ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO

Con rumbo desconocido

 Por Alfredo Zaiat

La paz del cementerio del mercado doméstico conviviendo con la fiesta de ganancias extraordinarias de los exportadores revela que la economía argentina presenta importantes desequilibrios macroeconómicos. Un dólar estable recontraalto, sin un recorrido enloquecido al alza, resulta una potente anestesia. Adormecimiento que le permite a Roberto Lavagna mostrar defectos como virtud. Liberales o estructuralistas, promercado o neokeynesianos, con las previsibles preferencias a la importancia de la evolución de ciertas variables, saben que la economía de hoy no es viable tal como está funcionando. Salarios deprimidos, tarifas reprimidas, desocupación y pobreza en niveles inéditos por lo elevado, tipo de cambio real altísimo y parte de la deuda en default son condiciones insostenibles si se aspira a un crecimiento prolongado y no a una recuperación espasmódica dentro de una crisis profunda. A esta altura, acabada la ficción de la convertibilidad, reaparece la relevancia de la política monetaria y fiscal, que durante el prolongado período de la caja de conversión 1 a 1 eran instrumentos pasivos, que se expandían o contrarían según la intensidad del endeudamiento público, que con más o menor ritmo fue constante en los ‘90. Ahora, en un retorno a las discusiones de los ‘80, el hacedor de la política económica definirá su perfil de acuerdo con el tipo de mezcla que aplique en la receta fiscal y monetaria. Combinación que no será tarea sencilla para lograr un equilibrio que aliente el crecimiento.
Por ejemplo, en la Argentina posdevaluación y poscorralito no es fácil estimar la demanda de dinero, o sea la cantidad de moneda doméstica que la gente está dispuesta a mantener en saldos líquidos, luego de aquellos profundos cambios estructurales. Ciertamente cualquier estimación de esa variable no es muy seria. Aquellos que pronosticaban la hiperinflación a mediados del año pasado pensaban que habría una huida del peso al dólar. En los meses siguientes, los economistas de la city no dejaban de sorprenderse con la capacidad de absorción de pesos por parte de los diferentes agentes. En esa neblina, Alfonso Prat Gay, el ex economista preferido de Mauricio Macri que pasó a manejar el Banco Central, definió una política monetaria contractiva, de acuerdo con las metas comprometidas con el FMI. Para ello, asumió que la demanda de dinero se comportará como en los últimos años, como quien no quiere sumar complicaciones. La demanda transaccional histórica –de los ‘90– no superó el 10 por ciento del PBI. En la actualidad, billetes y moneda (16.500 millones de pesos), cuentas corrientes (11.100 millones) más cajas de ahorro (9000 millones) equivalen a ese ¿arbitrario? porcentaje sobre un Producto estimado en 370 mil millones de pesos. Entonces, para Prat Gay cualquier expansión de la oferta (emisión) impactaría en una suba de precios y no en la cotización del dólar, aspecto que ha perdido rating en la preocupación de los funcionarios. Por ese motivo se ha fijado con el FMI metas de base monetaria ampliada (billetes, encajes y cuasimonedas) sin expansión en alrededor de 36.400 millones. En los hechos, implica una contracción de 850 millones para mediados de año.
El interrogante es ¿por qué la emisión necesariamente se trasladaría a precios? Existe una capacidad industrial instalada ociosa, lo que significa que hay exceso de oferta y lo que falta es demanda. Esta se podría alimentar con emisión con un manejo de sintonía fina sobre la evolución de precios. Además, los libros indican que en recesión o para fortalecer la salida del valle del ciclo económico la recomendación es expandir y no contraer la masa monetaria. Una de las formas sería no abandonar la política de acumular la mayor cantidad de reservas emitiendo los pesos en contrapartida a los dólares que se suman al Tesoro del Banco Central.
De todos modos, no es una asunto tan simple. Aquí aparece la discusión sobre qué nivel de tipo de cambio se pretende, alto o bajo. La políticamonetaria expansiva agrupa a los partidarios de una dólar elevado con salarios asiáticos (el lobby exportador). Un tipo de cambio recontraalto genera un enorme superávit de la balanza comercial (16.500 millones de dólares, en el 2002), contracara de la pobreza record. En Economía sostienen que los precios no bajarán, con la consiguiente disminución de la indigencia, si el dólar sigue retrocediendo, además de desalentar exportaciones y generar pérdida de ingresos al fisco. En cambio, otros piensan, como el economista Leonardo Blejer, que si se deja que el verde descienda a niveles “más lógicos”, al menos los precios dejarían de subir –se asume la existencia de mercados oligopólicos e incapacidad de intervención del Estado–, evitando así el agravamiento de la situación social.
En el fondo, recordando los dilemas de política económica de la década del ‘80, que bien lo presentó Roberto Frenkel (Déficit fiscal, deuda externa y desequilibrio financiero, editorial Tesis), el núcleo de la política económica es el problema de “la transferencia interna”. Esta consiste en cómo el gobierno se asegura el traspaso del superávit externo del sector privado (la diferencia entre exportaciones e importaciones y pagos de intereses externos) para cubrir su déficit externo (brecha entre el pago de la deuda y los ingresos que se captura de las exportaciones vía retenciones más el financiamiento externo, que hoy ciertamente es casi nulo). Las alternativas, complementarias entre sí, para concretar esa “transferencia” con política fiscal y monetaria pueden ser subir retenciones, aumentar el superávit fiscal primario bajando gastos o aumentando impuestos, incrementar el endeudamiento público interno (vía Lebac) y emitir.
Cada una de esas opciones encierran riesgos que ponen en duda la posibilidad de recuperación de la economía. Más retenciones desalienta las decisiones de producción e inversión del sector exportador. Más impuestos o rebaja del gasto son recetas que ya se sabe cuál es la respuesta en una sociedad hipersensibilizada. Más deuda pública, en el caso que exista demanda voluntaria, impulsa una suba de la tasa de interés interna y el consiguiente descenso de la inversión privada y la tasa de crecimiento de la economía. Además, en la medida que la deuda es a corto plazo el crecimiento de los pagos de intereses agrava los desequilibrios fiscales y requiere mayor endeudamiento, en un proceso que se conoce explosivo.
En ese tránsito con rumbos borrosos, no resulta indiferente y más bien pasa a ser fundamental para las perspectivas de poder instrumentar una política económica consistente la renegociación de la deuda en default. Aliviar el déficit externo del Estado, lo que implica una quita del 70 por ciento del capital, años de gracia y tasas de interés bajas, significa despejar el horizonte. En caso contrario, la historia ya tiene libreto escrito.

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