DIALOGOS › HELEN EPSTEIN, ESCRITORA NORTEAMERICANA QUE INVESTIGA LAS RAíCES DE SU FAMILIA TRAS EL HOLOCAUSTO

“Muchos hijos de sobrevivientes no tienen ninguna foto familiar, nada”

Su libro Tras la historia de mi madre fue elegido como el mejor de 1997. La madre de la escritora fue sobreviviente del Holocausto y una renombrada modista de alta costura en los Estados Unidos. Estuvo en Buenos Aires para presentarlo.

 Por Sergio Kisielewsky

–¿Cómo recuerda hoy a su madre?

–Como una mujer muy complicada y muy fuerte. Una mezcla verdadera de femenino y masculino, muy moderna, alguien que podría ser un modelo de muchas mujeres de hoy en día, porque ella pudo tener una carrera, hijos y un marido. Ella era la que mantenía toda la casa.

–¿Qué significa ser hija de sobrevivientes?

–En primer lugar, como la mayoría de hijos de sobrevivientes, yo llevo el nombre de alguien que fue asesinado. En mi caso llevo el nombre de mi abuela materna, a quien mi padre adoraba y que era además una mujer muy fuerte. A ella la mataron en la cámara de gas en Auschwitz. Y además, como la mayoría de hijos de sobrevivientes, como toda la familia murió no somos herederos de una sola persona sino de familias enteras. Como escritora, mientras yo elaboraba este libro sentía que no estaba escribiendo una historia personal, sino la historia de todo un grupo de personas, toda una colectividad. De todas maneras, soy de las más afortunadas de los hijos de sobrevivientes. En primer lugar, soy hija de checos y en Checoslovaquia muchos no judíos fueron aliados y muy importantes para mis padres. Mis padres tenían amigos que eran cristianos que también estuvieron en los campos de exterminio porque se oponían a los nazis. Yo los conocí. La mujer que me cuidaba cuando yo era chiquita era una mujer que había escondido un chico judío durante la guerra. Yo crecí creyendo que muchos de los no judíos ayudaron a los míos. Muchos hijos de sobrevivientes no tienen ninguna foto de sus familias, nada. No tienen ninguna idea de cómo eran sus padres cuando eran jóvenes, ni pueden tener imágenes de los abuelos, de los tíos. En el caso de mi madre y mi abuela, ellas entregaron álbumes de fotos a clientas de ellas del salón de costura para que se las cuiden durante la guerra y después de la guerra se las devolvieron. Por eso yo tengo fotos de mi familia. Y en el caso de mi padre, como era un atleta sus compañeros de equipo guardaron las fotos. Entonces en mi caso el peso de ser hija de sobrevivientes fue diferente, porque las fotos de mi familia estaban en las paredes y eso me daba una posibilidad de hablar de la familia y poner un contexto donde ubicarla. Y estoy hablando de las fotos porque en todos los museos que existen, como el Museo del Holocausto en Washington o el museo que construyeron en Auschwitz, hay pilas y pilas de fotos, pero nadie sabe quiénes son. Hay sobrevivientes a los que les gustaría reconocer a alguien y fotos que no sabemos de quiénes son. Entonces, tanto cuando escribí Niños del Holocausto como Tras la historia de mi madre, yo era muy consciente de que tenía un privilegio que otra gente no tenía y escribía un poco en nombre de todos.

–De alguna manera, el vínculo que su madre tenía con la alta costura, la seda, como que usted tradujo lo que no pudo narrar su madre. Como pasar la seda por el hilo, pasar las palabras por la historia.

–Yo siempre sentí que estaba contando una historia que otros no podían contar o que los padres no les habían contado nada, porque eran historias demasiado dolorosas, porque no tenían el apoyo para contarlas o las condiciones sociales para contarlas. En mi caso fue muy importante vivir en los Estados Unidos y vivir allí en un momento donde había un apoyo muy fuerte al multiculturalismo y hablar de los diferentes orígenes. Y un interés muy fuerte en la genealogía.

–Su madre tuvo una vida trashumante. ¿Con qué sorpresas se encontró en la investigación?

–Una de las sorpresas era que mi madre antes de la guerra bailaba el tango. Durante la década del ’20 el tango argentino era muy popular en Europa Central, y no bailaban a la noche como se baila acá, sino durante la hora del té. Pero me encantó todo lo que pude averiguar sobre mi abuela. Con su primer marido nunca tuvo relaciones sexuales, porque él tenía sífilis. En la sociedad de esa época había muchos hombres, mucha gente que tenía sífilis.

–En su libro usted cuenta que su madre era una persona muy culta. ¿Cómo impactó en ella la guerra?

