DEPORTES

Diario de viaje

 Por Juan José Panno

¡Vamos a la Praga, oh, oh, oh, oh, oh! Un viaje de locos. Cinco horas de tren para ir, cinco horas de tren para volver a Nuremberg y en el medio, como jamón del sandwich (jamón del mejor, por cierto), cuatro horas en la capital de República Checa, la ciudad de Franz Kafka, cuya casa vamos a conocer. El tren alemán sale a horario, tanto que el flaco Federovsky de Radio Provincia se queda abajo después que le hicieran perder el tiempo en la boletería. Una hora y trasbordo. Al rato aparecen tres milicos con cara de bulldogs, una mina y dos tipos; la mina es alemana, los tipos checos. Estamos en las fronteras. Piden los pasaportes, están escritos en español, portugués, inglés y francés, pero los hombres analizan letra por letra tratando de descifrar un jeroglífico. Por fin se cansan y los devuelven. Poco tiempo después, las ruedas del tren empiezan a chirriar, el tren se mueve un poco y se ve por la ventanillas ropa colgada en los balcones. ¡Ahí viene la Praga! Praga. Constitución, mire. Mucho movimiento, carteles luminosos que no encienden, relojes que no andan, una botella de vino rota en el piso, borrachos, mendigos, minas lindas. “Lindísimas”, dice Greco, y para la oreja para escuchar lo que dicen las cuatro checas que en realidad hablan en portugués. Brasileñas son. Cambiamos plata, euros por coronas checas. Un euro por 28 coronas. Con el idioma la venimos llevando fenómeno porque en el baño entendemos lo que nos cuesta un pis: “Pisoar 5”, dice, pagamos 5 coronas y entramos. Después se empezó a complicar un poco. Nos cruzamos con Glait, Caravario y un fotógrafo de Perfil. Somos la Armada Brancaleone tratando de descubrir dónde está el castillo y, sobre todo, la casa de Kafka. Mientras buscamos un bus para hacer un tour, recorremos un poco y sacamos, como buenos porteños, rápidas conclusiones. En menos de una hora decimos con convicción unánime e inquebrantable que Praga tiene más librerías que ninguna ciudad europea; que las minas son lindas, flaquitas, no tan mironas como las alemanas y andan despechugadas pero tienen poco pecho; que es la capital del escolaso por la cantidad de casinos y tragamonedas; que los bares son maravillosos; que los tipos son peligrosos con el cambio y que seguro que, compres lo que compres, te redondean. Subimos a una combi con varios mexicanos. Hay auriculares para escuchar explicaciones en español. A la derecha el barrio judío, a la izquierda, el Moldava, el río más grande de la República Checa que desemboca en el Elba, arriba el barrio de Malastrana, el castillo, la Iglesia de San Vito. Todo impacta, todo impresiona. Pero ¿y la casa de Kafka? No entra en las dos horas del tour. La buscamos por la nuestra y fracasamos. Nos sentimos como Kafka con el castillo. Hay que volver. El tren checo se demora en la estación. Pero llegamos con lo justo para escribir el diario de viaje.

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