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Narváez empató y retuvo el título haciendo muy poco

La revancha con Andrea Serritzu, otra vez en Cerdeña, fue un combate inferior al primero. El desafiante, cauteloso, no fue a buscar y al campeón le faltó aire, movilidad y precisión para desbordarlo. Al final, ya no daba más y la sacó barata. Hubo fallo dividido.

Por Daniel Guiñazú

Agónicamente, sin brillo, más que con lo justo, Omar Narváez retuvo su corona mundial de los moscas de la OMB. En un ring montado en Villasimius, un balneario de Cerdeña (Italia), el chubutense igualó en fallo dividido ante el local Andrea Sarritzu. La pelea no fue buena y resultó tan equilibrada como lo expresan las tarjetas de los tres jurados. El portorriqueño José Rivera lo dio ganador a Narváez por 116 a 112, el británico Roy Francis a Sarritzu por 115 a 113 y el español Manuel Oliver Palomo laudó la cuestión con una igualdad en 114 que le permitió a Narváez conservar su título por cuarta vez y su invicto en 16 combates.
Narváez (50 kg, el peso más bajo de su carrera profesional) no pudo amasar las diferencias que había conseguido en la primera versión del pleito, el 14 de diciembre del año pasado en Quartu Santa Elena. Al argentino le faltó todo aquello que había exhibido aquella vez y que potenció en su brillante exhibición ante el mexicano Everardo Morales en el Luna Park. No tuvo agilidad de piernas, careció de continuidad y justeza en sus golpes y ni siquiera pudo llegar de contragolpe, las escasas veces que Sarritzu (49,500 kg) dejó su cautela de lado y buscó la pelea con decisión. Dio la impresión de que Narváez no llegó bien preparado. O al menos, no tan bien preparado como en otras ocasiones.
Para su suerte, tuvo enfrente a un rival sin ningún talento. Conocedor de que el argentino le había ganado peleando de contraataque, Sarritzu no asumió el ataque desde el principio. No achicó distancias, no apuró. Y como Narváez prefirió caminar el ring en retroceso y esperarlo al italiano para trabajar sobre sus envíos, la pelea entregó pronto una imagen uniforme y anodina. Pocos golpes, mucho cálculo. Pocas emociones, mucho estudio. Cuesta encontrar un pasaje de dominio claro de uno sobre el otro. El mejor asalto de Sarritzu fue el 4º, en el que acomodó un par de buenos impactos sobre el rostro de Narváez. Y lo mejor del chubutense sucedió en el 6º cuando su derecha tirada en apertura y su izquierda recta viniendo detrás llegaron con frecuencia a la cara del italiano. Antes y después, poco y nada.
Narváez se vino abajo, técnica y físicamente, en las últimas cuatro vueltas. Y Sarritzu ni siquiera pudo aprovechar ese bajón para impulsarse rumbo a la victoria. Avanzó y apretó a un campeón vacío y demasiado aferrado a un planteo conservador, quizá por falta de sus mejores energías. Pero careció de corazón y golpes claros como para convencer de que el cinturón de campeón le quedaba mejor a él que a Narváez. Sarritzu no es mucho más que lo que mostró ayer. Y por eso se quedó en el umbral de su sueño más grande. Para frustración suya y de su manager, Salvatore Cherchi, quien antes de anunciarse el fallo, increpó de mala manera a los jurados y al rincón del argentino. Narváez, en cambio, puede ser bastante más que lo que fue en Cerdeña. Estuvo opaco, con casi todas sus luces apagadas y, aun así, sigue siendo campeón del mundo. Más que a su oficio y a su calidad que ayer aparecieron en cuentagotas, deberá darle las gracias a Sarritzu. El italiano tuvo todo a favor para llevarse el título. Y no hizo lo que tenía que hacer para atraparlo.

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Narváez, arriba por cuarta vez: sólo zafó, en una mala pelea.
 
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