ECONOMíA › EL DESARROLLO DE LAS PYMES EN EL ESCENARIO DE LA POST-CONVERTIBILIDAD

Crecimiento y desafíos

El tipo de cambio real competitivo fue un potente incentivo para la creación de pymes, como también para su consolidación. De todos modos, aún faltan políticas públicas más consistentes y permanentes de fomento a ese sector, que es un fuerte demandante de mano de obra.

Producción: Tomás Lukin


Estrategia y dinamismo

Por Gabriel Bezchinsky *

Alguna vez escuché a un ministro de Economía decir: “La mejor política para las pequeñas y medianas empresas es el crecimiento económico”. Si el crecimiento es alto y sostenido como en la post-convertibilidad, mejor aún, en particular en la Argentina, donde las pymes han debido convivir con la inestabilidad macroeconómica, con la pendularidad de las políticas y con la ausencia de una estrategia explícita para este “segmento” de empresas. Si bien es condición necesaria, el crecimiento no es suficiente para posibilitar un buen desempeño de las pymes. Por ejemplo, entre 1992 y 1998 se dieron las mismas condiciones de crecimiento alto y sostenido (con la excepción del impacto del efecto tequila en 1995), y se produjo una importante destrucción de la base empresarial, la desarticulación de redes y tramas productivas, y el aumento del desempleo.

Más allá de muchas otras diferencias entre las presidencias de Carlos Menem y de Néstor Kirchner, una que resulta relevante para explicar el desempeño de las pymes es el valor del tipo de cambio real. Mientras que el peso sobrevaluado (sumado a las reformas estructurales) de la época de Menem favoreció a los sectores no transables y castigó a los transables, el peso subvaluado de la época de Kirchner favoreció a un espectro sectorial mucho más amplio: a los transables directamente porque abarató los productos argentinos en el exterior y protegió a la producción local de la competencia; a los no transables indirectamente por el fuerte crecimiento de la demanda doméstica.

Algunos reconocidos economistas, como Dani Rodrik, de la Universidad de Harvard, sostienen que el tipo de cambio real es un buen instrumento de política industrial para países en desarrollo, porque genera incentivos para el surgimiento de actividades que de otra manera no existirían o serían sumamente débiles y permite que se desarrolle una estructura productiva y una canasta de exportaciones más diversificadas y dinámicas. Los datos disponibles muestran un gran dinamismo de las pymes en el período post-convertibilidad. Todas las ramas de actividad han crecido significativamente –si bien con distinta intensidad-, y particularmente aquellas que son pyme-intensivas. Se ha revertido la tendencia a la destrucción de la base empresarial por el significativo aumento en los nacimientos y la baja en los cierres de empresas. Las pymes explican una parte importante del incremento en la tasa de inversión, en un período caracterizado por la ausencia de grandes proyectos. Buena parte de los nuevos empleos han sido generados por pymes. Muchas de ellas han incursionado por primera vez o han vuelto a insertarse en mercados externos. Esta caracterización es muy estilizada, dado que el universo pyme comprende realidades muy distintas.

El argumento del tipo de cambio competitivo ha sido muy discutido en el ámbito local. Sus críticos sostienen que en realidad lo que genera el dinamismo son los salarios bajos en dólares, que generan una competitividad “espuria” para los sectores ineficientes que no podrían sobrevivir sin ese “salvavidas”. Este argumento desconoce la capacidad de adaptación y de aprendizaje de las empresas y la posibilidad de generar ventajas competitivas a partir de esos procesos.A pesar del dinamismo anteriormente descripto de las pymes en general, las evidencias disponibles muestran que los procesos de aprendizaje, de modernización y de innovación de estas empresas distan de ser generalizados y de constituir una masa crítica que permita lograr un impacto significativo en la productividad.

Las políticas pyme tampoco han logrado fortalecer e impulsar esos procesos. Más allá de las buenas intenciones y de los esfuerzos individuales de los funcionarios, la histórica debilidad institucional y de recursos de la Subsecretaría PyME no se ha modificado; las acciones bien orientadas de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica han tenido un impacto limitado; las líneas de crédito de los bancos públicos y de algunos privados no han logrado que las PyMEs accedan masivamente al financiamiento bancario, y en particular al financiamiento de la inversión.

