ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO

China, tan lejos de Argentina

 Por Julio Nudler

José Alberto Bekinschtein, más conocido como Pepe, es el economista argentino que más sabe de China, donde vive hace años, primero como agregado económico, ahora como director de la española Indra, y además vicepresidente de la cámara de empresas hispanas en la gran potencia oriental. Habla fluidamente chino, aunque lo sigue estudiando. Dos veces por año visita la Argentina, y en esta ocasión, además de disertar en Cancillería, aceptó sostener un largo diálogo con Página/12 en el café Tabac. Recomienda visitar sitios chinos de tango en internet, comenta la abundancia de caniches toy y de yorkshire como símbolo de status entre los millones de chinos pudientes, aunque en ocasiones les extirpan las cuerdas vocales para que no ladren y sigan criando chow-chow y otras razas para servirlos al plato (según un dicho, los chinos comen todo lo que tenga cuatro patas, salvo las mesas, y todo lo que vuele, excepto los aviones). Pepe Bekin ofrece una pintura vívida de aquel imperio, que hoy miran con tanta codicia muchos hombres de negocios argentinos. Sigue ahora un breve resumen en comprimidos de la enriquecedora charla.
- China explica en los últimos cinco años entre uno y dos tercios de la expansión de exportaciones de Alemania, Japón, Corea, Malasia y Tailandia, pero en esencia es una gran ensambladuría. El valor agregado de las exportaciones chinas es apenas un 10 por ciento, lo cual se explica también por sus bajos salarios. En cambio, el valor agregado contenido en las exportaciones norteamericanas a China supera el 80 por ciento. Por eso el enorme déficit comercial de Estados Unidos, de más de 100 mil millones anuales de dólares, no preocupa a Washington: sus multinacionales ganan mucho dinero vendiéndoles a los chinos.
- Mirando la medición convencional del Producto Bruto, China aparenta ser mucho menos de lo que es. Su PIB, convertido a dólares mediante el tipo de cambio, es de 1,4 billón. Pero si se utiliza la paridad de poder adquisitivo, tomando la relación entre lo que se compra con un dólar y con un yuan, el PIB salta a 4,5 billones, lo que ya es un 12,5 por ciento del global.
- Es posible que el año próximo China trepe al tercer puesto en el ranking mundial de comercio, superando a Japón y quedando como escolta de EE.UU. y Alemania. Ya en 2003 significó un 6 por ciento del comercio del orbe. Y lo cierto es que el superávit mercantil chino fue de sólo 25 mil millones, sobre un intercambio total (impo + expo) de unos 900 mil millones. Aún más: en el primer trimestre de 2004 tuvo un déficit de 8000 millones.
- Por eso asusta tanto en el resto del mundo un posible frenazo en el crecimiento chino: es un comprador cada vez más gravitante, además de los enormes negocios que genera. A Siemens, por ejemplo, realizar el proyecto de un tren de levitación le supuso 1200 millones de dólares. Las protestas europeas contra los chinos son retórica y espuma mediática. Nada más.
- Pero la realidad china es tremendamente contradictoria y desigual. En Shangai el ingreso medio es de 5000 dólares, pero a 500 kilómetros de allí muchos viven con menos de un dólar diario. El hukou, ese pasaporte interno necesario para vivir en una región diferente de la de origen, fomenta la clandestinidad de millones de migrantes y su reducción a condiciones laborales de semiesclavitud. Ahora parece imponerse la decisión política de eliminar las restricciones al movimiento interno, pero no por motivaciones socialistas sino porque esas trabas no son compatibles a la larga con el desarrollo capitalista.
- La superexplotación es manifiesta, al menos en algunos lugares. Salvo en las empresas del Estado, cada vez más racionalizadas, los trabajadores no cuentan con seguro social. Aun así, malviviendo en las ciudades están mejor que en el campo, que ha expulsado 200 millones de labriegos sobre unos 850, además de los 150 millones que migraron hacia las ciudades.
- El salario chino es apenas el 5 por ciento del estadounidense y europeo occidental. La diferencia es tan abismal que no podrá reducirse significativamente en mucho tiempo. Aunque la productividad laboral en China creció más desde comienzos de los ’90 que en Estados Unidos, muy poco de esa mejora se trasladó a los salarios. La riqueza se concentró aceleradamente.
- El modelo chino es de un crecimiento impulsado por la inversión, apoyada ésta en una fantástica tasa de ahorro interno del 45 por ciento del ingreso nacional. Los depósitos a plazo que mantienen las familias en los bancos equivalen a un PIB íntegro. Además hay una enorme afluencia de capitales, muchos ingresados a la espera de que se revalúe el yuan o volcándose al boom inmobiliario. El sobrecalentamiento es evidente, como obvio que muchas inversiones, incluyendo las dirigidas a infraestructura, no estuvieron bien asignadas. Esto hace temer mucho por la solvencia de la banca. Pero cuando hace dos semanas las autoridades exhortaron a los bancos a sofrenar sus préstamos salvajes, temblaron en todo el mundo bolsas y mercados de commodities.
