ECONOMíA › DEBATE. PUJA ENTRE EL NEOLIBERALISMO DURO, UNA VERTIENTE MáS FLEXIBLE Y LOS KEYNESIANOS

La disputa por la hegemonía

En un texto escrito especialmente para Página/12, Palley detalla las tres corrientes de pensamiento predominantes sobre la crisis económica que están en disputa en Estados Unidos, y las soluciones que propone cada una para salir adelante.

 Por Thomas I. Palley

Opinión

La crisis económica global es el resultado de políticas erradas que derivan de ideas fallidas. A grandes rasgos, existen tres lecturas diferentes de la crisis. La primera es el núcleo duro de la posición neoliberal, que puede ser etiquetada como la “hipótesis del fracaso del gobierno”. En Estados Unidos esta postura está identificada con el Partido Republicano y la Escuela de Economía de Chicago. La segunda perspectiva, una visión neoliberal más liviana, es denominada como la “hipótesis del fracaso del mercado”. Esta posición amalgama a la administración Obama, a medio Partido Demócrata y al Departamento de Economía del MIT. En Europa se identifica con los políticos de la Tercera Vía. La tercera perspectiva es una visión progresista que calificamos como la “hipótesis de destrucción de la prosperidad generalizada”. Se identifica con la otra mitad del Partido Demócrata y el movimiento sindical, pero no tiene bancada en las principales universidades debido a la represión de alternativas a la teoría ortodoxa.

La “hipótesis del fracaso del gobierno” sostiene que la crisis tiene sus raíces en la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos, en el fracaso de las políticas monetarias y en la intervención del gobierno en ese mercado. En relación con las políticas monetarias, argumentan que la Reserva Federal mantuvo las tasas de interés muy bajas durante mucho tiempo en la recesión anterior. Mientras tanto, la intervención del gobierno hizo subir los precios al impulsar la compra de propiedades más allá de las posibilidades de esos individuos. Para este núcleo duro, la crisis es un fenómeno esencialmente norteamericano.

La postura neoliberal más liviana argumenta que la crisis sucedió por la mala regulación financiera que permitió a los bancos tomar mucho riesgo y facilitó demasiado la desregulación y autorregulación. Estos errores contribuyeron a la mala asignación de recursos financieros. Esta visión es más global pero ve la crisis como un fenómeno esencialmente financiero.

El argumento de la “destrucción de la prosperidad compartida” considera que la raíz de la crisis está en el paradigma económico neoliberal que guió la política económica durante los últimos 30 años. Si bien Estados Unidos fue el epicentro de la crisis, todo el mundo está implicado, ya que adoptaron el mismo paradigma, donde la mala regulación financiera fue un elemento más.

El paradigma neoliberal se adoptó hacia fines los años 70. Entre 1945-1975, la economía de Estados Unidos estuvo caracterizada por un “círculo virtuoso” keynesiano donde los aumentos de productividad impulsaban al alza los salarios que, a su vez, impactaba en la demanda y el empleo. Ese escenario incentivaba la inversión que generaba mayores aumentos de productividad y permitía mejores salarios. Con modificaciones locales el mismo modelo se aplicó en Europa occidental, Canadá, Japón, Brasil y Argentina. Después de 1980 ese modelo keynesiano se reemplazó por un nuevo modelo de crecimiento neoliberal. Antes de 1980, los salarios eran el motor del crecimiento de la demanda; después de 1980, el endeudamiento y la inflación de los activos financieros se convirtieron en el motor.

El nuevo modelo puede ser presentado como una caja de políticas neoliberales que encierra a los trabajadores para presionarlos por todos lados. La globalización corporativa pone a los trabajadores en una competencia internacional a través de redes de producción que están respaldadas por los acuerdos de libre comercio y la movilidad de capital. La agenda de los gobiernos “pequeños” atacó la legitimidad de la intervención estatal y promovió la desregulación sin importar las consecuencias. La flexibilización laboral golpeó a los sindicatos y a los instrumentos como el salario mínimo, el seguro de desempleo y la protección laboral. Finalmente, el abandono del objetivo de pleno empleo generó inseguridad laboral y debilitó el poder de los trabajadores.

Este modelo se implementó en todo el mundo multiplicando su impacto. Eso explica la importancia del Consenso de Washington que fue impuesto en América latina, Africa y los antiguos países comunistas por el FMI y el Banco Mundial al condicionar el financiamiento a la aplicación de las políticas neoliberales.

Las tres visiones de la crisis ponen en evidencia qué está en juego, en tanto cada una recomienda una respuesta distinta. Para los neoliberales más duros, la salida reside en duplicar la apuesta con mayor desregulación financiera y laboral, profundizar la independencia de los bancos centrales y su compromiso exclusivo con una baja inflación, y limitar más el rol del Estado a través de la austeridad fiscal. La visión blanda del neoliberalismo recomienda endurecer la regulación financiera pero preservan el resto del paradigma de políticas ortodoxas.

Para los defensores de la “hipótesis de la destrucción de la prosperidad generalizada” la respuesta necesaria es otra. El desafío es desplazar al paradigma neoliberal y reemplazarlo por otro “keynesiano estructural” que restablezca el círculo virtuoso. El objetivo es sacar a los trabajadores de la caja neoliberal opresiva y poner allí a las corporaciones y los mercados financieros para que sirvan al interés público. Eso implica reemplazar la globalización corporativa por una globalización administrada donde existan altos estándares laborales, coordinación de tipos de cambio y controles de capitales; recuperar el objetivo de pleno empleo y reemplazar la flexibilidad laboral con una agenda solidaria del mercado de trabajo donde exista un balanceado poder de negociación, salarios mínimos adecuados, seguro de desempleo y respeto de los derechos laborales. Una agenda social democrática significa que el gobierno asegure la provisión de redes de contención y las necesidades básicas como salud, educación y jubilaciones.

El punto central es que cada una de las perspectivas posee sus propias prescripciones de política económica. Por lo tanto, la explicación que prevalezca será determinante y ubica a la economía en el centro de la puja política. Por ahora, la profesión económica se divide entre el núcleo duro neoliberal y la visión más liviana de esas ideas. Sin embargo, eso puede modificarse con la presión de una dura realidad que produce una demanda masiva de cambio, como sucedió en la Gran Depresión, que ofreció el punto de partida para la economía keynesiana. La única certeza es que el cambio será duramente resistido ya que las elites y los economistas ortodoxos están interesados en preservar la primacía del paradigma dominante.

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