ESPECTáCULOS › “CITES DE LA PLAINE”, UNA OBRA POSTUMA DE ROBERT KRAMER

Una tragedia sin fronteras

El film cuenta la historia de Ben, un inmigrante de origen marroquí que escapa de la miseria de su tierra radicándose en el norte de Francia.

 Por Luciano Monteagudo

Militante político sin partido, eterno exiliado, pero por sobre todas las cosas un auténtico viajero, Robert Kramer (1939-1999) fue un cineasta fuera de norma, siempre al margen de cualquier posibilidad de encasillamiento o sombra de convencionalismo. Nacido y formado en Nueva York, tenía 25 años cuando se convirtió en el fundador del Newsreel Movement, una cooperativa de cineastas que participó de la contracultura de los años 60, a la que Kramer aportó algunos títulos clave de aquella época como In the Country (1966), The Edge (1968), Ice (1969) y People’s War (1969), en los que cuestionó sin miramientos la intervención estadounidense en Vietnam. A mediados de los 70, Kramer se radicó definitivamente en Europa, pero se lo podía encontrar tanto en París como en Berlín o Hanoi. Esa capacidad para atravesar fronteras nacionales la trasladó a su cine, que nunca quiso reconocer una clara línea divisoria entre el documental y la ficción. Y Cités de la plaine, su film póstumo (Kramer murió de meningitis en la fase final del montaje), es una prueba fehaciente de esa voluntad del director de liberarse de categorías preestablecidas.
Obsesionado por la necesidad de ver, de escuchar, de comprender el mundo, Kramer era capaz de recorrer palmo a palmo los Estados Unidos, en un viaje que dio origen a su obra maestra Route One/Usa (1989), o de volver a Vietnam veinte años después de su primera visita y hacer un film como Punto de partida (1993), donde se cuestionaba sus propios prejuicios sobre el sudeste asiático. Cités de la plaine (que podría traducirse como “Ciudades de la llanura”) está animada por esa misma voluntad de conocimiento. Realizada en video digital, un formato que a Kramer le permitía la posibilidad de una textura más cruda de la imagen, estas ciudades de las que habla el título de la película son las que contienen la historia de vida de Ben, un inmigrante de origen marroquí que busca escapar de la miseria y la violencia de su tierra radicándose en el norte de Francia.
Para narrar el recorrido de su agonista, desde su juventud hasta sus años finales, Kramer recurrió a actores no profesionales, en quienes su propia historia personal se confunde con la de sus personajes. A través del joven Ben, la cámara siempre comprometida de Kramer da cuenta del mundo del trabajo: de la faena en un matadero, de las horas siempre iguales en una alienante fábrica textil, del color y el rumor que animan la dura jornada en un mercado de frutas. Ben alcanza a instalar un comercio propio y se casa con una mujer del lugar, con quien tendrá una hija. Es a través de esta hija que Kramer va reflexionando sobre la vida de Ben. No deja de ser una paradoja que haya sido la propia hija de Kramer, Keja Ho, quien haya culminado el film que su padre dejó en sus manos casi a la manera de un testamento.
No todo el film tiene el mismo grado de interés y la duración por momentos parece excesiva, como si nadie se hubiera atrevido a sacrificar aquellas imágenes que Kramer llegó a dejar en la mesa de edición, pero hay una verdad esencial en Cités de la plaine que duele. Una verdad que incluso se hace presente cuando el film registra los sueños y las visiones de Ben, ciego en los últimos tramos de su vida, pero capaz de ver con los ojos de la memoria.

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La mujer que aparece de manera recurrente en los sueños de Ben.
 
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