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Se dice y no se dice sobre la Argentina

 Por Mario Rapoport *

En los últimos meses, en junio y agosto de este año, uno de los más prestigiosos diarios franceses, Le Monde, publicó varios artículos sobre la Argentina. Resulta interesante reproducir algunos de sus conceptos para tener una mirada externa acerca de nuestra realidad. En uno de ellos, del 25 de junio, se señala que “El milagro argentino fue un engaño” y que “diez años después de haber repudiado parte de su deuda, el país no tiene acceso al mercado de capitales”. Pero lo más importante, a mi juicio, es cuando dice que “Grecia sería mal asesorada si se inspirara en este precedente”.

Estas frases, tomadas de títulos y subtítulos explican adónde conduce la nota, por cierto bastante extensa: no está dirigida a la Argentina sino que tiene por objeto advertir a Grecia lo que no debe hacer. En otro artículo del mismo diario, el gobernador del Banco de Francia expresa claramente que “la voluntad de autonomía de los Estados de la Zona Euro debe borrarse” (Le Monde, 29 de junio de 2012). Grecia no puede de ningún modo salir del euro, retornar al dracma, devaluar su moneda y repudiar su deuda como hizo la Argentina, a la que le terminó yendo –según los autores del primer artículo– bastante mal. Cierto que se desendeudó, expandió sus exportaciones y tuvo altas tasas de crecimiento por varios años, algo que le atribuyen a una casualidad, los elevados precios de la soja; sin mencionar la reindustrialización ni la recuperación del mercado interno, de los salarios, de la ocupación o de las jubilaciones. Tampoco la suerte que tuvo el FMI al poder recobrar su deuda.

En verdad, la nota que comentamos del 25 de junio relata en forma no demasiado ordenada la trayectoria argentina de las últimas décadas. Parte de equiparar los controles sobre el dólar y las medidas proteccionistas del actual gobierno con la crisis de 2001 y señala el malestar de muchos por el proceso inflacionario y la aparición de un dólar paralelo. En aquel momento, hay que recordarlo, la crisis afectaba a la mayoría de la población y las protestas que suscitó eran por otras razones y contra otro gobierno, cuyos responsables el artículo no nombra, como tampoco menciona las políticas que llevaron a esa crisis, la más profunda de la historia argentina. El FMI, al que los autores de la nota afirman que muchos argentinos llamaban el Fondo de la Miseria Internacional, era el que dictaba las políticas económicas de entonces como ahora dicta el nuevo plan económico griego. Posiblemente en el futuro los griegos lo rebauticen también con ese nombre.

Citando a dos ex banqueros centrales latinoamericanos que arriman la bocha diciendo que “la experiencia argentina debería disuadir más que estimular a seguir tal vía”, el artículo continúa tratando de desmitificar lo que denomina el “milagro argentino”. Tras afirmar que no se han terminado de pagar los costos de la crisis de 2001 se pregunta si eso “¿no será por qué el milagro argentino le ha costado caro al país? Muy caro. Antes que la economía se recupere, el PIB cayó un 20 por ciento, el año del default, y la inflación era del 23 por ciento [...] la devaluación masiva arruinó a ahorristas y empresas, y más de la mitad de la población cayó bajo el umbral de la pobreza”.

Se deja suponer, sin duda, que a Grecia le sucedería lo mismo y no menciona cómo se tuvo que llegar a ese extremo, porque en 2001, cuando verdaderamente se expropió con el “corralito” el ahorro de los argentinos, la deuda externa superaba ampliamente el PIB y la desocupación y la pobreza ya asolaban al país. El Producto no cayó en un año un 20 por ciento por la devaluación, sino a consecuencia de políticas que lo endeudaron y regalaron sus principales activos, destruyendo el empleo y provocando la desindustrialización y destrucción del aparato productivo. Un proceso que empezó con el terrorismo de Estado de la dictadura militar en 1976 y fue profundizado con los últimos gobiernos democráticos de la década del ’90. Todos bajo la supervisión de ese Fondo de la Miseria Internacional que el artículo menciona. Algo parecido a lo que les está pasando ahora a muchos países europeos y en primer lugar a Grecia.

