DIALOGOS › ¿POR QUé FRANCO TAVIANI?

Una estirpe de cineastas

 Por Andrew Graham-Yooll

La idea de hacer una película sobre la colectividad italiana en Argentina es, a primera vista, un proyecto atractivo. Bajo la lupa, también parece una aventura imposible, por las complicaciones que presentan el número de residentes y descendientes y la variedad de sus regiones de origen. Pero Franco Brogi Taviani, el tercero y menor de ese famoso apellido de cineastas, los “Hermanos Taviani”, ha decidido que va a hacer una película, o un “docudrama” sobre los italianos en este país.

Su arribo a Buenos Aires fue para la participación de una de sus películas, Quizá Dios esté enfermo (Force Dio é Malato), en la décima edición del Festival Internacional de Cine de Derechos Humanos para América Latina y Caribe (DerHumALC), allá en mayo, pero se fue quedando hasta entrado junio, y se fue con muchas ganas de volver.

Quizá Dios esté enfermo es un alegato feroz contra la corrupción y la violencia que, dice Taviani, recorre Africa a velocidad alarmante. Franco se fue con un premio y con muchas ganas de trabajar en la Argentina. Vendrá decidido a elaborar un proyecto de película sobre la comunidad italiana desde los orígenes inmigrantes.

Amable, de buen humor, los encuentros para este diálogo/entrevista se hicieron en el cine Gaumont, donde tenía lugar una feria de comidas regionales y latinoamericanas, y en el Círculo Italiano, para terminar, finalmente, en el café Victoria de Recoleta. En una mesa junto al vidrio que daba a la calle, donde Franco Taviani se sentía a la vez turista y ciudadano, y desde donde miraba a los turistas y a las porteñas en una hermosa mañana de mayo, donde había instalado una especie de oficina volante y base de reuniones, ahí, ocurrió este agradable diálogo. La conversación recorrió Africa, la familia, el originador del masoquismo, y una imperdible descripción de su nuevo proyecto.

La simpatía ayuda mucho en toda conversación, y Taviani tiene a flor de labio una permanente sonrisa. Con el buen humor enfrenta cualquier contratiempo. Pero no hay sonrisa que sirva cuando el problema es el idioma. Taviani ofrecía francés además de italiano, con un manejo parcial de inglés. La contraparte venía con castellano e inglés. Finalmente conversamos en inglés, con palabras en italiano y una que otra en francés, mechados como en un peceto. El resultado del diálogo transcontinental se presenta aquí.

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