“Lo primero que hice fue buscar a mi entrenador y a mi preparador físico para abrazarlos. Esto es fruto de tanto trabajo.” Apenas un rato después de haber logrado el título del ATP 500 de Hamburgo y acceder por primera vez en su carrera al selecto top ten del ranking mundial, Juan Mónaco explicaba en ese abrazo el significado que tiene la tarea de su coach, Gustavo Marcaccio, y su preparador físico, Ignacio Menchón, para haberse convertido en el undécimo top-ten argentino de la historia y el que lo consiguió a mayor edad.

A los 28 años, Mónaco consiguió modificar algunos aspectos de su juego, que le dieron ese salto de calidad que necesitaba para mezclarse con los mejores. Desde la temporada de cemento del año pasado, cuando todavía lo conducía el español Francisco Clavet, resolvió tomar más la iniciativa de los puntos. Ese cambio le posibilitó desgastarse menos en lo físico y sumar más tiros ganadores, una cuenta pendiente hasta ese momento en su carrera. Con esa nueva estrategia consiguió buenos resultados en el US Open, Valencia y París Bercy, para terminar en buen nivel y en ascenso el 2011. A lo largo de 2012, la mejora más evidente desde lo técnico fue en el servicio, al tiempo que cada vez juega más metido en la cancha y no tanto desde la línea de base, lo que le sirve para ser más agresivo.

Ya en diciembre, Mónaco dejó a Clavet y se unió a Marcaccio, un habitual jugador de interclubes que se retiró hace tres años y que es un estudioso del juego. En cada partido, ya sea del tandilense como de sus próximos rivales, al coach se lo puede ver anotando detalles en su libretita, que luego servirán para la preparación del siguiente juego. “Como no tengo mucha memoria, me anotó los puntos y las cuestiones del partido que considero importantes para luego hacer el análisis con el jugador”, explicó ayer Marcaccio en una entrevista con Radio Metro. Por esa metodología de trabajo, el propio Mónaco rebautizó a su entrenador como Bielsita. “No me acuerdo bien cómo surgió, pero me gusta el método de trabajo de Bielsa”, aclaró Marcaccio. Menchón, tandilense como Mónaco, es el profesor elegido para el aspecto físico y en sus antecedentes cuenta haber trabajado junto a Juan Martín Del Potro.

Desde que tiene a esa dupla en el banco, el crecimiento de Mónaco fue notorio. En enero, cuando quedó eliminado en la primera ronda del Abierto de Australia, figuraba 41º en el ranking mundial. A partir de ahí, su levantada resultó progresiva: obtuvo el título de Viña del Mar, llegó a la semifinal de Miami, donde perdió ante Novak Djokovic, y ganó el torneo de Houston. Ya de nuevo entre los 20 mejores, aparecía afilado para la temporada europea de polvo de ladrillo, pero una torcedura en el tobillo ante el holandés Robin Haase en Montecarlo lo frenó durante dos meses.

Más allá de ese contratiempo, la evolución del tandilense no se detuvo. Otra vez Djokovic fue su verdugo, en tres sets, en los octavos de final de Roma, mientras que su amigo Rafael Nadal le dio una paliza histórica en Roland Garros, pero no opacó otro buen torneo con el arribo a los octavos en París. Hasta en césped fue competitivo, con dos triunfos hasta que lo frenó el serbio Victor Troicki.

Ubicado 14º en el mundo, su mejor posición histórica, las últimas dos semanas en suelo alemán determinaron el saltito que faltaba. En Stuttgart, el serbio Janko Tipsarevic lo frenó en la final. Pero la revancha llegó siete días después en Hamburgo, con el título ante Tommy Haas y el acceso al selecto grupo de los diez. Con ese objetivo cumplido, Mónaco ya se instaló en Londres, para estrenar el logro en los Juegos Olímpicos, donde será el noveno preclasificado, con la ilusión de seguir asombrando con su cambio tenístico y mental.

El top-ten

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