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Ecos lejanos del control de cambios

 Por Mario Rapoport *

Las actuales medidas del Gobierno respecto de la compra de dólares poco tienen que ver con un pasado reciente que muchos argentinos, con razón, temen. Aunque otros compatriotas –réplicas de Funes, el memorioso, ese entrañable personaje de Borges– recuerden quizá un pasado más lejano también vinculado a otra crisis mundial y donde se aplicaron instrumentos más poderosos que los que se ponen en práctica ahora. Empecemos con el principio de la película. Hay fuga de capitales en el país, sí. Constituye un drenaje constante en los últimos tiempos, sí. ¿Pero esa fuga se debe a la inestabilidad de la economía argentina, a su falta de crecimiento, al no manejo adecuado de las variables macroeconómicas, a leyes heredadas de otras épocas? No, en lo esencial, sí en parte. Después del período más largo de crecimiento de la economía argentina desde la posguerra, con una mejor redistribución de los ingresos, en medio de una crisis mundial que hace tabla rasa en los países más poderosos, hay puntos fuertes y débiles.

Sin embargo, creer que nuestra situación, por la fuga de dólares, se asimila a cualquier coyuntura crítica padecida en pasado, como las más graves de 1981 y 2001, es casi inconcebible. Significa ignorar la actual performance de la economía argentina, que forma parte de la de los países emergentes; aquellos que en medio de una crisis mundial de envergadura, ya parangonada con la gran depresión de los años ’30, mantienen las mayores tasas de crecimiento económico en el mundo, lejos de los empobrecidos productores de dólares y euros. Cierto que en otros tiempos la fuga de dólares se debía a nuestro propio fracaso y que muchas multinacionales aprovecharon otras fugas, como las de información económica, para sacar su dinero del país, declarando, por ejemplo, una distribución anticipada de dividendos, caso Repsol, para evitar el corralito que se venía. Pero ahora las circunstancias son inversas. Es la Argentina la que de unos años a esta parte ha recuperado su economía, con altas tasas de rentabilidad en muchos sectores, de los que se benefician esas multinacionales que invierten en el país. Son, por el contrario, las economías norteamericana y europea, con bajas constantes en sus Bolsas, las que están en situación crítica y con rentabilidades caídas a pico. Ellos necesitan los dólares que nosotros podemos brindarles y por eso se los llevan, una vez ganados, a causa de nuestro éxito y no de nuestro fracaso.

Claro que en el lado oscuro tenemos una ley de inversiones extranjeras heredada de la dictadura militar, que debemos cambiar, y que les permite repatriar sus utilidades, hechas made in Argentina, sin ningún tipo de traba. Una parte de ello debe quedar en el país, sin duda, y el próximo Congreso debería dar cuenta de esa anomalía con las reformas necesarias. Este es uno de los puntos débiles que mencionaba antes. Con el aporte de esos capitales crecerá la tasa de inversión, lo que nos va a permitir respaldar mucho mejor los actuales índices de crecimiento en el largo plazo.

Pero no hablemos sólo de las multinacionales. El refugio en el dólar, para cuidar sus ahorros, aunque en los últimos años ha sido uno de los de menor rendimiento, forma parte de la cultura de muchos argentinos, sobre todo los de clase media, que hoy no se atreven como antes a hacer colas en las embajadas de España e Italia para irse del país (por el contrario, vuelven muchos de los que se fueron, habiendo perdido viviendas y ahorros allí), pero siguen apostando al “desteñido” dólar (aunque cada vez se ven sospechosamente con mayor frecuencia billetes nuevos recién emitidos, indicador inflacionista) en lugar de respaldar la moneda nacional, que le es propia. Cierto es, también, que habría que cambiar la ley de entidades financieras, otra herencia de la dictadura, y facilitar mucho más el crédito productivo para que esos argentinos se animen a invertir en la economía argentina. Aquí viven y aquí pueden cuidar sus ahorros con éxito, como lo hacen ya muchas empresas nacionales y extranjeras. Un elemento que ayudaría es ir desdolarizando la economía poco a poco, en la medida en que se recobre totalmente la confianza en el peso.

Y cerramos con un ejemplo histórico, ¿saben muchos que en medio de otra crisis mundial de envergadura, en los años ’30, frente a las descomunales pérdidas en el comercio exterior, un gobierno de derecha, conservador, estableció el control de cambios? Su funcionamiento se convirtió en una pieza clave para la regulación de los mercados en plena crisis. En su primera fase la Comisión de Control de Cambios, nombrada por el gobierno, estableció un régimen de prioridades para la venta de divisas: 1) necesidades públicas; 2) materias primas para las industrias nacionales, combustibles, artículos indispensables para el consumo; 3) pequeñas transferencias a inmigrantes, envíos a residentes en el extranjero, necesidades de viajeros; 4) mercaderías no imprescindibles (por ejemplo whisky o bebidas alcohólicas); 5) cancelación o amortización de deudas anteriores. En una segunda fase el tipo de cambio se desdobló: quienes necesitaran divisas podían obtenerlas por intermedio de la Comisión, o comprarlas en el mercado libre a un precio sensiblemente mayor. Este último funcionaba a manera de válvula de escape del sistema, nutriendo su oferta de moneda extranjera proveniente de las exportaciones no regulares, de las inversiones extranjeras directas y diversas tran-sacciones comerciales y financieras privadas. Ya no se limitaban las importaciones, aunque aquellas que no figuraban en la lista de prioridades debían soportar un tipo de cambio mucho más elevado que el oficial. Los exportadores estaban obligados a vender sus divisas a la Comisión a un tipo oficial de compra mientras que los importadores y aquellos que necesitaban efectuar pagos en el exterior debían, para adquirirlas, obtener permisos previos de la Comisión, fijándose diariamente el tipo vendedor por licitación entre los poseedores de permisos.

El significado de este mecanismo en la asignación de divisas por parte del gobierno permitió reorientar discrecionalmente el comercio exterior y fue también una importante fuente de ingresos fiscales como resultado de la diferencia entre los tipos de cambio comprador y vendedor. Una controlada devaluación del peso mejoró los ingresos de los exportadores complementando las medidas cambiarias y posibilitando la paulatina recuperación del sector externo. En el plano comercial se incrementaba la competitividad de las exportaciones y la rentabilidad de los exportadores desalentando el ingreso de importaciones, en su mayor parte de consumo, lo cual favorecía sobre todo a los sectores ligados a las actividades tradicionales. Pero el control de cambios constituyó un estímulo no despreciable para el proceso de industrialización que tuvo lugar en aquellos años. Lo que se hizo ahora fue blanquear a los posibles compradores de divisas, algo que el mismo Federico Pinedo, entonces ministro de Economía, un liberal con espíritu intervencionista, juzgaría demasiado tibio. Nada de qué asustarse: en comparación, la economía marcha hoy mucho mejor que en aquella época.

* Economista e historiador.

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