* Economista de la UnSAM.


Nuevas políticas

Por Hugo Mantis *

A nivel internacional hay consenso acerca de la importancia de dar apoyo a los emprendedores. Existen evidencias acerca de su aporte al crecimiento económico, a la creación de empleo, a la innovación, a la desconcentración del poder económico y a la igualdad de oportunidades. En la Argentina de los noventa la cantidad de pymes cayó y el saldo entre las aperturas y cierres fue claramente negativo. En comparación con los standards internacionales se abrían pocas empresas y no se llegaba a compensar el número de las que salían del mercado. La incidencia de este panorama sobre la tasa de desempleo es algo conocido.

La recuperación de la economía, a la salida de la convertibilidad, estuvo acompañada de un renacimiento emprendedor. Sin desconocer la brecha estructural que nos separa de las sociedades más dinámicas en materia de creación de empresas, lo cierto es que cada año, en promedio, se vienen creando unas 50 mil empresas formales y la proporción que logra sobrevivir se ha elevado.

¿Pero cuántas logran crecer y transformarse en pymes?

Una pregunta que debería interesar a las autoridades que se ocupan del tema. Según un estudio que hicimos con el Observatorio de Empresas y Empleo del Ministerio de Trabajo en un período de entre dos y tres años, desde su nacimiento, se sumaron al mundo pyme algo más de 6000 empresas (unas 3000 por año). La mitad llena del vaso nos dice que se trata de un número para nada despreciable: más del doble que en la década del noventa y, además, con más impacto sobre el empleo. Se trata de equipos de emprendedores con capacidades complementarias, muchos con formación universitaria, con proyectos empresariales diferenciados, con estilos de gestión más abiertos y estrategias más sofisticadas. La mitad vacía muestra que son apenas el 6 por ciento del total de las nuevas empresas creadas, que se encuentran muy concentradas geográficamente y que los desafíos que enfrentan podrían cuestionar su dinamismo futuro. Cabe señalar que por su limitada escala y estructura estas nuevas empresas enfrentan mayores dificultades para contratar asistencia técnica o acceder al financiamiento. Sencillamente, la oferta no se adapta a sus necesidades.

Frente a esta realidad existe un incipiente tejido de instituciones de apoyo a emprendedores tales como universidades, ciertas fundaciones o incubadoras. Consiguen, con escasos recursos y una alta dosis de voluntarismo, acompañar a una muy limitada cantidad de proyectos de emprendedores en comparación con los números anteriores. Esas iniciativas no reemplazan la necesidad de una política de desarrollo emprendedor que ayude a nacer y desarrollar a las pymes jóvenes. Hace falta construir un sistema institucional de apoyo a este segmento de creciente importancia entre las pymes, introducir el tema en el sistema educativo, revisar el sistema impositivo y diseñar instrumentos financieros adecuados y por sobre todo dar un marco de continuidad y aprendizaje a las políticas. Por ejemplo, durante 2007 la Subsecretaría PyME diseñó (con la asistencia técnica de la Universidad Sarmiento) un Programa Nacional de Desarrollo Emprendedor que daba los primeros pasos en esa dirección. Inclusive se convocó a un proceso de acreditación a las instituciones que reunieran las capacidades necesarias para conformar una red de apoyo técnico a los emprendedores a lo largo del país. Estas instituciones serían además canales facilitadores del acceso a instrumentos financieros novedosos.

Pero vivimos en Argentina y cada cambio de autoridades significa que la historia se inicia desde cero. Esto ocurre más allá del color político del gobierno. Pasó lo mismo en la ciudad de Buenos Aires con el Programa Buenos Aires Emprende, que llegó a durar un año. Esta situación contrasta con la que se observa en otras latitudes. En Chile, por ejemplo, la mirada crítica de los funcionarios entrantes ha significado una profundización del proceso de aprendizaje institucional en torno a políticas de apoyo a emprendedores y PyMEs que gozan de buena salud.

* Economista UNGS-Socio fundador de Dinamica SE.

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Imagen: Gustavo Mujica
 
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