–Mi madre se identificaba con la primera república checa y eso era parte de su historia. Eran contemporáneas ella y la república. Nadie pensaba que Checoslovaquia podía ser invadida por los nazis porque tenía muy buen ejército. Ni los ingleses ni los franceses mantuvieron sus promesas. El primer marido de mi madre estaba en el ejército y él como todos los soldados checos estaban listos para pelear por la república, pero después de los acuerdos de Munich fueron desmovilizados. Antes de que mi madre se diera cuenta de que había un tema judío, Checoslovaquia desapareció. Fue anexada al Tercer Reich y desapareció la sociedad en que ella creía. El segundo shock fue durante las leyes de Nuremberg, porque tenía que usar una estrella amarilla y ella en realidad nunca había pensado que era judía. Y además lo que fue pasando es que fue perdiendo uno tras otro sus derechos. No podía ir al teatro, no podía ir al cine, no podía nadar. Mi madre era la directora de un salón de costura, estaba acostumbrada a ser la dueña del salón, a dirigirlo, y con las leyes de arianización tuvo que venderlo a una de sus empleadas. Recién cuando mi madre fue a Terezín se dio cuenta de que tenía que aprender qué era ser judía. Porque en Terezín por primera vez en su vida estaba completamente rodeada de judíos. Había sionistas, religiosos, rabinos, marxistas. Era como Argentina hoy. Había maneras diferentes de ser judío. El guetto de Terezín era el más activo culturalmente. Había música clásica, conferencias, cada uno según su especialidad. Es muy irónico que mi madre aprendiera a ser judía en un campo de concentración.

–Da la impresión de que usted abrió un cofre y se revelaron muchos misterios.

–Ella era muy refinada, muy culta, y uno de los costos de ser tan refinada y culta es que no sabía nada de su historia familiar. Cuando yo terminé de escribir el libro sabía mucho más sobre mi abuela que lo que sabía ella.

–¿A quién recurrió para encontrar materiales sobre el pasado familiar?

–Yo no pude hacer la lista completa de toda la gente que me ayudó. Me ayudaron empleados, personal de museos, archivistas, periodistas. En un determinado momento el intendente de Praga me consiguió el certificado del primer patrimonio de mi abuela y esto fue después de la Revolución de Terciopelo. En Praga era insólito que una mujer de Massachusetts estuviera investigando su historia familiar, y para ellos la manera de hacer periodismo en Occidente era desconocida, el mundo editorial de Occidente era desconocido y la idea de que una mujer quisiera reconstruir su historia familiar al publicar un libro era un concepto insólito en el sistema soviético. Ahora, quince años después, es muy común. Hay árboles genealógicos, hay gente que va de Argentina, Estados Unidos, Francia y va a los pueblos de donde provienen sus antepasados y buscan material. Cuando llegué al pueblo de mi abuela pensaban que yo era un fantasma del pasado. La gente me tocaba y me decía: “Usted es el primer judío que conozco”.

–Su libro por momentos evoca la película Voyages/ Memorias, de Emmanuel Finkiel, donde tres mujeres se buscan en distintos lugares del mundo. Usted buscó datos sobre su madre y de alguna forma bucea en su historia. ¿Cómo la cambió a usted esta travesía?

–Ocurrió que mi madre fue más comprensible para mí. A todos nos interesan nuestros padres y hay dos maneras de entenderlos, una es desde afuera y otra desde adentro. La interior y la exterior. La interior es el psicoanálisis y la dinámica de nuestra relación con ellos. Pero hay otra manera, que es entrevistar a los que los conocieron antes de que fueran nuestros padres. Hay una cosa que es normal. Que los chicos crecen con tíos, con abuelos que les dan otras versiones de quiénes eran sus padres de chiquitos. Pero los hijos de sobrevivientes crecimos sin familia, no había otras versiones, no había nadie que nos comentara y no había contexto histórico para situar a las personas.

–¿Cómo repercutió en su madre el atentado de la resistencia contra Heydrich, el delegado de Hitler en Checoslovaquia?

–Mi madre estaba en el campo y se enteró mucho después. En el caso de la gente que estaba en Praga, ellos se enteraron enseguida y estaban atemorizados, sabían que iba a haber una represalia nazi inmediata y la hubo y fue terrible. La Iglesia alojó a un grupo que cometió el atentado, los escondieron, pero los nazis entraron e hicieron una serie de salvajadas. En 1938 todo el mundo conocía el nombre de Lídice, que fue el pueblo que los alemanes borraron por completo, y yo fui a ese pueblo y hay uno de los memoriales más emocionantes que vi y más impresionantes, porque no hay nada. Lo que hicieron fue dejar las bases de la Iglesia, de las casas, pero no construyeron nada. Crece el pasto y uno camina por un gran vacío donde antes hubo un pueblo. En el memorial plantaron rosas. En el caso de la película Casablanca, el personaje de Victor Lazlo pertenecía la resistencia checa y ahora la gente ve la película y se acuerda de Humphrey Bogart, pero en ese momento todo el mundo pensaba en esta gran resistencia checa que había combatido a los nazis.

