DEPORTES › OPINIóN

El Fortín orgulloso

 Por Mempo Giardinelli

Es sabido: todo hincha futbolero ama a su club casi por sobre todas las cosas. Y es lógico: uno ha mamado el amor por esa camiseta; ha tenido banderines en su pieza; ha sufrido y gozado (en ese orden) los más diversos resultados a lo largo de innumerables campeonatos; ha sido campeón y ha gritado hasta quedarse mudo los goles, las atajadas, los triunfos. Uno ha compartido gritos y coros con la hinchada. En el tablón, en el cemento, por la radio, por la tele, uno ha vivido emociones fuertes, inolvidables.

Capaz que ha llorado, incluso, más veces por el club de sus amores que por una dama, o por un familiar, o por el perrito que uno tuvo en la infancia. Digo, no sé, los colores futboleros son parte de la vida de los argentinos. Y determinan una forma, un estilo del amor. En el que la fidelidad reluce como una de las mejores cualidades que pudieran caracterizarnos. Más allá de frivolidades, y de manipulaciones y mentiras, nuestra pasión futbolera es genuina como un diamante verdadero, como un kilo de oro puro. Habla bien de los argentinos.

Escribo lo anterior a modo de introducción porque me he impuesto que éste no sea un artículo sectario. Al contrario, éste quiere ser un texto integrador. Porque soy de Vélez, sí, y estoy orgulloso de que mi club, cumpla cien años. Pero no deseo ofender a nadie con esta alegría, sino, al revés, quisiera que el país todo aprecie por un momento, por un ratito, el significado profundo de esta institución que fue hechura de inmigrantes, club de barrio, familiar y deportivo, como lo soñó don Pepe Amalfitani, y que hoy –casi todo el mundo lo reconoce– es un club bastante ejemplar.

Dicen –y no tengo motivos para no darlo por cierto– que Vélez no tiene deudas, que está al día con la AFIP, que invierte bien lo que se gana, que paga a sus planteles al día. Lo que sé, de seguro, es que no hay escándalos en Vélez; que hay varias listas opositoras al oficialismo, pero la política interna es civilizada: todos suman, todos se unen en el amor fortinero. Por eso el club es fuerte no sólo en fútbol (en 2009 ganamos el Apertura y arrimamos en el Clausura) sino en todos los deportes. Porque en Vélez se practican todos. La actividad deportiva que el lector quiera nombrar tiene equipos en Vélez.

Somos un club con fútbol, no de fútbol. Aunque el fútbol, claro, es la principal actividad deportiva, casi siempre con planteles mayoritariamente formados con chicos de las divisiones inferiores. Por eso Vélez compra poco, se dice, y es verdad. Vélez tiene una cantera riquísima, y también es verdad. Baste recordar que el flamante campeón, Banfield, tiene más de media docena de jugadores que provienen de Vélez. Y los socios, los miles de socios, nos esparcimos hoy en todo el país, a punto tal que acá nomás, en el Chaco, hay varias peñas velezanas. Somos el club que en el fútbol argentino ha ganado más copas después de los cuatro grandes (River, Boca, Independiente y San Lorenzo) y a la par del quinto grande, que es Racing. Y aunque muchos nos siguen llamando “club chico”, nosotros, en Vélez, nos reímos mientras festejamos los primeros cien años, sin ofender a nadie. No me parece casual que los colores representativos de Vélez sean de doble índole: el azul y blanco de todos los argentinos; y el tricolor rojo-blanco-verde de la bandera italiana. Esas dos banderas están siempre en nuestras tribunas, en todos los partidos. Sin despreciar a nadie, sin ofender. Que en Vélez jamás se quemó una bandera de otro club. Gente de laburo la de Vélez. Gente de paz y trabajo y amistad.

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