historia. Comienza hablándole a la tribuna: “Parece que tuviéramos una relación inmunda pero es fantástica”. Saluda a sus camarógrafos, que la acosan por varios flancos “como siempre me gustó” y al locutor en off que analiza con crudeza la verborragia de los otros.
El sainete de las 18 se abre, telón arriba. Moria acusa: “Esta es la vida: unos se enamoran, otros no se enamoran, unos despluman... Arremeten con el parche en el ojo y frente a eso los piratas tiemblan. A Dieguito no sólo le robaron el dinero, también el corazón”. Filosofía entendible y a buen precio. Ahora sí, el primer acto con un “tape” de Haydée: “Estábamos muy mal de plata y mi marido me dijo ‘¿te gusta?’. No, pero tiene algo de efectivo. Un día nos pusimos a hablar y bueno. De todo me dio. Iba, me acostaba, le pedía plata y siempre me daba. Pero ojo, yo también ponía de lo mío. Nada gratis”. El programa vuelve al piso con inquisición de la tribuna: “¡Te prostituiste!”. Moria Casán interviene: “Vos preparabas tus cheques, tenías siempre la chequera dispuesta”, hiere. La diva suele hacer de abogada incisiva. Más tarde dirá a este diario: “Yo tengo un reloj interno que me marca cuándo tengo que encararlos. Tengo oficio, instinto y psicología. Los dejo reposar, pero luego los escarbo. Tienen una cosa tapadita que les dispara otras cosas y yo las aprovecho”.
Segundo acto: la madre. Ogro de Haydée y protectora de Dieguito, quien reclama, obviamente, su televisor. Y no es que quiera ver el Mundial:quiere la tele, ama la tele. Por eso, claro, está aquí, como último recurso desesperado. “Mire Moira (sic), quiero que me devuelvan todo y se vayan del barrio”: el tan mentado Dieguito al fin entra en escena, aunque casi no entra en la silla. “Estoy enamorado, pero ella no abandona al marido”, declara. Ni se miran, pero él remarca: “Sólo ella y yo sabemos lo que hemos vivido en la cama”. La platea los imagina revolcados y los castiga con sus dardos lacerantes de comentarios impropios. Nadie escucha a la teleplebe.
El programa va a un corte. El locutor sentencia: “Su madre le reveló que todo era un complot y hoy quiere que se lo devuelva”. Quien dice la frase, oculto, oficia de partenaire insospechado, de analista de barbaries para su propia carrera de estudiante avanzado. Aprovecha su trabajo de laboratorio para analizar perfiles, identificar estereotipos, anotarlos en un papelito y luego, en casa, reflexionar sobre ellos. En la tanda, la bronca se amaina recién cuando una de las seis productoras de “Entre Moria y vos” se mete en el medio, como para calmar los ánimos.
Detrás de escena, con la celosa guardia de otra productora, está el esposo. “Ahora es cuando se arma el quilombo”, desliza un asistente de piso al cronista. ¿Cómo sabe? En el plató no hay atisbos de fraude televisado o impostación, pero cuando aparece el temido personaje que encarna al mal, todo se tiñe de roña. A veces, la ensalada de opiniones cruzadas viene acompañada de bofes, verbales y de los otros. Todos los jugadores ya han pisado la cancha: Moria, Haydée, la Madre, Dieguito y por último el marido, cómplice de Haydée. “¿Y ustedes por qué me acusan de cómplice?”, enfrenta a la tribuna, que se le ríe con un tono general en el que impera el sarcasmo. Y efectivamente, tal como se preveía, se arma: los participantes dejan su asiento, se vuelven a sentar y gritan. Cuando todo parece fuera de control Moria, impoluta, interviene: “A este programa lo van a agarrar para la Real Academia Española. La mujer le dijo ‘prostituta baja’ a Haydée”. Moria se ríe de sí misma.
La niña traviesa de Haydée se defiende: “Le hice el amor, pero el amor lo finjo”. Y no piensa devolverles la tele, pero se quiebra. Las luces descienden en el estudio. Un riachuelo de lágrimas cae por las mejillas enrojecidas de los invitados: “Señores –se para y espeta Haydée– ustedes tienen para comer. ¡Yo no tengo qué comer!”. La tribuna, embravecida, la enfrenta y la trata directamente de gato. La crisis se hace presente de una vez. Y el marido de Haydée pide, sin vueltas, a Moria: “¡Dame laburo vos!”. La diva se defiende: “No tengo por qué darte laburo. No soy el Ministerio de Bienestar Social”. Griterío seguido de mensajes telefónicos. Moria los lee de corrido: “Que se invente una vacuna para toda esta gente”, dice un televidente.
¿Por qué la tele? La pregunta se desentraña entre los presentes. La madre de Haydée dirá que viene por una solución. Moria, en cambio, dice: “Necesitan un minuto de gloria. Miran casos menores y se identifican. Encuentran la frutilla de la torta de su vida en su victimización pública”. María Teresa Faisal, productora ejecutiva del programa, tiene una visión pragmática: “Las historias están en todos lados. La diferencia es quién quiere venir a contarlas y quién no. Siempre hay un amigo engañado, un familiar con una amante o alguien con doble vida. Mucha gente con cierto nivel adquisitivo lo confiesa con sus amigos en el bar, en el psicólogo o en el cura. Otra gente confía en Moria”.
La rueda de la fama se acaba para los invitados a las 19. Diego y su madre se van por una esquina, la pareja sale por otro. Ya se encontrarán en el barrio y seguirán en contacto con producción “por si pasa algo”. Algunos casos han terminado en contención psicológica. Pero los 15 minutos de fama vuelven a ser para Moria, eternos. “Oia, mirá...”, descubre la diva en el monitor. Levanta la cabeza y se mira en el noticiero de América que informa: “Moria quiere ser mamá”. “¡Qué te dije!”, le anuncia Faisal, su productora. “Te dije ayer en el camarín que la noticia era una bomba. Te aviso, tenés a ‘Rumores’ en la puerta”. Y Faisal deja saldada la duda:”Los testimonios no se pagan. Algunos se llevan un vale de supermercado, tipo ticket canasta. Otros sólo se llevan los aplausos”.

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El estudio de Moria es escenario de historias increíbles.
 
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