ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO

Contribuyentes atrapados

 Por Julio Nudler

“Los contribuyentes estamos sin representación y atrapados entre los intereses de los acreedores que le prestaron irresponsablemente al Estado (indirectamente representados por el FMI) y los intereses de las clientelas políticas que viven del Estado (representadas por Kirchner y sus convicciones estatistas).” Dicho de otra manera: “Estamos atrapados entre acreedores que luchan por cobrar, independientemente del crecimiento potencial del país, y un gobierno que cree que con distribucionismo, a través de un creciente rol del Estado, vamos a crecer sostenidamente”. Estas citas están tomadas de un trabajo cuyo título –fácil resulta adivinarlo– es “Atrapados entre Kirchner y el Fondo”. Su autor, Mario Teijeiro, presidente del Centro de Estudios Públicos, es hoy una especie de liberal de tercera vía. El supuesto ortodoxo que subyace en todo su planteo es que el crecimiento es de mayor calidad y más sustentable cuando se origina en el sector privado, y de baja productividad, además de efímero, cuando viene impulsado por el sector público. Cada cual sabrá en qué medida comparte esta visión, que divide aguas desde hace décadas en la Argentina, un país que, en cualquier caso, lo que no ha conseguido es crecer, por lo que, en definitiva, la polémica sigue girando en planos teóricos.
Como queda claro, Teijeiro se mete en la piel del contribuyente argentino y no se siente sino agredido por los dos bandos en pugna. De un lado ve al Fondo Monetario, que presionado por las viejas potencias económicas y financieras (el G-7, que está quedando un poco desactualizado) endurece nuevamente su posición, exigiendo mayor ajuste fiscal, de modo que el superávit primario supere el 3 por ciento del Producto Interno Bruto. Su argumento es que, pasado su primer semestre en la calafateada Casa de Gobierno, y completado el calendario electoral, a Néstor K. no le quedan excusas para omitir la adopción de algunas medidas impopulares, como arreglar con los acreedores mediante un compromiso de menos quita y pagos más sustanciosos. A cambio de esto, el Fondo le extendería al país una dispensa (waiver) que remueva el escollo de ciertos incumplimientos menores del acuerdo.
A diferencia de otros liberales, Teijeiro rechaza esa pretensión y sostiene que “la idea de que arreglando con los acreedores lloverán las inversiones sobre la Argentina es muy debatible, sino falsa”. Y lanza la siguiente pregunta: “Aun después de un arreglo más favorable para los acreedores que la actual propuesta, ¿quién le va a prestar al estado argentino a tasas bajas, compatibles con nuestro (por ahora) mediocre crecimiento potencial de largo plazo?” Parece estar implícito que nadie, aunque en estas cuestiones nunca se sabe.
Según este economista, la posición de Kirchner es que si la recaudación crece debe aumentarse el gasto público para alimentar la demanda interna y así contribuir al círculo virtuoso del crecimiento interno. “Su prioridad –acusa– es el crecimiento económico de corto plazo, para fortalecerse en el poder”, y tilda al presidente de “keynesiano y estatista” por creer que el aumento en la participación del Estado en la economía es el instrumento para corregir las presuntas injusticias del mercado. (La experiencia indicaría que puede serlo, pero no necesariamente.)
La situación actual sería ésta: la actividad económica está recuperándose a buen ritmo porque se desinfló la fuga de capitales y por los precios excepcionales de exportación. Como consecuencia de esto, la recaudación impositiva creció 50 por ciento respecto del peor momento de la crisis y el Gobierno realimenta la demanda interna mediante un aumento del gasto público. Este, según estima Teijeiro, subió unos 14 mil millones de pesos en 2003 y se expandiría en otros 10 mil millones en 2004. Aquí es donde el contribuyente en nombre del cual habla se subleva.
¡No aumenten el gasto, bajen los impuestos! Este es el slogan, que implica en primer lugar una opción política entre diferentes sectores sociales, considerando que probablemente no coincidirían los favorecidos por el incremento del gasto y los beneficiados por un eventual recorte de tributos. Por algo elevar el gasto público suele tener una connotación izquierdista, mientras que reducir impuestos huele a derecha, aunque, según cómo se haga lo uno y lo otro, pueda implicar exactamente lo contrario.
Desde su punto de mira, Teijeiro está persuadido de que “la baja de impuestos tendría el mismo impacto reactivador de corto plazo (que el aumento del gasto) pero enormes ventajas para el crecimiento sostenible en el mediano plazo”. A su juicio, “luego de sucesivos paquetazos impositivos, alentados por el FMI desde la crisis del tequila (nueve años atrás), las tasas impositivas están en la Argentina entre las más altas del mundo, lo que descoloca competitivamente a la gran inversión y fomenta la evasión, la informalidad y, consecuentemente, la ineficiencia económica. Es un grave error –afirma– aumentar el gasto público, mayoritariamente improductivo, manteniendo tasas impositivas que matan el desarrollo de inversiones privadas eficientes.” Pero, ¿será válida la identificación gasto público igual improductividad, inversión privada igual eficiencia?
El titular del CEP asegura que “la justicia social brilla por su ausencia en el gasto público”, la abrumadora mayoría de cuyos beneficiarios serían de clase media urbana, cuando no “el capital concentrado, que se beneficia con desgravaciones y subsidios. Poco les llega a los verdaderos pobres y marginales –agrega–, y cuando algo les toca, viene teñido de una manipulación política que los convierte en seres dependientes...” La idea es que no hace falta aumentar el gasto sino reenfocarlo: “Menos ñoquis, menos corrupción y una focalización en los verdaderos necesitados, atendiendo las emergencias alimenticias y sanitarias, pero no creando incentivos permanentes para no trabajar”.
Respecto de la deuda, Teijeiro condena como “un error suponer que la Argentina debe tener hoy a cualquier costo un superávit primario suficiente para pagar todos los intereses de una deuda eventualmente renegociada en términos aceptables para los acreedores. El crecimiento futuro es un ingrediente fundamental de la capacidad de pago, que haría que un mismo 3 por ciento del PIB como superávit primario fueran muchos más dólares para servir la deuda luego de unos años de crecimiento sostenible a tasas altas.” Corolario: “Mantener una posición de cobro inmediato, independiente del potencial de crecimiento económico del país es un callejón sin salida para éste y para los acreedores.”

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