ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO

Si el Fondo leyera a sus economistas

 Por Julio Nudler

Por alguna extraña razón, o bien por obra del travieso azar, al Fondo Monetario se le dio últimamente por dar a conocer sesudos estudios, a veces poblados de fórmulas econométricas, que respaldan los argumentos utilizados por la Argentina en las discusiones por la deuda. Lo único que faltaría es que Köhler, Krüger, Singh, Thornton y Dodsworth leyeran esos trabajos y amoldaran la política del organismo a las conclusiones de sus analistas. Esta misma semana, Página/12 comentó un extenso documento de trabajo, publicado por el FMI, que mostraba que la deuda argentina fue un excelente negocio para los acreedores en el período 1989-2000 (en el escrito no se examina lo ocurrido con posterioridad), con rendimientos espectaculares en algunas etapas. No hay razón por tanto para juzgar al país como una opción ruinosa para el capital financiero. Pero no había el internauta terminado de digerir ese mamotreto cuando otro working paper del Fondo capturó su interés. Este procura investigar a través de qué canales se ve afectado el crecimiento económico de un país cuando la deuda externa sobrepasa cierto nivel. Los investigadores Catherine Pattillo, Hèléne Poirson y Luca Ricci explican allí cómo la deuda ahoga el crecimiento. Esto, aplicado a la actual situación argentina, puede leerse del siguiente modo: si como resultado de la renegociación en curso el país emergiera con un cuantioso pasivo externo, su economía tendría menos o ninguna capacidad de expansión, lo cual a la larga impediría cumplir con los pagos comprometidos. Hallar en un estudio del FMI un análisis que conduce a esta misma conclusión es, por lo menos, reconfortante.
Pattillo, Poirson y Ricci señalan que en la segunda mitad de los años ‘90 aumentó la preocupación por el hecho de que el alto endeudamiento externo de muchos países periféricos estaba limitando su crecimiento y su desarrollo. Ocurre que la deuda, a bajos niveles, ejerce efectos positivos sobre el crecimiento (se supone que en razón de ser la contrapartida de financiación que facilita el consumo y la inversión), pero a partir de cierto umbral o punto de inflexión toda deuda adicional empieza a asfixiar el crecimiento. “Este tipo de análisis es de gran relevancia para los debates actuales en torno de la sustentabilidad de la deuda en los países en desarrollo”, dicen los autores.
Todo indica –según consignan– que el efecto de la deuda sobre el crecimiento podría operar sobre todas las fuentes importantes de crecimiento. Una vía de impacto es la acumulación de capital. Cuando la deuda externa alcanza cierta dimensión, los inversores reducen sus expectativas de rentabilidad porque presagian que les serán aplicados mayores y cada vez más distorsivos impuestos, ya que el Estado necesitará crecientes recursos para atender la deuda. Esas menguadas expectativas de rédito desalentarán tanto la inversión interna como externa, retardando la acumulación de capital. Este es el problema central que pasan por alto quienes recomiendan una quita menor para acordar más rápidamente con los tenedores de bonos.
Esa descripción del fenómeno en un estudio del FMI retrata con sorprendente justeza la situación vivida por la Argentina. Curiosamente, el Fondo está reclamando al mismo tiempo un mayor ajuste fiscal, lo que implica elevar el superávit primario, y la eliminación de impuestos distorsivos como el que grava débitos y créditos bancarios. Por otro lado, también sugiere –haciéndose eco de los deseos de algunos gobiernos del Grupo de los Siete– que el país mejore su oferta a los acreedores, lo que no supone otra cosa sino hacerse cargo de una corriente de pagos más caudalosa una vez firmada la reprogramación. Obligación que a su vez conduciría a aplicar mayor presión tributaria, incluyendo probablemente impuestos distorsivos, que son de recaudación más segura, y a trabar elcrecimiento, como señalan los analistas apadrinados por el propio FMI. Difícilmente pueda pedirse mayor incoherencia.
Pattillo, Poirson y Ricci (PPR, como se autoabrevian) indican que altos niveles de deuda pueden también comprimir el crecimiento al reducir el aumento de la productividad total. Por un lado, los gobernantes estarían menos dispuestos a emprender reformas políticamente difíciles y costosas si el beneficio de una mayor producción será apropiado, al menos en parte, por los acreedores externos. Un contexto de políticas más precarias perjudicará a su vez la eficiencia de la inversión y la productividad.
Estos economistas destacan que, adicionalmente, el alto grado de incertidumbre e inestabilidad, producto de la ominosa presencia de la deuda, probablemente mine los incentivos para mejorar la tecnología o usar con más eficiencia los recursos. Dicen que, por ejemplo, como en otros contextos de alta incertidumbre, la inversión podría ser mal asignada hacia actividades de rápida ganancia, eludiendo opciones de largo plazo y mayor riesgo e inmovilización, que son precisamente las mejores en términos del crecimiento de la productividad a largo plazo.
Los autores citan también el argumento de que una deuda elevada recorta en los países pobres la capacidad de proveer servicios sociales, la educación entre ellos. Habrá por tanto una menor acumulación de capital humano, efecto adverso al crecimiento que se advertirá con el transcurso del tiempo. El estudio lleva a la conclusión de que reducir los niveles de endeudamiento contribuirá al crecimiento económico tanto por favorecer la acumulación de capital como por acelerar el aumento de la productividad.
Lo que está a la vista es que este análisis influye muy poco en la actitud del FMI, de algunos gobiernos del G-7 y de los presuntos representantes que quieren negociar en nombre de los bonistas. Ninguno de ellos parece considerar que el futuro crecimiento de la economía argentina les concierna. Los tecnoburócratas y los políticos querrán ganar tiempo y evitarse complicaciones, y los comisionistas pretenderán asegurarse sus honorarios. El bono vinculado a la evolución del Producto es un medio para relacionar deuda y crecimiento de manera que se ayuden mutuamente, pero no es una disyuntiva fácil porque implica trazar una salida diferente en lo que hoy es, a escala global, un desierto sin soluciones.

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