CULTURA › LUIS FELIPE NOE ANALIZA EN PROFUNDIDAD LA OBRA DE CANDIDO PORTINARI

El fundador de la imagen latinoamericana

Noé tenía 13 años cuando fue a la primera exposición del gran artista brasileño, en 1947: nunca pudo olvidar la impresión de esa visita. Ahora, a los 70, y mientras se lleva a cabo la segunda muestra en Proa, el pintor argentino habla de Portinari a través del tiempo: “Sus soluciones plásticas, combinadas con los temas sociales, consiguen un dramatismo muy particular”.

 Por Angel Berlanga

Cuando Luis Felipe Noé tenía trece años y ya sabía que su oficio en la vida tendría que ver con el arte, asistió embelesado a la inauguración de la primera muestra que se montó en Buenos Aires del ya a esa altura consagrado Cándido Portinari. Ahora, 57 años después, mientras parte de la obra del brasileño se expone por segunda vez en esta ciudad, Noé llega a la Fundación Proa con una pila de recortes de diarios y revistas que conserva desde aquellos días de 1947, papeles que dan cuenta de la enorme repercusión que tuvo entonces el arribo de Portinari y sus 64 obras a las salas de las galerías Peuser. “En mi adolescencia yo estaba enamorado de la pintura y del arte moderno, y su nombre se me había convertido en mítico”, dice Noé, y muestra un catálogo autografiado en aquella exposición por el artista al que su compatriota, el escritor Jorge Amado, definió como “uno de los hombres más importantes de nuestro tiempo, pues de sus manos nacieron el color y la poesía, el drama y la esperanza de nuestra gente”. “Tenía una calidad extraordinaria, era un tipo realmente dotado”, dice Noé frente a Niño muerto, una de las obras más célebres de Portinari.
Antes de comparar sus sensaciones ante las dos muestras, los públicos y las repercusiones, Noé se ocupa de contextualizar a Portinari a través de citas de esos artículos de época: el pintor tenía por entonces 44 años y fue recibido aquí como “un gran maestro”, cuya fama recorría “los más opuestos lugares de fermentación artística”. “Me intrigaba cuando leía que su característica más notable era la versatilidad”, dice Noé, y subraya un párrafo en el que se hacía hincapié en cómo Portinari, “desafiando clasificaciones de súper realista, expresionista, primitivo o clásico”, pasaba de un estilo a otro “con seguridad y facilidad completas, adaptando su composición y espíritu a las exigencias de cada nuevo problema”, y así conseguía “hablar de veinte maneras distintas sobre esta tierra”. Esto es, sobre Latinoamérica. Porque Portinari, como Diego Rivera antes en Brasil y como Berni luego en la Argentina, es un artista central en la pintura del continente por sus aportes fundamentales, dice Noé, “en la conciencia del proceso de la elaboración de una imagen latinoamericana”.
Hijo de inmigrantes italianos, Portinari nació en el estado de San Pablo en 1903. Enseguida supo que lo suyo sería la pintura: empezó a dibujar desde muy chico y entró en la conservadora Escuela Nacional de Bellas Artes a los 16; una década después hizo el consabido viaje a Europa. De regreso, con un estilo que mixturó su formación académica con las influencias modernas que pescó del otro lado del Atlántico, se centró cada vez más en los temas locales: plantaciones de café –nació en una–, campesinos, laburantes, marginados, gente de pies desnudos y castigados por la dureza del tránsito por la vida. Para cuando llegó a Buenos Aires se había convertido en el pintor más popular de su país, había consolidado su prestigio como muralista y había cosechado elogios consagratorios en Nueva York y en París. Noé recuerda que, para su envidia, su padre, que por entonces pertenecía a la Asociación Amigos del Arte, participó de una comida en honor a Portinari. “En las notas informativas que guardo –dice Noé– veo que Victoria Ocampo le ofreció una recepción, y que muchas entidades culturales le organizaron banquetes. En la inauguración de la exposición estaban Emilio Petorutti, Enrique Amorin, Nicolás Guillén, Rafael Alberti... Aquello realmente fue apoteósico. Un cronista anónimo de la revista Qué escribió: ‘Un interminable cortejo de admiradores recorre la muestra e impide examinar los cuadros detenidamente’.” “¿Qué es lo que hacía que Portinari llegase tan contundentemente al público culto y también a la gente humilde?”, se pregunta Noé. “Ese mismo cronista da con la clave cuando dice que de sus telas surge ‘un río desbordante de profundo sentido humano’.“Noé cuenta que el día de la inauguración de la muestra de Proa había una concurrencia mucho más moderada y que alguna gente se le acercaba “como con duda” y le preguntaba qué le parecía. “Luego de subrayar mi profundo respeto por su obra, me puse con algunos de ellos a analizarla”, dice. “En los cuadros más modernos veíamos en la construcción de la masa volumétrica el mismo sistema que aplicaba en los retratos académicos de salón que hacía de personas adineradas. En las obras modernas y ‘sociales’, una combinación que en su época era muy atractiva y audaz, lo volumétrico se ensambla con una fuerte admiración por el Picasso de la época del Guernica. Sus personajes, así concebidos, se encuentran emplazados en forma central en un paisaje de simple tierra con palmeras y un cielo azul. Picasso y la pintura renacentista de Rivera se mezclan en sus obras, pero con una elocuencia y un vigor que construyen su personalidad.”
“Le interesaba llegar al público, ser entendido por él, con una clara voluntad de ‘mensaje’: eso tiene que ver con su gran éxito”, sostiene Noé. “Y explica el cambio de actitud del público frente a su obra: ahora respetuoso, pero menos entusiasta. ¿Cómo es el público de hoy? Desconcertado en la posmodernidad, está de vuelta por razones culturales sin haber, por razones de edad, hecho el camino de ida. Por suerte algunos me tomaban del brazo y me señalaban detalles y cuadros admirables. Sus soluciones plásticas, combinadas con los temas sociales, consiguen un dramatismo muy particular. En ese sentido, Portinari va directo a lo que quiere: conseguir un efecto. Algunos podrían hacer una crítica por efectista; yo prefiero decir que es elocuente.” Noé subraya que mientras en la otra América se llevó al extremo la lógica occidental europea de despojo, strip tease, búsqueda de la esencia en el arte, “Latinoamérica no puede seguir ese proceso, y es cada vez más, cada vez más, una mezcla de cosas: somos cocteleros”. En ese marco, Portinari es una figura central en la pintura del continente. “Hay artistas –concluye Noé– que a veces dan una clave. El lo consiguió.”

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Noé guarda celosamente los recortes de la primera exposición de Portinari en las galerías Peuser.
“Le interesaba llegar al público, ser entendido por él, con una clara voluntad de ‘mensaje’”, define.
 
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