–¿Qué cosas de su madre recuerda en el salón de costura?

–Yo crecí en el salón de mi madre porque trabajaba en casa. Vivimos en Nueva York, en un departamento bastante chico, durante muchos años. El que hubiera sido el dormitorio principal era el atelier de mi madre, el taller donde trabajaba, y mis padres dormían en el espacio del living. Durante el día desarmaban las camas que quedaban como sofás y ahí era donde mi madre recibía a sus clientas, donde ellas se sentaban y tocaban las telas, las elegían, se desvestían y se probaban. Todos los días cuando yo volvía del colegio había mujeres semidesnudas en el living de mi casa. Igual que en Praga, la mayoría de las clientas de mi madre eran actrices y cantantes de ópera. Muchas eran mujeres famosas, como por ejemplo una de las esposas de Frank Sinatra, que fue clienta de mi madre. Y la que personifica a la vecina en Yo amo a Lucy también fue su clienta. Había periodistas y mujeres muy glamorosas que usaban ropa que yo nunca usaría. Por ejemplo, una clienta de mi madre era una millonaria del estado de Texas y era hermosa. Ella quería que mi madre hiciera piyamas para estar en la casa, que eran pantalones largos hechos de seda. Los usaba para estar en su casa, con la tela que sobraba mi madre me hacía la ropa a mí. Siempre mi ropa estaba hecha de tela muy cara que había que mandar a la tintorería y mi mamá siempre se enojaba conmigo cuando la ensuciaba.

–¿Dónde estaba la fortaleza de su madre para sobrevivir a tantos embates?

–Mi madre era una persona muy inteligente, pensaba con mucha rapidez. Ella pasó la guerra con su prima Kitty, eran muy amigas. La mayoría de la gente que pudo sobrevivir tenía lazos muy fuertes con un miembro de la familia o un amigo con el que pasaron la guerra. Cuando estuvo frente a Mengele le ocurrió esa idea loca de que era electricista y trabajó como electricista, lo que le daba la posibilidad de trabajar dentro y no estar expuesta al terrible clima de opresión. Y el último factor es la suerte. Todos los sobrevivientes dicen que tuvieron la suerte de su lado. Mi madre estaba enojadísima con los nazis por haber anexado Checoslovaquia. Estaba furiosa contra ellos y eso le daba una fuerza para querer sobrevivir y eso es bastante inusual.

–El odio da tanta fuerza como el amor.

–Ella tenía una idea muy fuerte de sobrevivir a Hitler y además era muy joven.

–¿Cómo era la vida de las mujeres judías antes de la guerra, cómo vivían?

–La comunidad judía de Praga era de clase media, no era una comunidad religiosa, no se veían los sombreros altos en Praga antes de la guerra. El nivel de casamientos mixtos era del 30 por ciento. Era gente muy sofisticada, que viajaba mucho, iba a la ópera, participaba en los deportes. Mi padre era un nadador olímpico, pero además había muchos deportistas. En Estados Unidos hay muchos mitos sobre los judíos como que no son atléticos. Yo nunca los entendí, porque mi padre era un atleta olímpico y la mayoría de sus amigos judíos eran atletas.

–Impresiona en el libro la imagen de usted en la pieza donde su madre pasó sus últimos momentos y en un ambiente muy barroco usted ve la máquina de coser.

–La máquina era fundamental en todos los lugares donde nosotros vivimos. Desde el momento en que yo nací hasta el momento en que ella murió.

–La imagen es muy cinematográfica.

–Quizás alguien haga una película.

–¿Siente que lo ocurrido va a quedar en la memoria para que nunca más suceda?

–La memoria va a permanecer, pero lamentablemente los genocidios suceden, como el caso de Ruanda.

–Nada se parece al Holocausto.

–Quizá tenga razón. Estoy enterada de cómo las Juntas trataron a los desaparecidos. Veo un país tan bonito, tan civilizado, y pensar que arrojaban personas vivas desde los aviones al río. Todos los que somos hijos de sobrevivientes sabemos que todo es posible. Por ejemplo, el 11/9 (día del atentado a las Torres Gemelas) cuando la ciudad de Nueva York estaba cubierta de cenizas y decíamos “los seres humanos se transforman en cenizas”. En la zona donde yo vivo en Boston hay sobrevivientes de otros genocidios, como los de Armenia y Camboya, y el efecto es el mismo.

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