- Para prevenir males mayores, el Gobierno fijó un tope de 7 por ciento de crecimiento para 2004. El FMI pronostica un 8. Pero en el primer trimestre la expansión viajó a un ritmo de 9,7 por ciento anual, sospechándose que este número subestima bastante el verdadero crecimiento ocurrido porque quienes se expandieron más de lo sugerido prefieren ocultarlo. En marzo, la producción industrial fue casi 20 por ciento mayor que un año atrás. El crédito bancario galopa a su vez a otro 20 por ciento anual. Por la descentralización y las privatizaciones, es cada vez más difícil controlar desde Beijing lo que sucede en el conjunto de China. Pero en definitiva, cuando hace falta, el poder central se impone –tal como aconteció en la exitosa lucha contra el SARS–. Y los cuatro mayores bancos son estatales, lo que en principio debería facilitar el acatamiento de las directivas. Además, hoy la economía y la moneda cuentan con conductores de óptimo nivel técnico.
- Es previsible, con todo, cierta desaceleración en el comercio exterior chino, lo cual afectará sobre todo a las demás economías de la región y a los mercados de commodities. Pero China no puede quedarse parada: necesita crecer a no menos de 6 por ciento anual para generar los imprescindibles 14 millones de puestos adicionales por año que hacen falta para absorber la nueva oferta laboral, más otros 6 millones en el sector privado para reemplear a los despedidos de las empresas estatales.
- En los ’80 los chinos todavía venían a la Argentina a ofrecer petróleo, pero ahora importan el 35 por ciento de su consumo, y en tres o cuatro años comprarán afuera la mitad del total. Hoy hay allá, como acá, cortes de luz por falta de energía. Son dos por semana. La excusa es parecida: la demanda creció más de lo previsto. Esto nadie puede negarlo. Por eso, además de pensar en más centrales nucleares e hidroeléctricas (ya tienen la represa de Las Tres Gargantas, que es Yacyretá por siete), buscan petróleo en Indonesia, Asia Central, Rusia. Desde allí están tendiendo un gigantesco gasoducto, que los rusos quieren estirar hasta Japón, pero los chinos no. El 60 por ciento de los recursos energéticos chinos provienen del carbón, y están invirtiendo fuertemente en ese sector australiano. La Argentina podría aprovechar muy bien esta avidez energética china, pero hasta ahora no lo hace.
- Sólo el 12 por ciento de la tierra china es cultivable. Tres quintas partes del país son desérticas, dificultad de alimentarse que está en el origen de la complicada y fascinante cocina china, todo lo contrario del elemental churrasco o asado con ensalada de los argentinos. Para empeorar la situación, las obras de infraestructura, la especulación inmobiliaria y la multiplicación de canchas de golf para los nuevos ricos se han devorado 10 millones de hectáreas cultivables en los últimos años. En compensación, se está aplicando cada vez más tecnología en el agro.
- No importan sólo soja para forraje. Esta haba es un componente fundamental de la alimentación humana, en forma de aceite, leche y requesón, el popularísimo tofu (pronunciado toufu). Aunque amagaron ciertas trabas a la soja transgénica, no pueden permitirse rechazarla, más allá del cuestionamiento retórico, que les sirve para usar el tema como prenda de negociación.
- En la Argentina recién últimamente se dejó de pensar en China como un país exótico. Ahora la ven como Eldorado del siglo XXI, pero esto también puede ser poco realista. Aunque el próximo viaje del presidente Kirchner es un paso muy adecuado, sin una masa crítica de empresas argentinas estableciendo representaciones permanentes allí poco podrá hacerse. Es muy caro e ineficaz limitarse a viajes de negocios de ida y vuelta. Es poner el trasero 24 horas en un avión y gastar mucho dinero y energías para un resultado probablemente magro. Hay que estar allá. Quedarse, buscar negocios todo el día.
- La demanda china de commodities agropecuarios (cereales, oleaginosas, cueros, lanas) está asegurada, entre otras cosas porque la prohibición de tener más de un hijo por familia ya casi no rige. Ahora lamentan haber engendrado con la veda una auténtica generación de “pequeños emperadores”, caprichosos, indóciles y vagos. Ahora el problema es que las parejas jóvenes urbanas no quieren tener chicos, porque los ven como un fardo que dificulta el ascenso económico de los padres. Y en el campo el desprecio hacia la mujer es tal que muchas madres abortan cuando saben que están engendrando una niña, de modo que en China hay diez por ciento menos de mujeres que las que debería haber. Tampoco está prohibido ya tener perros, lo cual implica asimismo más consumo de alimentos, de los que China no puede autoabastecerse. Ellos –los chinos, no los perros– también querrían invertir en Argentina en recursos forestales, como ya hacen en Brasil y Chile. A cambio de permitírselo, el país podría obtener otras concesiones comerciales, e incluso explorar las posibilidades de asistencia financiera, para no estar mendigándole tanta plata al Fondo, al Banco Mundial y al BID.
- Los grandes protagonistas del vertiginoso desarrollo chino son las multinacionales europeas y norteamericanas, que se sumaron a las asiáticas y a los capitales chinos de ultramar. El PCCh prefería eso al crecimiento de una burguesía nacional que pudiese ganar peso político, además de que los extranjeros traían tecnología. En el último año la inversión externa directa sumó más de 50 mil millones de dólares. Curiosamente, mientras la China comunista se apoyaba en el capital privado extranjero, la capitalista India enfatizó a la empresa estatal como motor del crecimiento. Y en proporción al capital invertido, le fue mejor.

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