CULTURA

La publicidad y el nuevo cine argentino

–¿Cuándo trabajó con no actores por primera vez?
–En una película de Telefónica donde uno decía: “Hola vieja, ¡no sabes de dónde estoy llamando!”. Cuando estábamos rodando en la Patagonia, aparecieron los pobladores y pensé en hacer la publicidad con esa gente que iba a hablar por primera vez por teléfono. ¿Para qué poner un actor si tenía uno real? Elegí al comisario del pueblo, que se vistió de gaucho. La gente recibió esa risotada. La publicidad se volvió famosa porque era una expresión real. El comisario estaba hablando con su madre por primera vez desde el pueblo.
–¿Qué pasó con su carrera en la publicidad?
–Cerré mi empresa. Siempre pensé que la publicidad era mi profesión, pero el cine era mi pasión, que cuidaba como un hobbie. Con el suceso de Historias mínimas decidí cerrarla definitivamente. Lo bueno de la publicidad fue estar en permanente actualización técnica. Un lente, una cámara, una computadora. La publicidad hace que uno esté constantemente con novedades. Cuido a mis cámaras más que a mis películas. La otra cosa es el ejercicio de la autoridad. Creo en un cine autoritario: las grandes obras salen de una sola cabeza. Por último, cuando llego a filmar creo que tengo el sentido del tiempo incorporado.
–¿Y del lenguaje?
–Del lenguaje nada. Mi opción es ponerme en las antípodas del lenguaje publicitario. Quiero para el cine una cámara prescindente, que no llame la atención. No me interesa mover la cámara alrededor de una persona que no se mueve. Me gusta cuando la cámara se sorprende del personaje. Trabajo mucho con steady cam. Me gusta cuando el foquista llega un poco tarde, como si las cosas pasaran una sola vez.
–¿Y qué cargas le dejó la publicidad?
–No poder contener un uso excesivo de la música. Me gusta mucho la música. Mi hijo es músico, pero es un elemento ajeno o contaminante. En la vida real no hay música. Como decía Coppola, una cosa es el source y otra el score. Hay música dentro y fuera del film. Por eso no podría hacer época. Entiendo que a veces se me va la mano con la música. Pero, por otro lado, la gente de la Patagonia habla lo menos posible. Son parcos, entonces trato de evitar las frases sonadas, los lugares comunes.
–Algo que sucede mucho en el cine argentino.
–Por suerte ha cambiado bastante. En las últimas películas argentinas la gente no se dice más frases hechas. Otro gran problema del cine argentino es la desconfianza con lo no textual. Si un tipo agarra una taza, no es necesario que diga: “Voy a agarrar esa taza”. Algunos guionistas piensan que por las dudas hay que decirlo. Creo que la nueva generación de cineastas tiene más respeto por el público.

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