Recordemos que todo esto sucedía cuando Argentina tenía pleno acceso a los mercados internacionales de capitales, en momentos en que Michel Camdessus, entonces presidente del mencionado Fondo, felicitaba a un presidente argentino porque el país se había incorporado al Primer Mundo. Nadie pensaba entonces que todo se basaba en una paridad con el dólar insostenible, quizá similar a la actual situación de muchos países de la Zona Euro, que no cumplían los requisitos para entrar a ella, salvo, como en el caso griego, por las maniobras ilícitas de Goldman Sachs experta en esta cuestión, como nos cuenta Galbraith, desde la crisis de 1929. Cabe recordar además a los autores del artículo que la Argentina no repudió su deuda como señalan, sólo llamó a los acreedores a un canje de la misma, y que parte de ella era deuda odiosa, proveniente de una sangrienta dictadura militar. En síntesis, sobre la cuestión del acceso a los mercados de capitales, debemos reconocer que a la Argentina le fue muy mal cuando estuvo en ellos, aunque llegó a ser felicitada por su conducta y ahora es calificada clase “D”.

Un segundo tema es el del proteccionismo, al que se refiere más extensamente otro artículo del mismo diario del 24 de agosto y que se titula “El proteccionismo argentino es de más en más atacado por sus partenaires de la OMC”. Todo por el hecho de que la Argentina reclama que no se le prohíba la entrada de carnes y limones en los Estados Unidos, mientras aplica medidas proteccionistas, lo que el periodista define en forma alarmista, no muy al estilo del prestigioso diario, como “una nueva escalada en la guerra comercial que opone la Argentina al resto del mundo”.

En la crisis actual, iniciada en Estados Unidos y Europa y que afecta sobre todo al mundo desarrollado, muchos economistas y políticos ya preconizan el retorno al proteccionismo para huir de las finanzas internacionales y de su trampa y proteger las producciones nacionales. En cualquier caso, es necesario cambiar las reglas del juego del comercio internacional, donde los únicos que pueden ser proteccionistas son los países ricos. Preguntemos si no, si se ha suprimido la Política Agraria Común de la UE. O si el proteccionismo no fue también permanente en la política de Estados Unidos desde su independencia hasta casi mediados del siglo XX (y sigue siéndolo para muchos de sus productos agrarios a través de subvenciones). Lo mismo ocurrió durante la crisis de los años treinta en la política de numerosos países, incluida la campeona del libre comercio, Gran Bretaña, y los gobiernos conservadores, ideológicamente liberales, de la Argentina de entonces. No constituye en sí una política de encerramiento económico; es la crisis mundial la que empuja a los países en este sentido.

Si ambos artículos suenan alarmantes, por supuesto con eco en la Argentina, deberíamos decirles que lo que nos piden ya lo tuvimos, y que la expropiación de los ahorros, realizada varias veces por gobiernos militares y civiles –mediante inflaciones, hiperinflaciones, planes Bonex o leyes de convertibilidad–, poco tiene que ver con el control de cambios, que no significa expropiación alguna, salvo para aquellos que lo equiparan a verse impedidos de fugar capitales. Los inversores extranjeros no querrán venir a la Argentina, pero nunca se quejaron de las grandes ganancias y remisión de utilidades que enviaron a sus respectivos países, entre ellas una empresa que se llama Repsol.

Todo indica que lo que se quiere es volver en la misma Europa a un capitalismo del siglo XIX y cualquier ejemplo en contrario les duele un poco. Pero más les va a doler cuando los “indignados” se sacudan en serio de la trampa en la que cayeron, desde las “subprime” a la pérdida de sus empleos. En cuanto a los argentinos, quizás algunos recuerden con igual furor los 500 millones de dólares que confiaron en el gentleman Bernard Madoff, billetes verdes que nunca más verán, o que invirtieron en las ahora desvalorizadas propiedades de Miami o de las costas españolas, verdaderos cantos de sirena.

* Economista e historiador.

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Imagen: Bernardino Avila
 
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